Cada vez que se organiza un acto en torno a las víctimas del terrorismo siento vergüenza ajena. No quisiera posicionarme con ninguna de las asociaciones porque todas las víctimas son iguales en su reconocimiento. La muerte es lo mismo de injusta y trágica venga de donde provenga la mano asesina del terrorista.
Cuando era pequeño observaba las costumbres (aún existen en zonas rurales, menos en las urbanas) que se guardaban en la despedida de los difuntos: el ritual del pésame (que es diferente según las zonas) o el tiempo que se ha de guardar el luto. Entonces se asumía que la televisión no se podía poner en un tiempo prudencial (meses o un año), tampoco escuchar música, guardar el preceptivo tiempo de luto. Mi madre estuvo vestida de negro por mi abuela dos años, que yo recuerde. Además del sentimiento personal, existía una imposición pública.
Mostrar el dolor por la pérdida de un miembro de la familia en público tiene distintas reglas sociales que, según las culturas, se imponen rigurosamente. En algunos casos esa imposición pública del dolor, basada en atavismos religioso-supersticioso-sociales, alcanza un grado tal de crueldad, sobre todo en el caso de la mujer, que raya lo inhumano. La tradición 'satí' de la India, avalada por una presión social asfixiante, empuja a la viuda a arrojarse a la pira funeraria para morir en el mismo fuego del difunto marido (algo cada vez más anecdótico, afortunadamente). También existen otras prácticas sociales en torno a la muerte del varón igual de crueles, como anular la vida social de una mujer cuando se queda viuda. La esfera de lo público imponiendo cómo debe gestionarse el dolor propio ante la muerte de un ser querido.
En el caso de las víctimas del terrorismo en nuestro país la presión social está imponiendo también la manera en que cada cual debe llorar a sus muertos. Si ya es penoso el daño que ha ocasionado el terrorismo en la sociedad española en los años de democracia, más penoso es observar la fractura que existe en España entre las víctimas de ese terrorismo. Un concepto de víctimas, dicho sea de paso, de amplio espectro al que se han acogido algunos con escasos lazos familiares con los asesinados.
El terrorismo ha dañado mucho a la sociedad española, tanto que ha hecho aflorar los intereses más espurios y amorales que pretenden sacar rédito político a costa del dolor y la tragedia. Porque monopolizar el dolor y el sufrimiento de las víctimas es una manera inmoral de utilizar lo que es sólo patrimonio de la persona. Hay quienes (alguna prensa, dirigentes políticos camuflados bajo los dirigentes de asociaciones de víctimas del terrorismo) marcan las pautas de cómo se debe gestionar el sentimiento y el dolor de las víctimas, de cómo se tiene que llorar a los muertos. La división de las víctimas del terrorismo en varias asociaciones, en algún caso no es accidental, tiene connotaciones e intereses políticos inconfesables.
Las víctimas de la guerra civil también están huérfanas de esa anhelada unión de la sociedad española a la hora de rendirles el modesto homenaje que tan sólo aspira a darles una sepultura digna, la que se merece cualquier ser humano.
En España todo lo que gira alrededor de las víctimas del terrorismo está politizado. Groseramente politizado. Cuando pasen varias generaciones, estas sentirán vergüenza de lo que hoy de cómo unos cuantos las utilizan por interés político o ideológico exclusivamente. Lástima que ellos no estarán, como tampoco estaremos los demás para verlo. Pero digo esto por si acaso se les cayera ahora la cara de vergüenza. Están a tiempo.
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