Esto de tener muchos amigos no sabe uno si es bueno o malo. Me explico. Si yo fuera un novelista afamado como otros, mis novelas partirían con una valiosa credencial que invitaría a leerlas de modo inmediato. Los grandes novelistas publican cualquier escrito y tienen la lectura garantizada sólo por llamarse como se llaman, el público acude presto a curiosear en la obra recién publicada. Se lo merecen, no me cabe duda, su trabajo y su talento les ha costado, seguro que han debido recorrer un arduo camino editorial y de público que uno quisiera tener ya más que adelantado. A los novelistas menos afamados nos cuesta que el público se decida a echarle una breve miradita, aunque sea por mera curiosidad, a lo que publicamos. No obstante, uno espera que esto se dé por descontando con los amigos, y alberga la esperanza de que corran rápidos a echar esa miradita cuanto antes. Es una manera modesta, pero agradecida, de sentir un poco de calor.
Esta mañana Arturo me ha comentado que anoche terminó de leer La renta del dolor y que le ha gustado. Que la novela le ha causado una grata impresión y que ha disfrutado con su lectura. Pero también me ha confesado otra cosa: que cuando uno se dispone a leer la novela de un ‘amiguete’ te asaltan algunos prejuicios, entre ellos, que a lo mejor se trata de un ‘peñazo’ difícil de leer. Seguro que Arturo pensó algo parecido sobre mi novela cuando le entregué un ejemplar, y quizá por discreción no me lo confesó en ese momento (pues es un hombre discreto, aunque guarda todavía una brizna de inocencia infantil para soltar desahogadamente lo que le parecen las cosas). Y es hasta posible que pensara (esto es mío): “Que me está dando este tío, que puede que sepa de pedagogía y didáctica, incluso de historia, pero que en esto de escribir una novela para mí que se ha pasado un poco”. Pero hoy Arturo me ha dicho que La renta del dolor le ha causado una grata impresión, que ha disfrutado con ella, que está muy interesante y que habré debido documentarme bastante para escribirla.
En las dedicatorias al lector que suelo escribir para esta novela incluyo algo así como: “Que en su lectura encuentres las mejores sensaciones”. Y a Arturo la lectura de La renta del dolor le ha debido provocar buenas sensaciones. Hemos hablado de ella casi en volandas, en mitad de un pasillo que nos llevaba a quehaceres propios, un poco de los personajes y de los lugares que aparecen en ella. Y alguno de esos personajes esperaba que fuese real. No sabría decir si he advertido una mueca de desilusión al revelarle que el maestrito es un personaje de ficción. Aunque sí le he dicho que para describirlo me inspiré en aquel maestro jubilado que durante muchas tardes de mi infancia me daba clases particulares en su casa de la calle Hornillo de Cartuja. Era el reconocido don Esteban, cuya imagen a día de hoy soy capaz de describir casi con total fidelidad, igual que el reconocimiento a la inestimable ayuda que me prestó. Que Arturo me haya dicho que la novela le ha provocado buenas sensaciones ha sido quizá la única satisfacción del día, tal y como barrunta todavía la política de recortes del Gobierno (¿cuando le tocará a los mercados?) y ese incendio que se ha cobrado la vida de un piloto de helicóptero en Valencia.
Que despierte buenas sensaciones me hace pensar que la novela sigue aún viva.
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