Hace unos años tuve ocasión de tomar contacto con personas que defendían la educación diferenciada en la escuela. Me proporcionaron un informe en el que se promovía esta opción educativa, que leí con interés aunque no la compartiera. Se daban unos cuantos argumentos y referencias a estudios ‘científicos’ donde se argumentaba la bonanza de este tipo de agrupamientos en la escuela y que favorecían los procesos de aprendizaje del alumnado. El interés mediático por este tema se ha despertado a raíz de la sentencia del Tribunal Supremo que desestimaba el concierto educativo para unos centros religiosos que practicaban este modelo. Hasta aquí algo normal en un Estado de Derecho que se regula por la acción y aplicación de sus leyes.
Lo que ya no es tan normal es la postura del ministro de Educación, José Ignacio Wert, pretendiendo enmendarle la plana al propio Tribunal. Este ministro desde su llegada al Gobierno no ha generado más que confusión en el mundo de la educación. Cambia los temarios de oposiciones a mitad del proceso de preparación, limita becas para estudiar idiomas en el extranjero, alimenta la guerra de la Educación para la Ciudadanía y, ahora, lo remata con su decisión de apoyar económicamente a los centros que promueven la educación diferenciada aunque tenga que cambiar la ley. Grotesco proceder que está metiendo continuamente a la educación en un permanente sainete que en nada le beneficia. Digamos que antes que impulsarla y mejorarla la perjudica, y la lanza directa a la arena de muchos ‘lavaderos públicos’ que es en lo que se convierten algunas mesas de tertulianos. En estos foros se han escuchado todo tipo de barbaridades propias del amateurismo de quienes no saben bien de lo que hablan, aunque opinen. Son numerosas las diatribas superficiales expuestas para justificar que un grupo mixto de alumnos alienta más la violencia, o que los niveles o ritmos de aprendizaje se ven mermados porque chicos y chicas convivan en un aula. Como si el único factor de aprendizaje dependiese de tener en el pupitre de al lado una persona del sexo propio o contrario, según el caso. Al hablar de la violencia no sé si se referirán a que se impone la ley de la manada en la que los machos más dotados se disputan a golpes o dentelladas a las hembras. Yo que estudié en los Salesianos en pleno apogeo de la educación diferenciada (claro está, sólo con chicos) recuerdo que las peleas, las vejaciones entre compañeros, el trato cruel hacia el otro, estaban a la orden del día. Y no había chicas de por medio. Eso sí, cuando nos relacionábamos con ellas en la calle, nuestra percepción del otro sexo difería mucho de la que puedan tener ahora los chicos de un instituto.
La educación diferenciada no puede ser ofertada desde un servicio público, iría en contra de cualquier precepto constitucional. El Tribunal Supremo ha fallado en contra de mantener la concertación con un centro educativo que segregue a los alumnos por sexo en aulas separadas. Si el ministro Wert se empeña en que se debe promover la enseñanza diferenciada, que lo haga, pero no con dinero público. Esta es una cuestión que si se pretende que sea política lo será, pero con el consiguiente desgaste para el prestigio de nuestra educación, ya bastante minado desde atrás y reforzado por este Gobierno en el poco tiempo en que este ministro lleva en su cargo. Hay colegios en nuestro país que tienen establecida la enseñanza diferenciada y no están concertados. Nada que objetar. Son tan respetables como los públicos y los concertados, y los padres que mandan a sus hijos a estos colegios son tan libres de hacerlo como los que los matriculan en centros sostenidos con fondos públicos. Esta es la grandeza de nuestra democracia. Pero, por favor, no subvencionemos con dinero público opciones que están fuera de nuestro marco general de valores democráticos.