martes, 14 de mayo de 2013

SER JOVEN, SER MAYOR

Ser joven parece que es uno de los grandes anhelos de las sociedades modernas, a las que se les vende el mito y, de camino, unas excelentes técnicas de cirugía estética. El mito de la eterna juventud ha existido desde siempre, muchas veces asociado a la intermediación del diablo. La excelente novela de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, quizá sea la obra que mejor lo representa en lo literario. Pero no faltan ejemplos: leyendas orientales, la figura de Preste Juan o la leyenda de la fuente de la eterna juventud en la América prehispánica que tanto buscó obsesivamente Ponce de León. El mito de la juventud es un principio casi existencial en la historia de la humanidad.

Últimamente se ha vendido lo de ser joven (a veces de forma grosera) como un gran valor de nuestra sociedad. En política ha sido uno de los grandes reclamos para ganar votos. Y en algunos casos el aval perfecto para trepar en ella, con el beneplácito de los que la dirigen, que suelen ser mucho más mayores, pero a los que les queda bien en el discurso eso de hablar de renovación y de la fuerza de la juventud, aunque a ellos no haya quien los menee, a pesar de cumplir más y más años ahí situados. En este ‘engolfamiento’ social, el valor de la juventud parece haber estado por encima del valor de la experiencia, de la sabiduría, del mérito y de la capacidad. Nombrar ministras con treinta años parecía de lo más progresista, tener jóvenes en puestos ejecutivos de empresas era como una garantía de fabricar mejores productos. Para la publicidad el filón de ser joven no se ha terminado todavía. A ellos (niños y jóvenes) se dirige probablemente el noventa por ciento de la publicidad. Son el reclamo perfecto para venderles productos a ellos, y también a los demás que identifican el producto con su anhelo personal no confesado de querer ser joven como los del anuncio.

Ahora, con la crisis, parece que esto de ser joven se ha vuelto una temeridad (a la alta tasa de desempleo de jóvenes me remito). Aunque por el camino también nos hemos dejado el valor de ser mayor, obviamente algo más desacreditado que lo de ser joven, aunque siempre teníamos por ahí un ‘viajito’ del Imserso para dar la impresión que nos preocupaban nuestros mayores. Y qué decir si hablamos del mercado laboral. Sabemos que este no parece hacer distingos, ni se apiada de nadie. Los jóvenes tienen limitado su acceso, y los que acceden lo hacen de manera muy precaria (tanto en tiempo de trabajo como en remuneración económica). Pero tampoco lo tienen mejor los que se montan en cincuenta o más años, y no digamos los de sesenta o más. Está claro que tratándose de mirar el balance comercial, los beneficios son los beneficios.

En la Comunidad Autónoma de Madrid las autoridades sanitarias han decidido quitarse de en medio a un puñado grande de médicos. No porque no estén preparados, sino porque son muy mayores (más de 65 años) y resultan muy gravosos para el presupuesto. Aquí parece que el beneficio también es el beneficio, aunque se trate de un ente público. A lo que se ve, no vale de nada la experiencia, ni el buen hacer, ni la sabiduría de estos médicos, muchos jefes de unidades especiales, que por su edad todavía les queda algo de vida laboral activa. Ni causa estupor prescindir de la aplicación del mejor conocimiento en un hospital, ni que personas que lo atesoran se vayan a su casa porque resultan gravosos para el presupuesto sanitario, aunque sea a costa de aminorar la calidad sanitaria.
Estas son algunas de las cosas que pasan en este país. Seguro que en esto tiene que ver también la intermediación del diablo.

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