En
mi país se está produciendo una clara involución. Los pueblos se hacen más
brutos cuanto más se entontecen sus
dirigentes. Pretender machacar judicialmente a alguien por opiniones o actos fuera de tono,
de mal gusto o poco atinados, es como cuestionar en cualquiera de nosotros algún
exabrupto que alguna vez se nos ha escapado. Desde que el PP se empeñó en moralizar
la vida pública española a base de normas sobre buenas costumbres, medidas bajo
el prisma de la fe católica, los tribunales se han llenado de demandas contra
todo lo que suene a irreverente y transgresor. En España tenemos un ministro
del Interior, Fernández Díaz, que está permanentemente velando por la salvación
de nuestra alma y metiendo a la Virgen como parte de nuestra seguridad, lo cual
no es de agradecer. Me da que hemos vuelto al país de Rita la Cantaora (con
perdón para Rita Giménez García, la artista), el de aquella España cutre y de
escasas aspiraciones con que acababa el siglo XIX y empezaba el XX, cuando se
decía aquello de que trabaje Rita o que se levante Rita.
Muchas
de esas salidas de tono o de mal gusto tienen
que ver con la manera burda que algunas personas tienen de expresar sus
pensamientos. Ahí tenemos los casos de los titiriteros, el asunto del concejal
Zapata con sus tuits o lo de la ‘madrenuestra’. No me parecen las formas más
correctas de decir lo que queremos decir. Ahora estamos asistiendo al juicio contra
de Rita Maestre, portavoz de Ahora Madrid en el Ayuntamiento. El motivo: subirse
la camiseta y enseñar las tetas al tiempo que se vociferaba, al parecer, con
sus compañeros cosas como: “vamos a quemar la
Conferencia Episcopal”, “menos rosarios y más bolas chinas”, “contra el
Vaticano poder clitoriano”, “arderéis como en el 36” o “sacad vuestros rosarios
de nuestros ovarios”, en la capilla de la Universidad Complutense hace
cinco años. Como los tiempos de la Justicia en España son así, ha pasado este
tiempo y ahora sale el juicio, algo así como ocurre con el toxicómano
rehabilitado que por robar una gallina se le quiere meter en la cárcel siete
años después, cuando ya ha rehecho y normalizado su vida.
Yo
fui también joven, como Rita Maestre, me hice ateo y de izquierdas cuando salía
de la adolescencia, a lo que me ayudó mucho la presión religiosa en mi época de
estudiante, asaeteado (como muchos de mi edad recordaréis) por absurdas interpretaciones
religiosas que querían explicarnos la vida, y el crecimiento de mi pensamiento
crítico que no se tragaba tantas explicaciones transcendentales basadas en
hechos religiosos, amén de algunas lecturas marxistas. Y siendo así de joven no
se me ocurrió nunca llevar a cabo actos de semejante ‘irreverencia’ como el de Rita Maestre y sus acompañantes en
una iglesia, ni ser desconsiderado con las creencias de los demás, ni nada
parecido. La presión religiosa sobre nuestras vidas de entonces era más
asfixiante que la de ahora. Simplemente, no volví a pisar una iglesia para asuntos
de culto, solo lo he hecho cuando he ido a contemplar su arquitectura o las
obras artísticas que contienen. Me encanta pasear por el interior de una
catedral o una iglesia y respirar el espíritu artístico y los siglos que encierran.
Tampoco voy a ver procesiones de Semana Santa, ni otras manifestaciones
públicas de religiosidad; que creo, por otra parte, deberían quedar en el
ámbito de los templos religiosos, negocio turístico aparte.
Se
acusa a Rita Maestre de delito contra los sentimientos religiosos, y esto sí es
verdad que lo entiendo menos. Un delito contra un sentimiento creo que es algo
tan etéreo como atentar contra el sentimiento de los fans de Star Wars o contra
la fe de los devotos de la iglesia ‘maradoniana’. Es cierto que en lo religioso
cuando se cruza el fanatismo y la intransigencia todo se vuelve muy peligroso. Tampoco he
entendido nunca que si es una mujer la que entra con los hombros descubiertos en
una iglesia romana se considere un acto indecoroso y esté prohibido, pero si un
hombre entra en pantalón corto, ya no.
Para
protestar no es necesario ser irreverente, para defender las propias
convicciones no es preciso injuriar ni descalificar a nadie, pero lo que ha llevado
a Rita Maestre a un banquillo, catalogado de semejante delito, me parece una
aberración en un Estado democrático. Como tampoco comprendo qué pinta una capilla
en una Universidad pública de un Estado laico.
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