Estuve la
semana pasada en La Herradura por cuestiones profesionales, pero dispuse de unos
minutos para pisar la arena y mirar el mar y el cielo y esa línea recta que los
unía en un prodigio de perfección en el horizonte.
Visité un
instituto y me dejé atrapar por la energía que rebosaba en los chavales, y me
interesé por su empeño en trabajar mejor en clase, y me dijeron que aprendían
más y estudiaban mejor en aquel grupo reducido. Me alegré.
Salí y volví
a pisar la arena. Mirando el horizonte, me serenaba.
Había
llegado enrabietado. Hastiado de ver cómo la prensa moldea sus líneas
editoriales para defender intereses ocultos, incluso dispuesta a defender ideas
que han agotado la democracia en España y que ahora las presentan como que todo
tiene que cambiar para que todo siga igual.
Había bajado
a la costa harto de ver cómo la Justicia alarga y alarga procedimientos
judiciales, da vueltas a las leyes, hasta hacerlas enrevesadas como
circunloquios, y todo para que los poderosos que han esquilmado este país no
entren en la cárcel.
Llegué
aburrido de contemplar cómo en este país falta la vergüenza y la transparencia,
la honestidad y la moralidad, el humanismo y la solidaridad. Cómo, si se puede,
se difama a quien sea, a quien aún defendiendo intereses nobles pone en
cuestión los que nos tocan a nosotros de cerca.
He visto
cómo los partidos políticos (todos) se miran el ombligo nacional,
independentista, despótico, irracional, infame, insensato, mugriento,
grasiento, y no defienden los intereses y las necesidades de la ciudadanía.
Cómo sus argumentos cambian al son del aire que más les conviene, a favor de intereses
que son la mayor parte de las veces los de esa clase oligárquica y privilegiada
que ostenta el poder orgánico.
Miro este
horizonte donde se superponen la tierra, el agua y el aire, y me serena. Me
alivia, me hace recogerme sobre mí mismo. En ese momento es lo único que deseo.
La bahía de
La Herradura estaba serena esa mañana. Allí hubiera permanecido más tiempo, lo
deseaba, para ganar libertad, para ganar las fuerzas necesarias para soportar
tanta mezquindad, ignominia y crueldad en la que hemos convertido este planeta.
Aunque fuera sólo para eso, y quizás volar hasta aquella línea recta tan
perfecta acunado en el vaivén sereno que mostraban las olas esa mañana.
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