Pocos han sido los
intentos dirigidos a alcanzar un pacto por la educación durante la
democracia. Las escasas tentativas
habidas no han fructificado, evidenciando falta de interés colectivo,
incompetencia y fracaso político. En los últimos días hemos vivido un cambio
político en España y la sensación percibida es que la educación no ha parecido
contar demasiado. En las quinielas de los ‘ministeriables’, la educación ni
siquiera aparecía como rumor.
El
primer intento: aquella
iniciativa de pacto (2010), auspiciada por Ángel Gabilondo. El siguiente: el frustrado Pacto
de Estado Social y Político por la Educación de hace unas semanas, donde
estaban representados los partidos: PSOE,
Unidos Podemos, ERC, PdeCAT, PP y Ciudadanos. No sé si habremos aprendido algo,
porque la tónica ha sido siempre dictar leyes educativas sin consenso político,
para fracasar. La última, la Ley Wert, sin consenso ni respaldo social, la
estamos viendo deambular como alma en pena por los centros educativos.
Tenemos nuevo Gobierno, pero no solo quiero dirigirme a él, también a todos los
partidos representados en la extinta subcomisión del Congreso para el Pacto
Educativo.
La
sociedad, poniendo oído a lo demandado desde la escuela, viene lanzando desde
hace años continuos SOS para que la política alcance un pacto educativo. Si
conocierais cómo funcionan las escuelas, observaríais la inestabilidad
normativa en que se debaten cada día quienes asumen la inestimable aventura de
educar a niños y jóvenes, a pesar de décadas penando con continuas leyes
educativas, y veríais cómo vuestras irreflexivas y egoístas acciones generan un
riesgo extremado para el futuro de la educación.
Si
supierais qué es un centro educativo, qué se hace en él, cómo se forja el
futuro de los ciudadanos y de la propia sociedad, comprobaríais que los
docentes son tan inteligentes que no se creen casi nada de lo que diseñáis,
legisláis o configuráis, porque están aburridos de tantos cantos de sirena
traídos por cada ley nueva que parece anunciar la solución a todos los males.
Y es
más: entenderíais cómo los docentes, a pesar de todo, siguen con su paciente
trabajo callado con sus alumnos, olvidándose de que en tres décadas pasasteis
de los objetivos operativos a las capacidades, de estas a las competencias y
ahora a los estándares, como si en cada paso descubrierais la piedra roseta de
la educación, sin reparar que la buena educación está en el trabajo silencioso
y sin altibajos de los docentes. A la educación hay que tenerle amor, sin ella
es difícil conocer lo que realmente necesita. Si no se cuida, es fácil frustrar
las ilusiones que atesora.
Y para
que todo no sean reproches, para vuestra ilustración, y si acaso retomarais la
subcomisión en un futuro, me detendré en seis claves para dotar de estabilidad
al sistema educativo. La primera: una educación laica, como el Estado
democrático al que hace referencia la Constitución, y con las confesiones religiosas
al margen de la escuela. La segunda: escuela pública, garante de valores
democráticos e individuales, respetada socialmente. Respeto que empieza desde
la política.
Tercera:
marco normativo estable, con principios educativos generales que garanticen una
educación democrática en la que quepan diferentes iniciativas: valores
democráticos, igualdad de oportunidades, inclusividad, libertad de educación...
Cuarta: inversión y buena gestión, aunque invertir no siempre sea sinónimo de
éxito. Ha habido
épocas de gran inversión y no se han recogido los frutos esperados. Hay afectos
y entusiasmos que no se pueden comprar. Quinta: limitar el intervencionismo
administrativo y político en la escuela. Si confiamos en la gestión de los
directores y nos fiamos del trabajo de los docentes, ¿qué necesidad hay de
estar continuamente marcando directrices? En todo caso, ofrecer los recursos
necesarios y pedir responsabilidades.
Sexta: profesorado
bien formado y reconocido socialmente. Cuidemos al docente, es la clave de una educación
innovadora y acorde con los principios democráticos. Solo un docente
comprometido con su trabajo y sus alumnos es garantía de éxito. Formación
adecuada (inicial y permanente) y selección de los más idóneos; para ello:
tribunales de selección con miembros preparados y capacitados. Fuera intereses
políticos, sindicales o cualesquiera otros, y no exclusión de colectivos
técnicos y formados en materia de evaluación. Necesitamos tribunales
competentes, centros piloto de acceso a la función pública y un buen sistema de
formación del profesorado en Universidad y formación permanente. En el
ejercicio de la docencia, la educación necesita algo más que un sentido
funcionarial, precisa compromiso y amor por un trabajo que no es un trabajo
cualquiera.
Partidos
políticos de la extinta subcomisión del pacto educativo, la educación no se merece el
trato dispensado, ni su utilización como mercancía política. Observad sus carencias,
casi todas conectadas con actuaciones administrativas, confusiones normativas o
desmesurado afán de control. La educación se ahoga en la inseguridad, en
rutinas ajenas a ella, en la montaña de trámites administrativos, muchos
inútiles, a que son sometidos docentes, directores e inspectores, y que solo
generan hastío. Hoy cunden ilusiones rotas y desánimo ante tanto cambio
innecesario y la avalancha de ‘seudoinnovaciones’ educativas, que son como la
espuma que pronto desaparece sin dejar huella, aunque al principio despierten
un terremoto de esfuerzos y gastos improductivos.
La desactivación de la mesa del
pacto denotó fracaso político y constatación del uso de la educación como arma
política. Reabramos la subcomisión por el Pacto Educativo, no volvamos a
fracasar.
Menos mal que la
escuela sigue abriendo sus puertas cada mañana y que los docentes siguen
educando y formando a los ciudadanos, a pesar de vosotros.
*Artículo
publicado en Ideal, 10/5/2018
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