Hay utopías que
desmintiendo su semántica encuentran la manera de despertar los sueños que las
concibieron. Llevo años pensando en nuestra torpeza como sociedad por no dar a
la educación el valor social que se merece. Inundamos los discursos de palabras
que hablan de una sociedad mejor mientras descuidamos el motor que ayudaría a
ello: la educación. Nuestra sociedad puede ser la más rica, tener las mayores comodidades,
poseer ingentes cantidades de bienes de consumo, pero no por ello tiene por qué
ser la mejor. En una sociedad como la actual (abierta, compleja,
interrelacionada, globalizada, multidiversa, sistémica, incierta, agresiva,
contradictoria…) no cabe duda que la educación es la piedra angular que se
necesita para vertebrar y cohesionar el tejido social.
Amin Maalouf decía en
su obra El desajuste del mundo que el siglo XXI debería ser el siglo de la cultura y la educación, ya
que el XX habiéndolo pretendido no pudo serlo, de manera que con el concurso de
ambas cabría entonces construir ese mundo mejor al que aspiramos, al tiempo que
haríamos más libres a los seres humanos. Sin embargo, en nuestro tiempo
advertimos un divorcio cada vez mayor, con intereses contrapuestos, entre lo
que representa la escuela y la sociedad donde se incardina.
No es la escuela la
única que educa, como no es tampoco solo la familia, hay otros muchos agentes
sociales que también lo hacen. La irrupción de las plataformas digitales en nuestra
vida (Youtube, Instagram o la misma publicidad) han abierto en nuestros jóvenes
un sinfín de ventanas donde mirar y cientos de arquetipos sociales en los que
fijarse. Tener en casa a personas jóvenes y dejar que se adueñen de la smart
tv, el ordenador, la tablet o el móvil es una oportunidad para descubrir cuáles
son sus intereses y aficiones. En ellas encontramos un universo atestado de
imágenes, videoclips o ‘reality show’, donde circulan cientos de 'youtubers'
que cuelgan miles de vídeos donde muestran su vida personal, sus extravagancias
o el modo de interpretar el mundo. Al igual que hay miles de canales de música
con escenas y letras en las que el machismo, la depreciación de la mujer o la
violencia aparecen justificados en exhibiciones tan burdas como reales sustentadas
en relaciones sociales primarias.
Estas plataformas digitales
(puestas aquí como ejemplo) influyen enormemente, con un poder que no
deberíamos menoscabar, en la educación de nuestros jóvenes, en una proporción
mayor que la familia o la escuela. Se han agregado a la publicidad, que ya representaba
estereotipos consumistas, machistas o conceptos de vida relajada y poco
comprometida. La sensación que nos queda es que la educación que se imparte en
la escuela está muy alejada de una realidad por descubrir. Cabría entonces
preguntarse: ¿qué le queda por hacer a una escuela voluntarista frente a ese
otro modelo social que no la tiene en cuenta y pregona otros valores?
Socialmente la
educación está concebida para alcanzar la perfección. A las instituciones
escolares se les exige competencia para trabajar en el terreno de la moralidad,
la ética, la axiología o la socialización, y asimismo atender a todos los
problemas de la sociedad, y solucionarlos. Y, entretanto, el resto de agentes
sociales inhibidos de la tarea. El consenso social en torno a la educación está
roto, no existe acuerdo en cómo y sobre qué educar. La política no ayuda, y los
grupos e instituciones educativas solo ven en la escuela la defensa de sus propios
intereses.
Tras la dictadura, la
democracia generó un cierto consenso sobre los objetivos y valores que debían
fomentarse en la escuela. El espíritu democrático, y todo lo que ello comporta,
debía empapar la educación de las nuevas generaciones. No educar a ciudadanos libres
y democráticos implicaba que la sociedad no avanzaría en democracia. Han pasado
cuatro décadas, y no estoy tan seguro de que aquella finalidad la hayamos
alcanzado.
Martha Nussbaum
reflexionaba en su obra Sin ánimo de lucro al respecto de las necesidades de la democracia: “estamos en medio de una
crisis de proporciones masivas y de grave importancia mundial”, y no se refería
ni a la crisis económica de 2008, ni al terrorismo internacional, aludía a otra
crisis que pasa más desapercibida y que es más perjudicial a largo plazo para
el futuro de la democracia: la crisis mundial de la educación.
Los sistemas
educativos están en crisis. Es difícil que encuentren el camino para alcanzar
esa idea de perfección que se les exige. Son capaces de dar contadas respuestas
individuales: formar técnicos en determinados segmentos productivos o asegurar
la formación del joven que aspira a entrar en la Universidad, pero para dar una
respuesta colectiva de mejora de la sociedad se muestran inoperantes. Es aquí
donde se encuentra gran parte de su fracaso y, por extensión, de la sociedad en
su conjunto.
El futuro de la
democracia está en peligro. La manipulación de los individuos en las sociedades
modernas resulta cada vez más fácil y se realiza con mayor descaro. A la
educación le está costando formar personas libres y críticas para una sociedad
libre, fundamentalmente porque tiene un enemigo demasiado poderoso: la sociedad
construida bajo premisas y valores que entran en contradicción con los de la escuela.
La escala de valores que se enseña en la escuela no es la misma, ni tan
poderosa, que la que revolotea en la vida en sociedad.
Siendo la educación
el factor más valioso para asegurar el futuro, es inconcebible ver como
socialmente la tenemos descuidada. Cuando una sociedad no valora la educación,
no se valora a sí misma. ¡Para cuándo la utopía de una sociedad educadora!
* Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 28/01/2019
1 comentario:
Excelente articulo. La clave, como bien dice Antonio Lara, es la educacion. Pero el caso es que desde la familia hasta el ultimo responsable saben de esta situacion. Ahora que maestro recien jubilado miro hacia atras y veo la enorme importancia de mi profesion. Podriamos empezar por ayudar a los/las maestros en esta enorme e ilusionante tarea. Podria ser un buen comienzo.
Pero ante todo darle mi mas sincera enhorabuena a Antonio Lara por su magnifico articulo.
Publicar un comentario