De mi paso por la
política aprendí varias cosas. La que más me dolió, aparte de la falta de ética
y lealtad exhibida por algunos políticos compañeros, fue el menosprecio con que
se trataba a las instituciones. Pude comprobar que para muchos las
instituciones no son más que otro medio donde sustentar intereses personales o
de partido. Las manipula el independentismo catalán de la manera más obscena
que cabe, y se manipulan en el Estado, las autonomías y los ayuntamientos. No les
importa utilizarlas como moneda de cambio o para colocar, aun sin competencia,
a los adictos. Las instituciones, el verdadero sostén de la democracia, casi lo
único que nos queda cuando se desborda la corrupción y la infamia.
Por Granada lloraron ilustres
antepasados granadinos. “Tu elegía, Granada, es silencio herrumbroso / un
silencio ya muerto a fuerza de soñar”, decía García Lorca en su Granada. Elegía humilde. Como antes lo
había hecho Ganivet. Granada resulta una ciudad dura para vivirla y para
sentirla, y la han hecho más dura, si cabe, los que han mostrado su
incompetencia para defenderla, cuando les tocó, allí donde había que defenderla:
Madrid o Sevilla.
La historia de Granada
es la historia de una decadencia, con sus salvedades, arrastrada desde el siglo
XVI y sumida en un estado de parálisis que nunca supimos revertir, ni siquiera en
el primer tercio del siglo XX con la industria azucarera, ni en nuestra etapa
democrática.
Granada, ciudad de botellones, de despedidas de soltero, de turistas
atiborrando las calles, de bares de copas. Solo la Alhambra y Sierra Nevada
como grandes reclamos turísticos y motores económicos (aunque en su gestión no
falten los lamentos). La etiqueta de ciudad de servicios no es suficiente para
espabilarla. Demasiado lastre para una ciudad y provincia con datos
socioeconómicos siempre a la cola del país, y con una dispersión demográfica y
un raquítico desarrollo rural que la despuebla.
No
es necesario que rememoremos las lágrimas de Boabdil al alejarse de Granada
para seguir llorando por ella. Nuestras lágrimas son de ahora: pérdida de
patrimonio artístico y monumental, de espacios verdes en la vega ante la
especulación urbanística, descapitalización y casi desaparición del sistema financiero,
olvido frente al retraso secular en las comunicaciones o en la economía.
El espectáculo ofrecido
por los partidos políticos en la reciente constitución del Ayuntamiento de
Granada no se disculpa porque haya sido la tónica general en todo el territorio
nacional. Demasiado cambalache para ofensa de las instituciones y de la
inteligencia de los granadinos. Granada, desgraciadamente, también presente en
este escaparate nacional, mientras los ciudadanos asistimos incrédulos a un espectáculo
político deplorable. Espero que cuando volvamos a las urnas nuestra memoria sea
la de un elefante y no la de un pez.
Los candidatos a la
Alcaldía de Granada de los tres primeros partidos ya estaban en política cuando
hace diez años finalicé mi incursión transitoria en la vida pública. Y seguían
estando cuando en 2012 puse fin a mi actividad política después de haber
asistido a un vergonzoso espectáculo de presiones y ofrecimientos por quienes
aspiraban a mantenerse aferrados al poder orgánico del PSOE. Vi que no estaba
hecho para aquello, solo quería trabajar, no estar a cada rato a la gresca
interna. En aquel entonces mi único pecado fue postularme a favor de la
democratización del partido socialista, extremo que al final ha llegado y que aquel
poder orgánico se resistía a aceptarlo. Luego, aquella disidencia, si es que se
puede calificar así trabajar por un partido más democrático, me ha servido para
recibir algunas represalias políticas cuando he acudido en contadas ocasiones a
presentar mis proyectos culturales (hablar de mis libros, solo eso) a alguna
institución granadina. Un modo de proceder mezquino de quienes nos representan
en las instituciones, y una prueba del uso partidista de las mismas. ¡Profunda
decepción!
Los tres candidatos (Cuenca,
Pérez y Salvador, este entonces como socialista) ya hablaban de proyectos y de
futuro para Granada. Pasado el tiempo, y ocupando cargos, nada se ha materializado
(algunas migajas, sí). Granada sigue estando donde me la dejé, o algo peor por
el zarandeo de la crisis. Tan solo miremos la tardanza del metro, el déficit en
infraestructuras viarias, la deplorable situación del ferrocarril, el eterno
retraso de las conducciones de la presa de Rules, el adiós a Caja Granada, la
conversión de la ciudad y la provincia en mero espacio de servicios.
Granada, ciudad y
provincia, se debaten en una indefinición constante. Han pasado gobiernos
municipales y provinciales en lo que llevamos de siglo, y la indefinición
continúa. Y lo que nos faltaba ahora era este espectáculo político que hemos
mostrado al resto de España en la disputa del sillón municipal. Nuestra imagen
hundida un poco más. Que gobierne una
opción política con cuatro concejales de veintisiete es cuanto menos extraño.
El voto mayoritario de los granadinos no se ha respetado.
Hemos aprendido poco en
política, o acaso la política sea esto: un ejercicio obsceno donde los
intereses generales es lo menos que cuentan. Con espectáculos como el vivido en
Granada lo más fácil es que cunda el desánimo y la política siga bajo el
descrédito.
“Tú que antaño tuviste los torrentes de rosas…
/ Tú que antaño tuviste manantiales de aroma”, escribía Lorca sobre Granada desde
la añoranza para describir el presente de su tiempo: “Tus torres son ya
sombras. Cenizas tus granitos, / pues te destruye el tiempo… / Hoy, ciudad
melancólica del ciprés y del agua”. El presente de mi tiempo, a pesar de la
distancia histórica y los nuevos tiempos, no es más alentador.
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