Mira que me he resistido, pero ya se sabe, cuando todo el mundo habla de lo mismo, ese chismorreo del mes de agosto, mi inicial firmeza de no referirme a ese señor que un día se tiró al monte, haciendo honor a su apellido, se ha doblegado. Creo que ya habrán adivinado de quién se trata. ¡Para qué mentar la bicha, así, de sopetón!
Cataluña ya no es lo mismo que era en la época dorada de Pujol y Mas, tan generosos ellos con Madrid, todos adulándolos, y sus bolsillos repletos. González, Aznar, Zapatero y hasta Rajoy, antes que le dieran el susto del ‘procés’ y echara mano del 155, que apoyó Sánchez, no lo olvidemos. Ahora Cataluña es otra cosa: ya no pide dinero, quiere amnistía y referéndum de autodeterminación. ¡Lo que ha cambiado la vida, ¿verdad?!
Pronto se cumplirán seis años de uno de los episodios más graves de nuestra democracia: la declaración de independencia de Cataluña. Y añorando a Lorca, aquellos ojos míos de 10 de octubre de 2017 vieron cómo se proclamada la república catalana como “Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social”. Aunque tan efímera que antes de cumplir un minuto de vida fue suspendida motu proprio. Desde ese momento el independentismo iniciaba un declive que aún persiste, a pesar de tantos pataleos en años sucesivos, algunos de violencia extrema con las acciones de los Comités de Defensa de la República. A día de hoy, las hostilidades entre los independentistas, atacándose mutuamente, y la supuesta unidad entre Junts y Esquerra es una entelequia
Como fiera herida, el independentismo es capaz de soltar zarpazos para defenderse. Ellos no creen en la independencia, solo la utilizan para meter miedo y amortiguar la frustración de los que todavía creen que es posible. En las últimas elecciones generales, las fuerzas independentistas con representación parlamentaria se situaron, en número de votos, como cuarta (ERC) y quinta (Junts), con un total de 855.517 votos, frente a las opciones de partidos de adscripción nacional (PSOE, Sumar y PP), cuando en 2019 fueron la primera (ERC) y la tercera (Junts), con un total de 1.405.084 votos. De una a otra elección han perdido 549.567 votantes.
El nacionalismo como doctrina y movimiento ideológico, político y social, todos los nacionalismos, de la estirpe que sean, promueven la exclusión del otro, del sector de la población ajena a su órbita ideológica, son insolidarios y antidemocráticos. El siglo XX es un muestrario de tristes y, a veces, sangrientos conflictos a los que ha dado lugar. Quienes tenemos una visión universalista de los pueblos, detestamos el nacionalismo, lo consideramos un mal retrógrado que no trae más que discriminación, injusticia social e insolidaridad entre los pueblos. Respetamos la diversidad de los pueblos, pero no las posturas excluyentes.
El nacionalismo catalán siempre ha jugado un papel relevante en los Gobiernos de la democracia, excepto cuando alguno de los partidos hegemónicos conseguía mayoría absoluta. La derecha catalana ha pasado de ‘colaborar’ con los Gobiernos de España, a cambio de sustanciosas inversiones en Cataluña, y de moverse a sus anchas desplegando una red de corrupción bajo la vitola de la impunidad (‘pujolismo’, 3%, contratos ilegales, saqueo del Palau…), a posicionarse como bandera del independentismo más radical, superando a la izquierda catalana, que siempre se ha mantenido en sus postulados, gusten o no, con cierta coherencia.
El sostenimiento del Gobierno de Sánchez en los pasados cuatro años es evidente que ha despertado un sinfín de interpretaciones. Pero quizá habría que reparar que, con él, el independentismo ha estado más sujeto que nunca y se ha debilitado notablemente. Los proponentes del ‘procés’ pasaron en su mayoría por el banquillo de la justicia, sufrieron pena de prisión, se les rebajaron las penas y sus posturas delirantes se han amortiguado.
Solo queda el que se tiró al monte y algunos adláteres, que patalean porque tienen miedo a caer bajo la acción de la justicia. Sí, el prófugo Puigdemont. Bélgica y las artimañas europarlamentarias han frenado las órdenes internacionales de detención y extradición dictadas por el juez Llarena, ahora frenadas hasta tanto no se pronuncie nuevamente la justicia europea sobre la inmunidad de los fugados. Demasiados impedimentos, algunos de dudosa correspondencia entre países democráticos.
Las exigencias de amnistía y referéndum de Puigdemont, no compartidas por los sectores más moderados de la derecha catalana, son una huida hacia adelante. Movido por el egoísmo personal, e importándole un bledo el independentismo que una vez defendió con vehemencia, trata de salvar su pellejo con perdones y cosas así. No quiso ser un traidor en la declaración de independencia de 2017, un estigma que le hubiera perseguido toda la vida, pero terminará compareciendo ante los jueces. En estos días los juristas prodigan opiniones versadas sobre la constitucionalidad o no de la amnistía.
La cobardía de Puigdemont es manifiesta. Junqueras permaneció en España dando la cara, mientras que el expresidente de la Generalitat huyó. Como le acucia que lo metan en la cárcel, el resultado de las elecciones generales le ha dado vida política para medrar. Su discurso está plagado de palabrería e inconcreciones, intentando forzar la situación hasta ver si consigue algo.
Hoy, nuevamente en otra madrugada calurosa, esta vez amortiguada por una brisa marina que trae tanto sosiego al contemplar el amanecer de un mar tranquilo y sereno, lanzaré un brindis al sol naciente: “Puigdemont, entrégate ya, no escurras más el bulto, sé valiente como los otros que permanecieron dando la cara”.
*Artículo publicado en Ideal, 28/08/2023
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