Hemos entrado en un puritanismo sin cuartel cuando del pasado se trata. No hace mucho alguien le dio una vuelta de tuerca a la película Mary Poppis. ¡Pobrecita!, tan cándida la institutriz, de modales depurados, tan femenina y pura. El Reino Unido había elevado la clasificación por edades de la película por su “lenguaje discriminatorio”. Los que la vimos en nuestro tiempo solo nos fijábamos en el espléndido colorido y en esa brujita-maga que todo lo hacía con tanta gracia. El gran pecado: la Junta Británica de Clasificación de Películas subrayaba que el filme (1964), utilizaba dos veces la palabra hottentot para referirse despectivamente a personas negras. Es verdad, no se puede ir por el mundo diciendo esas cosas, pero entonces se decía.
Los de nuestra edad estamos entre la generación X y la Y, sensible y de cristal, con la mentalidad arropada entre derechos humanos y ‘medioambientalismo’, obligados a pedir perdón por los errores y desafueros cometidos por nuestros antepasados en América, Oceanía o África. Cuestionamos el saqueo, como imperialistas y colonizadores, de riquezas y patrimonio de culturas clásica, mesopotámica o egipcia y, siendo coherentes, deberíamos devolver los tesoros arqueológicos y artísticos expoliados, y acaso, con intereses, las riquezas obtenidas con las materias primas usurpadas. Aunque si hubiera que reclamar, me pediría la devolución del patio central del palacio de los Vélez reconstruido pieza a pieza en el ‘Metropolitan’ de Nueva York, cuya visión me produjo admiración al tiempo que un agrio impacto, recordando la imagen fría y desnuda del patio palaciego en la localidad almeriense.
Es posible que el pasado demande un resarcimiento por tantos desmanes, pero la Historia, no. Analizar el pasado bajo nuestra visión del mundo es un dislate. Tendríamos que borrar gran parte de la historia de la humanidad. Hemos caído en el fundamentalismo revisionista de la Historia, pretendiendo reescribirla y ponerla a nuestro gusto, tergiversando los hechos acaecidos en su contexto.
Habría que cuestionar, asimismo, multitud de películas que nos deleitaron en tardes de cine. Tardes compartidas con la pandilla o las primeras novietas, y parejas acurrucadas en las últimas filas metiéndose mano o haciéndose una paja. Películas que bien pudieron forjar nuestro carácter, no solo modelando una suerte de alienación, que también, sino estimulando nuestra capacidad crítica para desmotar argumentos y mensajes perniciosos de tipos machistas, chicas serviles o justificación de un modelo social y político que nos adoctrinaba con ‘sociedades perfectas’.
Esto de pulir el pasado, y que quede limpio como una patena, arregladito para no herir nuestra sensibilidad, pudiera impulsarnos a no escuchar más a Sabina, porque eso de cantar sobre su amante, en Diecinueve días y quinientas noches, “en lo que duran dos peces de hielo en un wiskhy on the rocks”, diciendo que “siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”; o aquello del “putón de mi prima Carlota y su perro salchicha” en La canción más hermosa del mundo, sería suficiente para destruir sus discos en una plaza pública, como anatemizan libros en EE UU esas hordas ultras, salvaguarda de la moral y la literatura pulcra y biensonante, o se incineraron en el pasado libros peligrosos en la plaza Bibarrambla o en la Openrplatz de Berlín de la Alemania nazi.
No sé cómo acabará esta revisión de nuestro pasado. Lo mismo se inventa un arco de detección, no de metales, sino de malas conductas, por el que nos hagan pasar a diario para depurar pecados de antepasados, controlando nuestro nivel de pureza individual. Tendrían que darnos una puntuación negativa nada más nacer, que rebajaríamos poco a poco hasta llegar al ‘gran cero’, la gran meta de nuestra pureza puritana.
Nos falta pasar por el psiquiatra para poner en orden nuestros pensamientos perturbados por haber visto películas de antaño, como El tercer hombre, El apartamento. El verdugo o Días de vino y rosas, donde hay ramalazos de machismo, lenguaje malsonante, borrachos, infidelidades, crimines horrendos, guerras, y cosas así.
Prefiero que eduquemos a los niños y jóvenes en una actitud crítica para analizar y comprender, fortalecer sus mentes, sin que se sientan trastornados emocional y psicológicamente, no sea que queden tarados para siempre. Y, entretanto, no reparamos en que nuestro presente ya los aliena con multitud de mensajes ‘reconstituyentes’ para su transformación en simples consumidores obedientes, tenga o no valor lo comprado, inductores de ‘felicidad enlatada’, sumiendo su sociabilidad a consignas y temerosos de hacer valer su personalidad frente a tanta mediocridad como les rodea. No pensemos que los estamos educando en un crisol de valores eternos, más bien en un crisol de escaparate y fantasía de un mundo diseñado por un constructo mentiroso que modela mentes para ganarlos a la causa: consumismo deshumanizado.
El pasado está ahí: en la Historia, para que veamos las barbaridades pasadas y no caigamos en la tentación de repetirlas. También nosotros seremos juzgados por el futuro que vendrá, cuestionando todo lo que permitimos ahora: racismo, guerras, conductas perversas, corrupción, política espuria… Nuestro puritanismo con el pasado no combate las ruines prácticas que ensombrecen nuestro presente, con abominar de las pasadas no es suficiente, seguimos cometiendo los mismos desmanes perpetrados en el pasado.
Nosotros, los depuradores de valores transaccionados a un pasado que queremos pulir, estaremos al albur de la crítica despiadada de los que vendrán, quizás de un puritanismo superior al nuestro. Aunque acaso eso no ocurra y puedan pasar de las ñoñerías que ahora ocupan nuestros debates.
*Artículo publicado en Ideal, 08/06/2024.
** Cristina Bernazzani, Te veo
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