lunes, 18 de julio de 2011

75 AÑOS DE UN GOLPE DE ESTADO

Nuestra experiencia vital nos ha permitido conocer un sinfín de golpes de Estado en la segunda mitad del siglo XX. La mayoría de ellos en países de América Latina, Asia y África. En estas últimas tras la descolonización.
En la Europa del siglo XX a pesar de las convulsiones habidas (dos grandes guerras, tensiones de bloques antagónicos…) la mayoría de los cambios políticos estuvieron bajo el paraguas de la fórmula democrática, incluso el ascenso al poder del fascismo en Italia o Alemania. Pero en España no fue así, la implantación del régimen franquista a través del aquel golpe de Estado del 18 de julio de 1936 tuvo el estilo de países latinoamericanos o de regímenes que surgen tras la descolonización.
España se comportó con igual primitivismo que en estas zonas del planeta: uso de la violencia como instrumento de cambio político. Entonces se impuso un régimen político a través de las mismas prácticas golpistas de unos países que, a buen seguro, los que antes y ahora justifican aquel golpe del 18 de julio mirarían y miran por encima del hombro.
Un golpe de Estado cambió la legalidad vigente por otra ‘legalidad’ impuesta. Una fórmula más próxima a la barbarie triunfó en España (aunque la tradición de pronunciamientos militares del siglo XIX quede en nuestro haber). Hoy abominaríamos, si llegara el caso, de que en el País Vasco hubiese un cambio político por mor de la violencia terrorista. Y, sin embargo, existe una derecha perniciosa para los intereses de España que justifica aquel golpe de Estado del 36 (por la fuerza, sangriento, violento…) como inevitable y bueno para España. Como estoy convencido de que si los terroristas triunfaran, otros vendrían a justificar sus acciones.
Aquella guerra que desgajó las entrañas de España tuvo un único culpable: los que se sublevaron contra una República que era tanto de izquierdas como de derechas. Al igual que los únicos culpables del intento de golpe de Estado del 23-F fueron los que conspiraron en la sombra y los que asaltaron el Congreso de los Diputados, en el golpe del 18-J los culpables fueron los que conspiraron en la sombra y asaltaron el poder instituido democráticamente.
¿Hubo justificación para la intentona de 1981 a pesar de la situación de crisis política y de inestabilidad social que se vivía en España en ese momento? Ninguna. La misma que hubo para aquella asonada militar del dieciocho de julio. Sin olvidar que España fue el laboratorio de la II Guerra Mundial y, por tanto, donde se congregaron intereses de todo tipo en las disputas europeas del momento: los geoestratégicos de las democracias occidentales, los ‘salvadores’ del nazifascismo y los expansionistas de los totalitarismos comunistas.
El revisionismo que hoy se está produciendo de aquel golpe de Estado, de los acontecimientos posteriores y de la época que se abrió a su término me parece ignominioso, cuando no peligroso. Porque ya no es el análisis histórico lo que predomina sino la apología sectaria, la manipulación de la Historia, la propaganda que cala más fácilmente en las masas de población lega (cuando no, lerda) en este asunto, es decir, el debate interesado y espurio (de programa de telebasura), que es lo que se está imponiendo.
Me sigue doliendo, por higiene democrática de la España actual, la actitud del Partido Popular en este tema. Nunca, ni abiertamente ni como gesto de ruptura con ese pasado, ha condenado ni el golpe de Estado que originó la contienda ni el régimen dictatorial que se implantó después en las ocasiones que ha tenido oportunidad en el Congreso de los Diputados o fuera de él. No existe excusa alguna en un país democrático para justificar (o mirar hacia otro lado) un golpe de Estado.
Abominar de aquella acción indigna de hace 75 años no es estar a favor de ningún bando, abominar del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y de las consecuencias que se derivaron es estar a favor de la España democrática que hoy nos asegura la libertad suficiente para sentirnos ciudadanos dignos y libres.

sábado, 16 de julio de 2011

CUANDO EL CUARTO PODER SE EXTRALIMITA

Me preocupa el papel que está jugando la prensa en nuestra sociedad.
La verdad es que siempre lo jugó, pero en otro tiempo definía su posición, no como ahora que parece ampararse eufemísticamente en la objetividad, la libertad de expresión o en autoconcebirse como notario de la actualidad para enmascarar sus verdaderas intenciones, menos confesables.
La prensa del siglo XIX o la de las primeras décadas del XX era una prensa tremendamente politizada, cuando no directamente se confesaba como órgano de propaganda de un partido político o de unas ideas políticas. No obstante, en la segunda mitad del siglo XX la prensa parece jugar un papel diferente, hasta convertirse en ese denominado ‘cuarto poder’. Sin embargo, su ejercicio profesional no ha estado exento de formas y prácticas reprobables, alejadas del ejercicio de investigación, información y análisis de la realidad que se le presupone.
Es estos días estamos asistiendo al bochornoso espectáculo ofrecido por el grupo del magnate de la prensa Rupert Murdoch, después de que se destapara el asunto de las escuchas telefónicas por parte del periódico News of the World. Una de ellas al teléfono de una niña de 13 años secuestrada y asesinada más tarde.
Para este magnate era más importante medrar a cuenta de si Obama era originario de Estados Unidos que avergonzarse de estas escuchas (entonces todavía eran un secreto para él y no le habían salpicado a la cara). Está claro que sólo cuando nos descubren una bajeza es cuando ponemos cara de cordero degollado. Hasta entonces hacemos gala de la hipocresía con la mayor naturalidad.
Es duro saber que existen grandes emporios de la comunicación que manipulan la información hasta la obscenidad. Porque su poder es inmenso, capaz de influir hasta límites insospechados en la opinión pública, destruir el prestigio de personas y empresas, marcar tendencias y, si me apuran, poner y quitar gobiernos.
Al final de este camino está la facilidad con que se manipula a la gente, cada vez más desprovista de un pensamiento y capacidad crítica.
Hoy en España es difícil encontrar un medio de comunicación que no haga abiertamente política. Cada medio de prensa, radio o televisión tiene claras sus opciones políticas y las defiende a capa y espada. A los tradicionales El País, ABC o El Mundo ahora se ha sumado una caterva de medios de ultra derecha que, ya sin complejos, se han lanzado a manifestar a los cuatro vientos el lema: ‘orgullosos de ser de derechas’. Y si eso fuera sólo así, respeto total hacia ellos, pero no, no es que ejerzan de derechas, es que ejercen de manipuladores, tergiversando la realidad y lanzando consignas con descaro.
Y mientras, el ejemplo cunde y las generaciones jóvenes tienen ese ‘edificante’ modelo a seguir. Y mientras, estos mismos medios piden a la escuela una mejor educación de los niños cuando ellos son capaces de propalar calumnias, infundios, con tal de sacar adelante en muchas ocasiones sus depravados intereses.
Cuando el cuarto poder se extralimita no hace periodismo, ni informa, sólo manipula. Y esto es triste.
Existen códigos deontológicos que no se pueden rebasar, pero eso no parece importarles.

viernes, 8 de julio de 2011

AGENCIAS, ¿LA MODA?

No se me ha pasado nunca por la cabeza fundar una ONG, pero si tuviera que hacerlo crearía una para salvar a los gobiernos damnificados de esas agencias internacionales de calificación que tan de moda están.
Agencias como Moody's, Standard & Poor's o Fitch que califican la credibilidad de las empresas y, ¡amárrense los machos!, la de los países, como si estos fuesen una mercancía más. O tal vez sí lo sean, porque así es como lo ha querido la inutilidad de sus gobernantes.
Cada mañana nos desayunamos con sus predicciones. Cuando tan sólo hace unos años no teníamos ni pajolera idea de quienes eran estos chiringuitos internacionales, ahora se han convertido en el oráculo de referencia que ha iluminado nuestras vidas desde que entrara en desgracia el afamado de Delfos. Es como si sus analistas subieran cada noche al monte Sinaí en busca de las exclusivas revelaciones destinadas para ellos.
Las agencias Moody's, Standard & Poor's y Fitch saben el poder que tiene la información bien manejada en nuestro mundo. Y que bien administrada y manipulada es susceptible de generar provechosas corrientes de opinión que ponen en un brete a los gobiernos del mundo con sus datos económicos interesados.
Me entristece ver cómo les resulta tan fácil poner a los gobiernos en el disparadero. Gobiernos que no se ocupan de sus ciudadanos, sobre los que dejan caer las siete plagas de Egipto, y algunas más, seguramente para mantener su redondo ‘culo’ en las poltronas del poder, pero que muestran cobardía para combatir a estos emporios de la conjetura y la especulación.
Y ya no hablemos de otras agencias gubernamentales que, al fervor de los aires neoliberales, han proliferado en muchos gobiernos supranacionales, nacionales y autonómicos.
En este autobús repleto de locos en que se ha convertido nuestro mundo, a plena velocidad por la autopista que se dirige al acantilado, el volante va pasando de manos de loco en loco sin que los que estamos sentados en los asientos traseros podamos evitarlo.
Últimamente parece que estoy abonado al pesimismo, quizá la creación de esa ONG me sirva de estímulo y me anime el verano.

domingo, 19 de junio de 2011

¿CUÁL ES LA VERDADERA PREOCUPACIÓN DE LA CLASE POLÍTICA EUROPEA?

En cierta ocasión un dirigente político me dijo: “Antonio, ahora nos toca a nosotros”, refiriéndose a la ocupación de los altos cargos públicos. Me quedé con la duda del verdadero alcance de aquellas palabras. Nunca se lo pregunté, aunque lo intuyo.
Estos días los representantes económicos de la Unión Europea están como locos buscando una salida al problema de Grecia. Se habla de muchos millones de euros para salvar una posible bancarrota griega.
Es una prueba palpable de la sumisión del poder político al ‘invisible’ poder económico. Quizá siempre fue así, cuando no se confundió.
Entretanto, entregado en esta ardua tarea, el poder político se despreocupa de los ciudadanos. Hace oídos sordos a los clamores que están acallando los discursos hueros que tanto se prodigan.
Todo lo que está ocurriendo en estos años de crisis ha dejado a la clase política a altura del siglo XIX. El poder político no ejerce el poder político, como nunca había pasado.
El poder político tiene miedo a los mercados. Está convencido de que estos lo pueden derribar. Sin embargo, no tiene conciencia de que el poder de la ciudadanía pueda apartarlos del poder.
Durante años la política se ha dirigido no a hacer ciudadanos críticos, pensantes por sí mismos, sino a convertirlos en un rebaño fácilmente manipulable, les ha educado para ser consumidores de eslóganes e ideas absurdas: ‘deja que yo haga el trabajo por ti, no tienes por qué preocuparte’, ‘ya me ocupo yo, tú sólo disfruta’, ‘la vida es para vivirla, nosotros te la facilitamos’.
Pero ahora esa ciudadanía se ha sublevado, piensa por ella misma. Lo único que me preocupa es que sólo lo haga porque le aprieta la soga de la crisis, únicamente porque la situación actual le ha restado o ha puesto en peligro parte de su bienestar. No quiero pensar que obedece tan sólo a la queja estridente del niño malcriado al que le han quitado de la estantería uno de sus decenas de juguetes.
En las pasadas elecciones celebradas en España se escuchaba decir que frente a los postulados de los indignados la verdadera democracia consistía en que había que ir a votar. Y yo me pregunto: ¿votar a quién?, ¿a los que con sus actuaciones en política llevan el desaliento cada día a la sociedad española?, ¿a las mismas personas que transmiten ese desamparo a los ciudadanos?
El poder político tiembla ante los mercados, ¿tiembla lo mismo ante una ciudadanía crítica, o está esperando que pase el chaparrón?
¿Cuál es la verdadera preocupación de la clase política ahora que las cosas no van tan bien?

jueves, 2 de junio de 2011

DESPUÉS DE LAS ELECCIONES, QUÉ*

Detrás de la convulsión que supone un proceso electoral siempre viene la hora de la reflexión y el análisis de los resultados. Lo que no estamos tan seguros es que esa reflexión contenga los elementos autocríticos suficientes para cambiar muchas cosas en el seno de un partido político. Y menos que se dimita. Y si acaso se ha alcanzado un buen resultado electoral, es que ya la nebulosa de la euforia no deja ver la realidad.
Las elecciones suelen enmascarar realidades más profundas que subyacen en nuestra democracia. Aun siendo el acto más importante que existe en una democracia, las recientes elecciones municipales y autonómicas han venido a eclipsar un debate que se había suscitado con el Movimiento 15-M y que esperemos tenga continuidad en otra dimensión más allá de las acampadas a que ha dado lugar.
Pasadas las elecciones todo parece girar en cómo configurar el gobierno de las instituciones. Y es lógico, al fin y al cabo las instituciones necesitan ser gobernadas. Pero no nos quedemos en la superficie de los hechos. El problema que existe en nuestra democracia es más profundo y no se solventa con el cambio de un partido por otro al frente de las instituciones. El desaliento que cunde en la ciudadanía desde hace mucho tiempo es un problema al que los partidos no están dando respuesta. Quizá porque se haya convertido al noble arte de la política en el infame arte de la supervivencia.
Uno tras otro los barómetros del CIS nos desvelan que entre los principales problemas de los españoles se encuentran la clase política y los partidos políticos. ¿Qué hay detrás de este rechazo de la ciudadanía hacia la clase política? Este divorcio entre políticos y ciudadanos de a pie es un síntoma de que nuestra democracia tiene una afección. Y no se entiende la democracia sin una relación fluida entre la ciudadanía y quienes la representan en las instituciones.
El impactante Movimiento 15-M puede terminar siendo una anécdota o una verdadera convulsión en la conciencia de la sociedad. El tiempo lo dirá. Pero lo que sí es cierto es que su éxito fugaz, o no, viene determinado porque ha concitado el sentir mayoritario de la sociedad española. No hay más que sondear la opinión de gente que no ha estado en las acampadas pero que está a favor de las ideas expresadas en las plazas de media España. Ahora bien, no estoy tan seguro de que los políticos hayan escuchado ese rumor de malestar.
Ahora que los partidos están obsesionados por encontrar razones a sus éxitos o fracasos harían bien en dejar un hueco en sus discusiones a todo lo que se ha dicho. A escuchar sin prejuicios lo que dice la gente. Porque si no es así puede que la brecha que les separa de la ciudadanía se convierta en algo infranqueable. En política no todo es el juego obsesivo por mantener el gobierno o derribar al gobierno, por mantener el poder o alcanzar el poder, saber lo que piensa la calle también es primordial. Lo contrario es hacer política de espaldas a la ciudadanía.
No se trata de estar del lado de un partido u otro, se trata de estar al lado de los ciudadanos. Esa es la cuestión. De ciudadanos que pierden su vivienda porque no pueden pagar la hipoteca y luego siguen endeudados con el banco. De ciudadanos que se sienten indefensos ante las agresiones de un mercado tremendamente insaciable y que no encuentran el apoyo o la defensa en las instituciones políticas o judiciales. Ese desamparo es el que está afectando a la ciudadanía.
Los grandes partidos han defraudado desde hace mucho tiempo a los ciudadanos, y parecen no haberse dado cuenta o, tal vez, no hayan querido darse cuenta, absortos como están en su mundo de intereses de poder y prebendas. La democracia en España tiene que evolucionar para que la ciudadanía se sienta partícipe de ella. Ahí está el debate en torno a las listas abiertas, a poner límites a los mandatos o a ser más intransigentes con la corrupción.
Vivimos un tiempo difícil en el que hemos perdido muchas referencias intelectuales, culturales y de pensamiento. Es como si la intelectualidad estuviera callada o mediatizada como muchos sectores de la sociedad. En los últimos tiempos hemos asistido a la aparición del libro del nonagenario (curioso) Stéphane Hessel Indignaos y, en nuestro país, de la obra colectiva Reacciona, donde se dan razones por las que debemos actuar frente a la crisis económica, política y social. Este esfuerzo por clarificar qué está ocurriéndonos no sé qué repercusión tendrá, pero sea bienvenido porque lo cierto es que nos faltan referentes de pensamiento individual o colectivo que nos iluminen en las incertidumbres sociales y políticas que vive nuestro mundo y en el fracaso de la política.
Tampoco la cultura está jugando el papel que se espera de ella. Desde hace tiempo ha dejado de ser ese motor que ha impulsado los cambios en las sociedades a lo largo de la historia. Hoy la cultura está sumida en lo que Lipovetsky y Serroy han denominado ‘cultura-mundo’, y que la sitúa bajo la tiranía del mercado hipercapitalista y globalizado, donde pierde su independencia y cualquier espíritu de cambio.
Se necesitan políticas que hablen claro a los ciudadanos, para que no se sientan engañados y que no tengan esa sensación de que los gobiernos, aparte de ser esclavos de los mercados, los han dejado tirados por estos al desamparo más absoluto.
Quizá las elecciones no sean sólo la solución a nuestros problemas, acaso no se resuelva todo con un cambio de gobierno, a lo mejor es necesario un cambio de políticas y, si me apuran, de políticos que las ejecutan, para que la ciudadanía se vuelva a subir al carro de la ilusión de la democracia.

*Artículo publicado en el periódico Ideal, 1/06/2011.