No se me ha pasado nunca por la cabeza fundar una ONG, pero si tuviera que hacerlo crearía una para salvar a los gobiernos damnificados de esas agencias internacionales de calificación que tan de moda están.
Agencias como Moody's, Standard & Poor's o Fitch que califican la credibilidad de las empresas y, ¡amárrense los machos!, la de los países, como si estos fuesen una mercancía más. O tal vez sí lo sean, porque así es como lo ha querido la inutilidad de sus gobernantes.
Cada mañana nos desayunamos con sus predicciones. Cuando tan sólo hace unos años no teníamos ni pajolera idea de quienes eran estos chiringuitos internacionales, ahora se han convertido en el oráculo de referencia que ha iluminado nuestras vidas desde que entrara en desgracia el afamado de Delfos. Es como si sus analistas subieran cada noche al monte Sinaí en busca de las exclusivas revelaciones destinadas para ellos.
Las agencias Moody's, Standard & Poor's y Fitch saben el poder que tiene la información bien manejada en nuestro mundo. Y que bien administrada y manipulada es susceptible de generar provechosas corrientes de opinión que ponen en un brete a los gobiernos del mundo con sus datos económicos interesados.
Me entristece ver cómo les resulta tan fácil poner a los gobiernos en el disparadero. Gobiernos que no se ocupan de sus ciudadanos, sobre los que dejan caer las siete plagas de Egipto, y algunas más, seguramente para mantener su redondo ‘culo’ en las poltronas del poder, pero que muestran cobardía para combatir a estos emporios de la conjetura y la especulación.
Y ya no hablemos de otras agencias gubernamentales que, al fervor de los aires neoliberales, han proliferado en muchos gobiernos supranacionales, nacionales y autonómicos.
En este autobús repleto de locos en que se ha convertido nuestro mundo, a plena velocidad por la autopista que se dirige al acantilado, el volante va pasando de manos de loco en loco sin que los que estamos sentados en los asientos traseros podamos evitarlo.
Últimamente parece que estoy abonado al pesimismo, quizá la creación de esa ONG me sirva de estímulo y me anime el verano.
Agencias como Moody's, Standard & Poor's o Fitch que califican la credibilidad de las empresas y, ¡amárrense los machos!, la de los países, como si estos fuesen una mercancía más. O tal vez sí lo sean, porque así es como lo ha querido la inutilidad de sus gobernantes.
Cada mañana nos desayunamos con sus predicciones. Cuando tan sólo hace unos años no teníamos ni pajolera idea de quienes eran estos chiringuitos internacionales, ahora se han convertido en el oráculo de referencia que ha iluminado nuestras vidas desde que entrara en desgracia el afamado de Delfos. Es como si sus analistas subieran cada noche al monte Sinaí en busca de las exclusivas revelaciones destinadas para ellos.
Las agencias Moody's, Standard & Poor's y Fitch saben el poder que tiene la información bien manejada en nuestro mundo. Y que bien administrada y manipulada es susceptible de generar provechosas corrientes de opinión que ponen en un brete a los gobiernos del mundo con sus datos económicos interesados.
Me entristece ver cómo les resulta tan fácil poner a los gobiernos en el disparadero. Gobiernos que no se ocupan de sus ciudadanos, sobre los que dejan caer las siete plagas de Egipto, y algunas más, seguramente para mantener su redondo ‘culo’ en las poltronas del poder, pero que muestran cobardía para combatir a estos emporios de la conjetura y la especulación.
Y ya no hablemos de otras agencias gubernamentales que, al fervor de los aires neoliberales, han proliferado en muchos gobiernos supranacionales, nacionales y autonómicos.
En este autobús repleto de locos en que se ha convertido nuestro mundo, a plena velocidad por la autopista que se dirige al acantilado, el volante va pasando de manos de loco en loco sin que los que estamos sentados en los asientos traseros podamos evitarlo.
Últimamente parece que estoy abonado al pesimismo, quizá la creación de esa ONG me sirva de estímulo y me anime el verano.
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