Me preocupa el papel que está jugando la prensa en nuestra sociedad.
La verdad es que siempre lo jugó, pero en otro tiempo definía su posición, no como ahora que parece ampararse eufemísticamente en la objetividad, la libertad de expresión o en autoconcebirse como notario de la actualidad para enmascarar sus verdaderas intenciones, menos confesables.
La prensa del siglo XIX o la de las primeras décadas del XX era una prensa tremendamente politizada, cuando no directamente se confesaba como órgano de propaganda de un partido político o de unas ideas políticas. No obstante, en la segunda mitad del siglo XX la prensa parece jugar un papel diferente, hasta convertirse en ese denominado ‘cuarto poder’. Sin embargo, su ejercicio profesional no ha estado exento de formas y prácticas reprobables, alejadas del ejercicio de investigación, información y análisis de la realidad que se le presupone.
Es estos días estamos asistiendo al bochornoso espectáculo ofrecido por el grupo del magnate de la prensa Rupert Murdoch, después de que se destapara el asunto de las escuchas telefónicas por parte del periódico News of the World. Una de ellas al teléfono de una niña de 13 años secuestrada y asesinada más tarde.
Para este magnate era más importante medrar a cuenta de si Obama era originario de Estados Unidos que avergonzarse de estas escuchas (entonces todavía eran un secreto para él y no le habían salpicado a la cara). Está claro que sólo cuando nos descubren una bajeza es cuando ponemos cara de cordero degollado. Hasta entonces hacemos gala de la hipocresía con la mayor naturalidad.
Es duro saber que existen grandes emporios de la comunicación que manipulan la información hasta la obscenidad. Porque su poder es inmenso, capaz de influir hasta límites insospechados en la opinión pública, destruir el prestigio de personas y empresas, marcar tendencias y, si me apuran, poner y quitar gobiernos.
Al final de este camino está la facilidad con que se manipula a la gente, cada vez más desprovista de un pensamiento y capacidad crítica.
Hoy en España es difícil encontrar un medio de comunicación que no haga abiertamente política. Cada medio de prensa, radio o televisión tiene claras sus opciones políticas y las defiende a capa y espada. A los tradicionales El País, ABC o El Mundo ahora se ha sumado una caterva de medios de ultra derecha que, ya sin complejos, se han lanzado a manifestar a los cuatro vientos el lema: ‘orgullosos de ser de derechas’. Y si eso fuera sólo así, respeto total hacia ellos, pero no, no es que ejerzan de derechas, es que ejercen de manipuladores, tergiversando la realidad y lanzando consignas con descaro.
Y mientras, el ejemplo cunde y las generaciones jóvenes tienen ese ‘edificante’ modelo a seguir. Y mientras, estos mismos medios piden a la escuela una mejor educación de los niños cuando ellos son capaces de propalar calumnias, infundios, con tal de sacar adelante en muchas ocasiones sus depravados intereses.
Cuando el cuarto poder se extralimita no hace periodismo, ni informa, sólo manipula. Y esto es triste.
Existen códigos deontológicos que no se pueden rebasar, pero eso no parece importarles.
La verdad es que siempre lo jugó, pero en otro tiempo definía su posición, no como ahora que parece ampararse eufemísticamente en la objetividad, la libertad de expresión o en autoconcebirse como notario de la actualidad para enmascarar sus verdaderas intenciones, menos confesables.
La prensa del siglo XIX o la de las primeras décadas del XX era una prensa tremendamente politizada, cuando no directamente se confesaba como órgano de propaganda de un partido político o de unas ideas políticas. No obstante, en la segunda mitad del siglo XX la prensa parece jugar un papel diferente, hasta convertirse en ese denominado ‘cuarto poder’. Sin embargo, su ejercicio profesional no ha estado exento de formas y prácticas reprobables, alejadas del ejercicio de investigación, información y análisis de la realidad que se le presupone.
Es estos días estamos asistiendo al bochornoso espectáculo ofrecido por el grupo del magnate de la prensa Rupert Murdoch, después de que se destapara el asunto de las escuchas telefónicas por parte del periódico News of the World. Una de ellas al teléfono de una niña de 13 años secuestrada y asesinada más tarde.
Para este magnate era más importante medrar a cuenta de si Obama era originario de Estados Unidos que avergonzarse de estas escuchas (entonces todavía eran un secreto para él y no le habían salpicado a la cara). Está claro que sólo cuando nos descubren una bajeza es cuando ponemos cara de cordero degollado. Hasta entonces hacemos gala de la hipocresía con la mayor naturalidad.
Es duro saber que existen grandes emporios de la comunicación que manipulan la información hasta la obscenidad. Porque su poder es inmenso, capaz de influir hasta límites insospechados en la opinión pública, destruir el prestigio de personas y empresas, marcar tendencias y, si me apuran, poner y quitar gobiernos.
Al final de este camino está la facilidad con que se manipula a la gente, cada vez más desprovista de un pensamiento y capacidad crítica.
Hoy en España es difícil encontrar un medio de comunicación que no haga abiertamente política. Cada medio de prensa, radio o televisión tiene claras sus opciones políticas y las defiende a capa y espada. A los tradicionales El País, ABC o El Mundo ahora se ha sumado una caterva de medios de ultra derecha que, ya sin complejos, se han lanzado a manifestar a los cuatro vientos el lema: ‘orgullosos de ser de derechas’. Y si eso fuera sólo así, respeto total hacia ellos, pero no, no es que ejerzan de derechas, es que ejercen de manipuladores, tergiversando la realidad y lanzando consignas con descaro.
Y mientras, el ejemplo cunde y las generaciones jóvenes tienen ese ‘edificante’ modelo a seguir. Y mientras, estos mismos medios piden a la escuela una mejor educación de los niños cuando ellos son capaces de propalar calumnias, infundios, con tal de sacar adelante en muchas ocasiones sus depravados intereses.
Cuando el cuarto poder se extralimita no hace periodismo, ni informa, sólo manipula. Y esto es triste.
Existen códigos deontológicos que no se pueden rebasar, pero eso no parece importarles.
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