En el post-terremoto de Haití estamos descubriendo todas las miserias humanas, las mismas que desataríamos nosotros si nos ocurriera lo mismo.
Vivimos en la zona de mayor prosperidad del mundo, pero si tuviéramos la desgracia de padecer una catástrofe de las dimensiones que asola al país caribeño, seguro que nos conduciríamos con la misma desesperación y violencia que observamos para conseguir cualquier cosa que garantizara nuestra supervivencia y la de nuestra familia.
Las televisiones de todo el mundo se pasean entre las ruinas de este país mostrándonos el sufrimiento de otros. Es un ‘Gran Hermano’ a lo grande, eso sí, no de la holgazanería, la desvergüenza y el mal gusto sino del padecimiento humano.
La obligación de un periodista es la información de lo que acontece. Está claro que si no se mantiene viva la noticia en los medios de comunicación, la catástrofe pasaría a un segundo plano, como otros muchos conflictos repartidos por el planeta. Rápidamente dejaría de suscitar el interés de nuestras preocupaciones. Quizás nos han educado para ello: para que sintamos sólo cuando lo pretenden, pero no para que tengamos conciencia de que las desgracias ajenas existen aunque no se vean por la televisión.
El espectáculo está garantizado en Haití. Cualquier hecho por insignificante que sea alcanza una inusitada notoriedad en las televisiones. Nos muestran imágenes de muertos, niños abandonados, exhaustos ancianos inclinados en una silla de ruedas a las puertas de un asilo, personas atrapadas entre un amasijo de hormigón e hierros retorcidos, actos pillaje, vandalismo… en fin, de todo.
Así pues, el espectáculo está garantizado para descubrir el rostro de una persona que ha vivido cinco días bajo tierra sin poder alimentarse ni beber agua. Para apreciar la capa de polvo blanquecino que cubre la piel del recién rescatado. O para descubrir cómo es el rostro de la desesperación y el hambre.
No sabría decir si cabe que se seleccionaran las imágenes que aparecen en la pantalla del televisor o en la portada de un periódico o, por el contrario, que se emitan todas sin limitación alguna. O si es mejor dejar de mostrar tan gratuitamente ese maremágnum de imágenes que curiosean en el sufrimiento y el dolor ajeno, liberando a nuestros ojos y nuestras conciencias de un espectáculo que sólo representa la desolación más absoluta.
Pero estoy convencido de que algunas imágenes que se están emitiendo se me antoja que están cargadas de una dosis de morbosidad que a buen seguro en nuestro mundo desarrollado serían censuradas (léase guerra de Irak) o, al menos, susceptibles de reprobación si ocurrieran en Madrid o Londres (léase atentados terroristas).
Tomadas en un país sumido en una catástrofe cebada sobre la miseria del subdesarrollo parece que en tal caso se tiene patente de corso y vía libre para su emisión.
Lo dicho: Haití, espectáculo garantizado.
Vivimos en la zona de mayor prosperidad del mundo, pero si tuviéramos la desgracia de padecer una catástrofe de las dimensiones que asola al país caribeño, seguro que nos conduciríamos con la misma desesperación y violencia que observamos para conseguir cualquier cosa que garantizara nuestra supervivencia y la de nuestra familia.
Las televisiones de todo el mundo se pasean entre las ruinas de este país mostrándonos el sufrimiento de otros. Es un ‘Gran Hermano’ a lo grande, eso sí, no de la holgazanería, la desvergüenza y el mal gusto sino del padecimiento humano.
La obligación de un periodista es la información de lo que acontece. Está claro que si no se mantiene viva la noticia en los medios de comunicación, la catástrofe pasaría a un segundo plano, como otros muchos conflictos repartidos por el planeta. Rápidamente dejaría de suscitar el interés de nuestras preocupaciones. Quizás nos han educado para ello: para que sintamos sólo cuando lo pretenden, pero no para que tengamos conciencia de que las desgracias ajenas existen aunque no se vean por la televisión.
El espectáculo está garantizado en Haití. Cualquier hecho por insignificante que sea alcanza una inusitada notoriedad en las televisiones. Nos muestran imágenes de muertos, niños abandonados, exhaustos ancianos inclinados en una silla de ruedas a las puertas de un asilo, personas atrapadas entre un amasijo de hormigón e hierros retorcidos, actos pillaje, vandalismo… en fin, de todo.
Así pues, el espectáculo está garantizado para descubrir el rostro de una persona que ha vivido cinco días bajo tierra sin poder alimentarse ni beber agua. Para apreciar la capa de polvo blanquecino que cubre la piel del recién rescatado. O para descubrir cómo es el rostro de la desesperación y el hambre.
No sabría decir si cabe que se seleccionaran las imágenes que aparecen en la pantalla del televisor o en la portada de un periódico o, por el contrario, que se emitan todas sin limitación alguna. O si es mejor dejar de mostrar tan gratuitamente ese maremágnum de imágenes que curiosean en el sufrimiento y el dolor ajeno, liberando a nuestros ojos y nuestras conciencias de un espectáculo que sólo representa la desolación más absoluta.
Pero estoy convencido de que algunas imágenes que se están emitiendo se me antoja que están cargadas de una dosis de morbosidad que a buen seguro en nuestro mundo desarrollado serían censuradas (léase guerra de Irak) o, al menos, susceptibles de reprobación si ocurrieran en Madrid o Londres (léase atentados terroristas).
Tomadas en un país sumido en una catástrofe cebada sobre la miseria del subdesarrollo parece que en tal caso se tiene patente de corso y vía libre para su emisión.
Lo dicho: Haití, espectáculo garantizado.
*Foto: Gorka Lejarcegi
1 comentario:
Un terrible desastre. Esperemos que el mundo le preste atención durante mucho tiempo.
Saludos
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