En el aire de la clase se condensaba una mezcla espesa de olores provenientes de papeles tintados, libretas manoseadas, plastilina abandonada en un armario, gotas de pintura atrapadas en los pelos de los pinceles, lápices, gomas de borrar, mochilas de tela con ribetes de plástico, zapatillas de deporte… y efluvios corporales de veinticinco alumnos. Ese fue el olor denso y pastoso que penetró por mi nariz nada más atravesar el umbral del aula de cuarto de Primaria. Olía a escuela. Siempre que entro en una clase no puedo evitar que vengan a mi memoria los recuerdos de olores pasados cuando siendo niño me sentaba en el pupitre de la escuela. De todos ellos, probablemente los de los libros recién comprados y los del lapicero recién estrenado sean los que tengo más marcados. Doce colores uniformes y bien dispuestos en las presillas de goma elástica, la goma impoluta, el lápiz de grafito, la transparencia del transportador de ángulos, el sacapuntas de plástico, el modesto bolígrafo… Los olores de nuestra infancia son recuerdos que no nos abandonan nunca. Entré en la clase, pasé al fondo y me senté con la delicadeza que me permitía una silla de patas que se ajustaban al suelo con desigual fortuna. La chica de al lado estaba aplicada en sus tareas, al fondo un chico levantaba la mano reclamando la atención de la maestra, otros dos hablaban mientras uno le señalaba algo en la página del libro, el empeño en la realización de las tareas ocupaba a la mayoría. La maestra no tardó en pedirles la corrección de la actividad propuesta. Se despertaron algunas risas cuando un chico de camisa verde se equivocó en la lectura de la palabra ‘indumentaria’, ‘indumaria’, vino a decir. La maestra reprochó algunas risas desmedidas. Una chica alzó el brazo para preguntar el significado de la palabra, míralo en el diccionario, le indicó con rapidez. La hora del recreo se aproximaba. Sonó el timbre y un murmullo agitó el aire al que ya me había acostumbrado. Todos los alumnos iniciaron el repetido ritual de salida al recreo: cierre de cuadernos y libros, recogida de lápices, bolígrafos, gomas y colores desperdigados sobre la tabla del pupitre, rescate de bocadillos y dulces de la cartera… Poco a poco salieron del aula, algunos tumultuosos. Antes de salir, Marta se acomodó con delicadeza el ‘hiyab’. La clase recuperó el silencio de la noche y yo la atención de la maestra. En un colegio de Primaria de la localidad gallega de Arteixo el nuevo reglamento establece que "por respeto a los demás" no se pueden llevar en las aulas "boinas, viseras, paños en la cabeza" ni prendas "que la cubran". Por ‘respeto a los demás’ también podríamos regular otro puñado de prendas susceptibles de herir la sensibilidad de otras personas. ¿Qué tendríamos que haber hecho con mis dos compañeras de la Universidad que asistían a diario a clase con el hábito y el velo que las distinguía como miembros de una congregación religiosa? La escuela está visto que no se libra de prejuicios, anatemas y ‘guerras’ que ni le van ni le vienen.
*Foto de Gabriel Tizón
3 comentarios:
¡Al fin!
Por si quedaba alguna duda se ha descubierto Vd. como un hemipléjico moral.
¡Enhorabuena!
Un saludo. Concord. Mss.USA
¿Y usted que piensa sobre este tema?
No creo que deba quedarse solo en la descalificación desde su atalaya anónima.
¿Le parece a usted que en la escuela hay que generar polémicas religiosas? ¿A quién benefician?
Un saludo, y gracias por su fidelidad.
Antonio se te ha colado un fanático con máscara de intelectual.
El tal David solo escribe siempre que cree que hay un ataque a la religión. A la suya, claro.
Somos muchos los que te leemos y estamos de acuerdo con tus comentarios.
Saludos
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