Es difícil ir contracorriente cuando desde los poderes políticos, mediáticos y fácticos se empeñan en marcar el relato de la oficialidad. Aun cuando la contestación social, cada vez más destacada, manifieste lo contrario con sonora vehemencia cuesta trabajo desmentir ese relato oficial. Sólo el tiempo concluye dando la razón. Eso ocurrió con la guerra de Irak. Las manifestaciones del ‘No a la guerra’, de gran transcendencia mundial, no impidieron que la guerra emprendida por el ‘Trío de las Azores’ estallara y continuara hasta generar la destrucción masiva de vidas y ciudades que conocemos en aquel país. Pero el tiempo ha dado la razón a esos manifestantes que protestábamos contra una guerra ilegal, injusta y basada en la mentira.
Se cumplen diez años de la invasión de Irak. Cuando uno echa la vista atrás tiene la sensación de haber pensado y escrito sobre ella tanto como con lo estoy haciendo sobre la crisis económica que ahora padecemos, y que tanto nos obsesiona. También esta crisis tiene su relato oficial (control desmesurado del déficit, ciudadanos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades) que difiere de la contestación que continuamente vemos en la calle. El tiempo también dará la razón a los que nos manifestamos por entender la crisis como una manipulación, una mentira y un engaño. Estamos convencidos que hasta que Alemania no recaude lo prestado no se acabará la crisis. Es la estrategia del poder oficial que nos tiene sometidos al engaño continuo.
La guerra que el ‘Trío de las Azores’ desencadenó en Irak no fue otra cosa que eso, una guerra para matar personas, basada en la mentira, como han demostrado los hechos. Alrededor de ella se concentraron muchos intereses: unos, de política nacional e internacional; otros, de interés personal. El petróleo y la posición geoestratégica en la zona, entre los primeros. Y olvidémonos de democracia para un país, de efusivas intenciones de salvación de un pueblo oprimido, de búsqueda de nuestra seguridad. Pensamientos tan nobles como fácilmente manipulables. En lo personal: Bush, entre otras razones, quiso vengar el atentado que perpetró Sadam Husein a su ‘papaíto’; Aznar, pretendió convertirse en líder mundial (incluso le cambió la voz y el acento, se hizo más hombre, hablaba tejano y, luego, dio conferencias en inglés donde ofreció su interpretación del mundo); y Blair, ¿qué quiso Blair?, aún no sé qué pretendió este señor que, después de pringarse con dos neoliberales, se ha hecho rico tras abandonar el poder. Él que parecía la gran esperanza de la izquierda con su ‘tercera vía’.
La invasión de Irak fue una guerra sustentada en el engaño. Ni había armas nucleares, ni había amenaza terrorista para Occidente. Luego, con ella, sí la ha habido de verdad. La guerra sirvió, de camino, para montar un gran negocio para empresas y apegados al poder. Y la guerra alcanzó un nivel de privatización como nunca había existido. Se privatizó hasta la tortura.
Las guerras son eso: guerras. Hay barbarie y muerte. No esperemos otra cosa de una situación anómala en la que se producen excesos (ahora hemos conocido los cometidos por soldados españoles en Irak). En ellas pierde casi todo el mundo, menos los que hacen un gran negocio. Deberíamos tener, para al menos resarcir a los millones de víctimas (muertos, refugiados y perseguidos) que se producen en las guerras, un mecanismo de respuesta inmediata: la persecución judicial de esos pocos que las provocan. Así, los tribunales internacionales deberían estar persiguiendo de manera inmediata a todos los que alguna vez declararon una guerra en este mundo.
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