Como si fuera una imagen de otro tiempo, los espacios en las ciudades y los pueblos destinados a la cultura están perdiendo cierta exclusividad. Con la llegada de la democracia se prodigó la creación de grandes espacios culturales. La cultura necesitaba más lugares y mejor repartidos para fomentarla. Una de esas apuestas fueron las casas de la cultura, pero con el tiempo en muchos casos no se ha sabido, o no se ha podido, mantener el objetivo para el que se crearon. En muchos lugares se han convertido en espacios multiusos, cuando no, simplemente han dejado de funcionar.
En los años de la burbuja inmobiliaria, entre otras fiebres, también se padeció la de construir grandes espacios culturales, dotados de una magnificencia a veces desmedida, en poblaciones que a duras penas eran capaces de sostener una programación cultural, siquiera con eventos eventuales. Se contagió el mismo espíritu de megalomanía con el que se construyeron otras obras públicas inservibles. Se pretendía presentar la cultura con ‘letras mayúsculas’, cuando con ‘letras minúsculas’ tiene suficiente. Esos lugares que en principio eran como una gran apuesta por la cultura para toda la sociedad en muchos casos lo único que han propiciado es el efecto contrario: el distanciamiento de grandes sectores de la población, incluidos los niños y los jóvenes. Es como si estos lugares no estuvieran hechos a su medida.
Frente a estas apuestas, más o menos fallidas, las bibliotecas municipales, incluso las escolares en pequeñas poblaciones, con la modestia que siempre las ha caracterizado, han seguido estado ahí, manteniendo inalterable la razón de ser. Probablemente porque parecen estar hechas más a la medida de la toda la gente: de los niños, de los jóvenes y de cualquier persona que aspire a mantener vivo su espíritu de lector.
El pasado lunes celebré un nuevo encuentro con un grupo de lectores de La renta del dolor, esta vez en la Biblioteca Municipal ‘Francisco Ayala’ del Zaidín (Granada). Antes de verme con el grupo visité, acompañado por Pedro, su director, las instalaciones de esta nueva biblioteca. Me quedé gratamente maravillado de las dependencias, así como de la actividad que había desplegada en su interior. Dotada con salas de lectura según edades, espacios para el estudio, espacios interactivos para el fomento de la lectura, me di cuenta que en ella sí tiene cabida cualquier tipo de persona. Y me agradó ver cómo padres y madres compartían con sus hijos la lectura de los libros en salas preparadas al efecto.
Después de esta apresurada visita me reuní con los lectores. El encuentro fue muy gratificante. Un extraordinario ambiente literario se adueñó al rato de comenzar del ambiente, y pronto empezó el torrente de intervenciones sobre las impresiones que les había causado la novela. El personaje de Matilde Santos y las circunstancias de la Granada de aquellos años sesenta acapararon buena parte de las intervenciones. Al salir pensé: ¡Qué bien, las bibliotecas municipales siempre las tendremos cerca!
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