Existen unos años en nuestra vida en los que se forja gran parte de nuestra conciencia como individuos. Es el tiempo que suele corresponder con la adolescencia. Durante esta etapa evolutiva nos llegan infinidad de estímulos: los que despertaron la curiosidad infantil y los que irrumpen con estrépito para forjar nuestra personalidad. Es un tiempo en que nos abrimos al mundo a ‘cerebro descubierto’, todo nos interesa y cada cosa es cuestionada.
En el verano de 1970, yo estaba, como los anteriores veranos, disfrutando de la naturaleza en un cortijo, donde mi padre cuidaba las cabras y mi madre preparaba el queso, entre otras muchas tareas, en aquella España de sumisión y aparcería. Estas tareas y las del campo proporcionaban el sustento de una prolija familia, como se acostumbraba a tener en aquella época. La vida era dura y estaba sostenida en grandes y descomunales esfuerzos.
Mis veranos eran felices. Después de un intenso curso escolar en Granada, un verano asilvestrado me venía muy bien para quemar energías y valorar la dureza del trabajo y el esfuerzo que se había de emplear para sobrevivir. Así me resultaba más motivador amarrarme bien a la silla del pupitre para estudiar y evitar que mi futuro fuera igual que la vida plagada de ímprobo trabajo y enormes sacrificios que llevaban mis padres.
En plena naturaleza y disfrutando de aquellos veranos corriendo por los montes, comiendo las frutas y verduras de las hortalizas, cazando ranas y culebras, y bañándome en el río, forjaba una parte de mi conciencia: la del valor del trabajo.
Por esta razón, la de estar alejado de la civilización durante dos meses en el año, la huelga de la construcción de las jornadas del 20 y 21 de julio de 1970 fue para mí tan sólo la noticia sobre el lío que había en Granada o la de un camión cargado de bovedillas que sirvieron para defenderse a los huelguistas del empuje policial. Fue aquella huelga, en la que murieron tres obreros, Antonio, Manuel y Cristóbal, a causa de las balas de la policía.
Hasta el cortijo llegaron escasos ecos. Sin internet, ni teléfono, ni luz eléctrica, ni periódicos, pero sí un viejo aparato de radio, alimentado con una enorme pila de petaca, que alegraba las duras y laboriosas jornadas de mi madre con las canciones de los discos dedicados o las interminables radionovelas, pocas noticias llegaron. Pero nunca olvidaré el relato de un tío mío cuando llegó contando cómo habían sobrevolado los guijarros de las bovedillas sobre las cabezas de los grises.
Es así cómo esta huelga no la presencié en vivo. Ahora bien, de haber acontecido en otras fechas del año, hubiera sido testigo privilegiado como lo fueron todos los vecinos que vivíamos en el barrio san Lázaro. Sólo tuve la oportunidad de ver los agujeros de los impactos de las balas de la policía que había en las fachadas de los edificios. Allí estuvieron largo tiempo, como testigos de la violencia con que se ejerció la represión policial. Aquellos agujeros fueron una de las primeras cosas que me enseñaron mis amigos a la vuelta de vacaciones y, sobre todo, guardo un vivo recuerdo de los que había en la pared del estanco de la avenida Calvo Sotelo (hoy avda. de la Constitución).
Aquella huelga significó otro hito para forjar, esta vez, la conciencia social de un adolescente y para comprender el valor de la lucha obrera como mecanismo de reivindicación de derechos.
Al escribir La renta del dolor, este episodio tan representativo del movimiento obrero de Granada, como paradigma de la lucha por las mejoras laborales y, también, como emblema de la resistencia contra el régimen franquista, me pareció esencial incluirlo en la novela, como muestra de aquella realidad social y política que caracterizó ese periodo del tardofranquismo. Se inicia así:
“Pero seguramente el momento más intensamente vivido fue el de aquellos días de la huelga en el sector de la construcción.
—¿Los recuerdas, Matilde? —la interrogó Alicia—. Las famosas jornadas de julio que inauguraron esta década con el trágico balance de tres obreros muertos por disparos de la policía.” (pág. 395)
Sirvan estas palabras, y las que siguen relatando este hecho en la novela, como modesto homenaje a aquellas tres víctimas del franquismo.
1 comentario:
¡¡Cuánta sensibilidad en tus palabras!!
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