Hace unos meses asistí a una exposición de fotografías: “Surmas. El tiempo detenido”, de Alicia Núñez, sobre esta tribu del sur de Etiopía, casi emparentada con los masáis. Altos, delgados, esbeltos... los surmas aparecían retratados en posturas rituales, en acrobacias danzarinas, con rostros serios o sonrientes que mostraban nobleza y dignidad. Las imágenes traslucían esa manera tan decente de relacionarse con el medio natural, que resulta tan pura, tan noble, y tan primitiva y misteriosa a la vez.
Percibí que la autora buscaba captar la mirada de esas gentes, esa inmensidad azabache, honda como una noche, pero sin que los fotografiados perdieran su dignidad. En sus rostros se apreciaba la inmensidad de las tierras que habitan, los atardeceres y amaneceres más hermosos del mundo. Ellos, que no ven límites, ni edificios que les corten la visión, piensan que todo el mundo les pertenece en una relación noble con la naturaleza.
En la reciente visita de Barack Obama a Kenia, entre visita de Estado y búsqueda de sus ancestros, el presidente de EEUU lanzó un mensaje a los muchos dictadores africanos que existen para hacerles ver que el poder no puede ser retenido para uso y disfrute de un individuo o de una casta. Obama manifestó que sería inconcebible en su país que cuando acabe su actual mandato él se aferrara al poder para continuar un tercero más. No sé si los dictadores, Teodoro Obiang, José Eduardo Dos Santos, Kagame, Kabila o Robert Mugabe se dieron por aludidos y les surtirán algún efecto estas palabras.
Hace un par de semanas el jugador de fútbol Messi giró una visita a Gabón. La prensa se quejó del aspecto desaliñado con que se presentó a una visita oficial, la percibieron como una afrenta, y una ONG, Human Rights Foundation (HRF), no se explicaba cómo fue a apoyar a una dictadura en la que la muerte de niños mediante rituales es una práctica común por el Gobierno.
Me decía la autora de las fotografías que a los surmas les extrañaba que ella admirara un puesta de sol o que se fijara en las cabras, eran incapaces de leer esa mirada, ellos viven y forman parte de esos elementos naturales y se sienten en perfecta comunión con ellos, de ella obtienen todo lo que necesitan para vivir y, además, viviendo rodeados de constantes peligros donde el día a día es pura supervivencia.
Algunas fotografías, sobre todo de atardeceres o de miradas, me erizaron el vello, por la fuerza expresiva de los valores naturales y humanos que en ellas se contienen. A mí me fascina ese mundo del África no pervertida; la otra, la de los dictadores, me hiere.
* Fotografía de la exposición de Alicia Núñez.
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