Flåm es uno de los cientos o miles de fiordos que hay en Noruega. Fue casi una obligación en estos días pasados de estancia en el país escandinavo visitar algún fiordo. Me habían hablado tanto de ellos que al final vencí mi resistencia a no moverme de Oslo y, arrastrando mi inoportuno constipado, nos trasladamos a la localidad de Flåm, a unos trescientos kilómetros, que por aquellas carreteras pareciera que circulábamos por las de los años sesenta en España, pero con un paisaje natural impresionante.
Junto a la espectacularidad que nos brindaba la naturaleza en el fiordo, en el fondo del mismo, allí donde el agua dulce del río y las numerosas cascadas se unen a la punta de lengua marina que se adentra hasta este punto del interior, se asientan un puñado de establecimientos comerciales y algunas viviendas. La vida comercial es la principal actividad económica de aquel lugar, por no decir la única. La visita merece la pena,, aunque el malestar de un resfriado te diezme algo la vitalidad para disfrutar del paisaje.
Entre los negocios que se arraciman en la punta de tierra del inicio del fiordo hay una carpa especializada en la venta de pescado frito y a la plancha. Antes de nuestro regreso a Oslo decidimos comer algo allí. A mí el pescado me gusta bastante. Y mira por donde fuimos a toparnos con parte de la realidad española de estos últimos años: la emigración de miles de jóvenes a países extranjeros por razones laborales, esos a los que se la ha negado en nuestro país la oportunidad de un puesto de trabajo. Era un grupo de jóvenes españoles los que se encargaban de freír y servir el pescado en las alargadas mesas de madera cobijadas en la carpa. Estábamos ante una muestra de la historia más reciente: la que se ha escrito con el desgarro de una sociedad quebrada por la crisis y la acción de un gobierno que ha causado tanto daño a la población.
Hablé con una chica del grupo, dotada de un desparpajo e inteligencia que llamaron mi atención, sobre las circunstancias de su estancia laboral en un lugar tan lejano y poco habitual Ni era Londres, ni París, ni Berlín, sino un lugar recóndito en un fiordo noruego. Me vino a decir que en España les fue difícil encontrar trabajo y lo conocido era con un sueldo ridículo. Sentí la crudeza de una realidad que ha masacrado a la juventud española en estos años de crisis y de reforma laboral indigna. En Noruega, uno de los países más ricos del mundo, con un paro testimonial en torno al cuatro por ciento, quizás no se esté al tanto de esta circunstancia que envuelve a este grupo de jóvenes españoles que sirven (e imagino que todavía lo harán cuando se publican estas líneas) platos de pescado a los visitantes del fiordo, pero yo sí.
Salí de allí comentando a mis acompañantes la desvergüenza con que se ha tratado a la población juvenil española, cargada de títulos universitarios, másteres y otros productos formativos, en estos últimos cuatro años.
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