Detrás de esa media sonrisa y la mirada preservada por los oscuros cristales de la gafa de sol, de un verano que se agota, se encierra la acuciante necesidad de escribir. Cada verano es distinto, como fueron distintos aquellos otros de mi niñez, plagados de vivencias que devoraban los deseos de descubrir todo lo que deparaba la agreste naturaleza de aquel paraje de la sierra sur de Jaén, que se encerraba entre montañas y con aquel río, generoso en agua y recovecos, al que bajaban a abrevar cada mañana y cada tarde tanta variedad de animales.
El verano me ha distraído las neuronas entre la energía inagotable de los nietos, las lecturas deseadas y ese viaje postrero a tierras noruegas. El momento tan anhelado de sentarme frente al ordenador, envuelto en mi propia soledad, no terminaba de llegar. Mientras tanto, no dejaban de fluir en mi mente las historias soñadas y las desagradables noticias de la convulsión de un mundo que no paramos de ensuciar y que se empeña en ser cada vez más hostil para el ser humano.
El otoño ya está aquí. Esas historias, impacientes por ser escritas, y la indignación que me provoca una mirada de repulsa hacia la ignominia de que es capaz el hombre, cruel, egoísta, indiferente, despectivo con otros seres humanos que se ahogan en el mar, que se agolpan tras una alambrada, que son abatidos por las balas, que mueren a manos de asesinos con cuchillo en mano, esas historias ya no pueden permanecer más tiempo macerando en mi cabeza. Esa cabeza en la que desde hace tiempo se ha instalado un apesadumbrado desvelo: la inquietud de sentirme víctima de la finitud implacable, la amarga sensación de que cada vez queda menos tiempo para todo, la certeza de que se quedarán proyectos sin abordar y que la vida no me dará más oportunidades para otras cosas que todavía guardan una pizca de ilusión. El niño de aquellos veranos tenía todo el tiempo para él, el hombre que ahora lo recuerda ya no lo tiene.
Ya no queda tiempo para escribir tanto como quisiera, al menos eso es lo que me ronda por la mente ya ajada por los años. Pero ahora que viene el tiempo de la ensoñación, ese otoño que matiza los colores y que tiñe la luz de un gris que invita al recogimiento, quizás ha llegado el momento para que todo fluya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario