Pronto presentaremos La noche que no tenía final en Madrid, por eso la mañana del sábado de este puente de Todos los Santos aproveché mi visita a Madrid para acercarme a la librería donde celebraremos el acto.
El barrio de Maravillas o Malasaña es un barrio con sabor literario. Allí se congrega una forma de ser y de vivir la ciudad distinta a cualquier otra parte de Madrid; al menos eso es lo que yo he percibido en mis ya muchas estancias en esta ciudad, y si no que alguien más avezado y conocedor me corrija.
Llegué a la puerta de la librería Cervantes y Compañía media hora antes de su apertura, que según vi en el pequeño cartel informativo del horario se abría a las doce. Me llamó la atención esta hora tan poco comercial (los comercios suelen abrir a las nueve y media o las diez), pero pronto comprendí que este barrio parece no tener prisa para acostarse ni tampoco para levantarse. Como la imagen indolente que exhibía el tipo que encontré sentado en el tranco de la puerta con ropaje deslustrado, en posición de dormidera, y con la cabeza a punto de esconderse entre sus piernas. Por un momento pensé que fuera Jerónimo Cienfuegos, pero advertí que no llevaba la gabardina que acompaña al personaje de La noche que no tenía final, así que lo descarté.
Como disponía de tiempo, y tampoco quería llegar en el momento preciso en que se estuviera abriendo la librería, aproveché para pasear por algunas de las calles del barrio y observar con la mirada de un contador de historias cómo era aquel sábado por la mañana allí.
Este es un barrio de lo más peculiar de Madrid, el barrio de la movida. El otoño en Madrid también tiene magia, y en este barrio rezumaba con otro sabor. Había una intensidad entre los sentidos que percibían el arranque del día y las gentes que hormigueaban por las estrechas y empinadas aceras, en unas calles que aun no habían abandonado la bruma de la noche, ayudadas acaso por la estrechez que las define, como si quisieran retener el aire que había dormitado en la luz oscura de la noche. Esa mañana el barrio se estaba desperezando con ritmo lento, sin las prisas del madrugador. Las calles me brindaron pasos lentos, de detenida observación, para apreciar que en él había algo de representación sórdida de la vida y de deseo de vivir la modernidad sin olvidar de donde se viene, de vivir con la luz del día pero sin abandonar lo mágico que le depara la noche. Es un lugar con locales y establecimientos muy variopintos, donde abundan todo tipo de comercios: colmados, tejidos, bisutería…, y donde hay teatros y librerías de viejo y hasta putas. Entonces comprendí que este lugar es el sitio adecuado para traer La noche que no tenía final.
La librería Cervantes y Compañía se ubica en la calle Pez, en la confluencia con San Bernardo; antes estaba unas calles más arriba, en otro local, allí donde presenté La renta del dolor. El establecimiento que acoge a la librería es fascinante, y le hace ser más que una librería. Al espacio para los libros se agrega el espacio para la recreación con los libros, a la planta donde se sitúan las estanterías y mesas con libros a la vista de los visitantes se añade un sótano para deleitarse con los libros y la palabra, y también con la música. Ahora que los viejos cafés que acogieron las tertulias literarias han desaparecido en las ciudades, una librería como esta puede ser el lugar idóneo para una tertulia, un lugar de libros para hablar de libros. Para todos los que amamos los libros es un sitio de obligada visita en Madrid. Es una librería para lectores soñadores como yo, para todos los que nos gusta apreciar un buen libro y aspirar la serenidad de sus letras.
He encontrado el espacio ideal para traer La noche que no tenía final a Madrid. El barrio de Maravillas y la librería Cervantes y Compañía son la combinación perfecta para hablar de ella, así que el día 26 de noviembre estaremos allí.
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