Cuando
Felipe González pronunció (XXVIII congreso del PSOE, 1979) aquello
de “Hay que ser socialista antes que marxista” estaba dando un
giro ideológico en el PSOE, que con el tiempo fue asentándose en el
registro más descafeinado del socialismo: la socialdemocracia.
El partido se hizo más
ancho, en detrimento de su identidad ideológica. El pensamiento
socialista fue perdiendo peso como parte de la razón práctica
ideológica. Los acontecimientos históricos posteriores se llenaron
de estrategias dirigidas al centro sociológico (en el sentido más
burgués del término). Y sólo se dio valor a la razón teórica
ideológica cuando interesaba lavar la imagen en cualquier discurso.
Hoy el PSOE ha virado tanto hacia el centro que casi no marca
diferencias en algunos presupuestos con otros partidos que también
pretenden abarcarlo desde la derecha.
La
socialdemocracia es la consecuencia del intento de adaptación del
socialismo a la economía de mercado. Tuvo su momento histórico con
las grandes figuras (Willy
Brandt, Olof Palme o François Mitterrand) que gobernaron en Europa
en el último tercio del siglo XX. Fue el momento en que se adaptaron
presupuestos
socialistas al sistema capitalista para gestionar el mercado con un
sentido más social.
Los
tiempos han cambiado, estamos lejos de aquel momento de auge de la
socialdemocracia, ahora el capitalismo, con su fórmula neoliberal y
globalizadora, se ha hecho más fuerte y aprieta las tuercas por
doquier. Uno de los peligros de esta
globalización es que nos arrastre a la deslocalización ideológica
y, finalmente, a un proceso de aculturación. Éste es uno de los
peligros a los que se enfrenta una socialdemocracia sumisa, sobre
todo si le construyen los relatos con los que tiene que asomarse al
mundo. Si
alguien pretende abogar por repartir la riqueza, dotar de derechos a
los ciudadanos o impulsar los servicios sociales no tardará en verse
frenado por el estallido de una crisis o el debilitamiento del poder
político. Las reglas de juego han cambiado en el mundo actual, hay
tanta insolidaridad como desigualdad, y el modelo capitalista,
dominado por élites económicas insaciables, no mira más que la
ecuación mágica: rendimiento, desarrollo económico y beneficio.
Frente a ello, el deterioro de las sociedades occidentales ha traído
más pobreza, desigualdad y marginación. El
uno
por ciento de la población mundial posee tanto patrimonio como el
resto de población, leamos la
obra de Joseph
E. Stiglitz, ‘La
gran brecha, qué hacer con las sociedades desiguales’,
para entenderlo.
La
crisis económica ha dejado al descubierto y sin respaldo muchas
políticas sociales. Hoy tenemos la impresión de que cuando la
economía estaba exultante se construyó un estado de bienestar sin
solidez, sin blindaje frente a posibles contingencias adversas, a
pesar de incluirlo en el articulado de textos constitucionales y
estatutarios. Con la crisis todo se vino abajo, pero las necesidades
de los grandes emporios económicos (bancos, sobre todo) fueron lo
primero en ser atendido por el Estado. Las imposiciones de la Troika
se acometieron sin rechistar, y la socialdemocracia también bailó
al ritmo marcado por las directrices del poder económico en España
como en Francia, en Italia como en Inglaterra.
Siempre
pensé que el socialismo se desvirtuaba con el apellido
socialdemócrata. Formar parte del sistema capitalista y no asumir
sus normas es complicado. La socialdemocracia históricamente tuvo
que ir acomodándose a la evolución del capitalismo, si no quería
quedarse relegada. Con la irrupción más reciente del modelo
neoliberal sus respuestas, sobre todo sociales, se han difuminado de
tal forma que se confunden a veces con postulados neoliberales. El
mercado no entiende de ideologías, sólo de beneficios. Francia,
gobernada por la socialdemocracia, está proponiendo ahora una
reforma laboral que nada tiene que envidiar a la que el PP dictó en
España hace unos años, y de la que estamos padeciendo sus
consecuencias. En el país vecino se habla de abaratar el despido,
porque eso permitirá mayor competitividad y favorecerá la creación
de empleo (lo ha dicho el primer ministro francés, Manuel Valls,
como lo dijo Rajoy).
La
socialdemocracia es un término que queda bien y no desentona en la
esfera capitalista, pero es una fórmula híbrida, y como todos los
híbridos del reino animal sin capacidad para la fertilidad. El
socialismo no necesita apéndices lingüísticos para ser
democrático, porque no tiene sesgo totalitario ni excluyente. El
socialismo es un pensamiento al que le interesa sólo la gente, sus
problemas como seres humanos y sus aspiraciones para ser libres y
sentirse liberados, con un Estado capaz de garantizar el bienestar de
los ciudadanos.
El
PSOE ha perdido tantas señas de identidad que lo que no puede perder
bajo ningún concepto es su impronta socialista, como tampoco el
espíritu por hacer la revolución social y democrática. Estar
inmersos en un sistema capitalista no significa acomodarse a él y
pretender demostrar a la derecha que lo gestiona mejor que ella,
porque eso es imposible. El socialismo tiene que tener la pretensión
de transformar el capitalismo en un sistema más justo e igualitario,
y en ello el Estado no puede ser un títere sometido al poder
económico. El socialismo ha de tener una vocación de transformación
social, de emancipación del ser humano como ser libre y crítico,
lejos de convertirse en un engranaje más del mercado, jugando sólo
el papel de mero productor de beneficio, sea como consumidor o mano
de obra. El socialismo debe aspirar a cambiar las reglas que no
funcionan en la sociedad, en beneficio del interés general y no el
del capital y las élites económicas.
Hay
que ser socialista antes que socialdemócrata, y en los tiempos que
corren, si cabe, más. Se necesita un discurso alternativo a la marea
liberal y posmoderna que nos envuelve. Y se necesita un partido que
sea instrumento para acabar con antagonismos y diferencias, como
decía su fundador, Pablo Iglesias, capaz de transformar la sociedad
y mejorar ese mundo que no nos gusta.
*
Articulo publicado en el periódico Ideal de
Granada, 14/10/2016
2 comentarios:
Me gusta tu artículo Antonio. Reflexiones de este calado son las que necesita el partido. Es el momento de que los socialista señalemos con claridad cuáles son nuestras señas de identidad. Ayudar a esta derecha es inmoral. Si hay que sufrir algún tiempo, seguramente lo haremos con dignidad pero saldremos reforzados.
Un abrazo.
Has precisado muy bien, Miguel: con dignidad saldremos reforzados. De otro modo, habremos de avergonzarnos siempre.
Un abrazo.
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