La Cumbre del Clima
celebrada en Madrid, la COP25, que podría haber sido la fiesta de la
sensibilización por combatir el cambio climático tras las últimas noticias de
la ciencia que presagian lo peor, ha concluido con un acuerdo raquítico. Esta
reunión internacional, como tantas otras grandes cumbres, asambleas o
conferencias internacionales que suelen terminar en paupérrimos acuerdos de
paz, de protección del medio ambiente, de limitación de armas nucleares o de respeto
a los derechos humanos, ha tenido su punto de decepción. Es difícil esperar
otra cosa cuando tenemos un organismo internacional, la ONU, con una pata coja.
La salud ambiental,
física y mental del planeta no solo no ha mejorado en décadas, sino que está
muy quebrantada. Los grandes proyectos plurinacionales siempre han estado
agredidos por agentes internos y externos que no cejaban de entorpecer su
funcionamiento. La ONU se ha convertido en un proyecto de grandes discursos,
pero también de grandes decepciones. Ninguneada y vetadas sus propuestas por
alguna de los cinco grandes potencias con derecho a veto, subsiste con un poder
más moral que efectivo.
El momento de mayor
entusiasmo de la COP25, en sus dos semanas de duración, se produjo con la
aparición de Greta Thunberg. Su llegada activó el sentir más ‘popular’ de la
cumbre, no por la autoridad científica de su discurso en torno al cambio
climático, más propio de los científicos que han echado miles de horas a estudiar
sus fenómenos y consecuencias, sino por el mito en que la han convertido. No me
parece mal que la adolescente sueca haya alcanzado tanta notoriedad, con ella se
ha estimulado la conciencia de miles de jóvenes y propiciado infinidad de protestas
en el mundo. Lo que me parece peor es que con ella haya aflorado la miseria y
ruindad humanas encerradas en un sinfín de insultos proferidos en las redes
sociales. Se le ha llamado histérica, majareta, puta o marioneta.
Algunos han creído
que era mejor destruir a esta joven que luchar contra los gobernantes que se
empeñan en mirar hacia otro lado en esto del clima, obcecados en preservar su
ignorancia cuando no los intereses de las grandes corporaciones que utilizan
ingentes cantidades de recursos naturales para esas actividades económicas que inundan
la atmósfera de kilotones de residuos gaseosos. No solo vamos camino de
destruirlo todo, sino que estamos dispuestos a destruir a las personas, aunque
se trate de niños y, si puede ser, con toda la saña de que somos capaces.
A esta pobre chica se le ocurrió abogar, o la indujeron a que se le
ocurriera, por la causa de la destrucción del planeta y el cambio climático, del
mismo modo que nos hemos pronunciado miles, cientos de miles, millones de
personas. Pero sobre Greta
Thunberg se pusieron las cámaras y los flashes, y la niña empezó a tener una
repercusión mundial. Ahí empezó su problema personal y, también, el de muchos
desaprensivos. Lo que dice Greta no es una novedad, es lo que se ha dicho y se
dice por parte de otros miles de niños. La novedad es que sobre ella recayó la
popularidad o el 'popularismo' secundado por los medios de comunicación.
Greta Thunberg no es el
problema, a mí no me molesta, al contrario, el problema somos los demás: la
jauría humana. Su protagonismo no debe ser motivo, ni arroga a nadie el derecho
a ensañarse con ella. Quizás dentro de unos años nos olvidemos de esta chica,
pero ahora dice lo que tiene que decir, que el planeta Tierra tiene un problema
de salud grave.
Algunos han estado más interesados en desmontar el fenómeno Greta
Thunberg que de hablar sobre el problema que se cierne sobre la Tierra: el
cambio climático. Los científicos hablan de deshielo, de subida de la
temperatura global del planeta, de la capa de ozono, del efecto invernadero, de
las emisiones de dióxido de carbono…, de
todo lo que está envenenando y transformado la atmósfera, con más celeridad que
en ningún otro momento de la historia de la Tierra.
Es de esto de lo que hablan los científicos, aunque haya una poderosa minoría
que no le pone oído, y aunque haya también otra mayoría que le hace caso a esta
minoría. Y por ello, el documento final de la Cumbre del Clima ha contado con escasos
acuerdos y pocas adhesiones. Menos de la mitad de los países participantes
(sobre 200), liderados por la Unión Europea, se han comprometido a realizar
mayores esfuerzos contra el cambio climático y a presentar planes más exigentes
en 2020. Fuera de este compromiso se han quedado EEUU, China, India y Rusia, los
mismos que provocan el 55% de las emisiones mundiales de efecto invernadero. Los
dominadores del mundo que solo miran sus intereses. A estos aguafiestas el
planeta les trae sin cuidado, la vida para ellos solo se cifra en rendimientos
económicos, no les preocupan los efectos nocivos de sus actos. Y tras ellos, los
adláteres que no dudan en destruir su parte del planeta. Pobre Amazonía. Estos gobernantes
han mostrado su lado más insensible con la vida del planeta y sus posibles consecuencias hacia la raza
humana.
Algunos dirigentes proclaman que el planeta no se va a destruir, ni
creen a los científicos ni se creen lo del cambio climático. Cuando escucho tanta
irresponsabilidad recuerdo las palabras de mi madre que, sin conocimiento
científico alguno, me hablaba de aquellos temporales y de los nevazos que caían
cuando ella era una niña o una jovenzuela.
* Publicado en el periódico Ideal, 17/12/2019
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