España es un país con
una convivencia quebradiza. De vez en cuando se cuela la hiel por fisuras
supurantes. Siempre pensé, con la Historia como aliada, que la convivencia
entre los españoles no era una cosa fácil, pero no hasta el punto de que el
odio emergiera en el debate político, como ha ocurrido varias veces durante la
democracia.
Las campañas
electorales sacan de nosotros los más bajos instintos. Y cuando no hay campañas
electorales, también. La democracia quiso hacernos diferentes a lo que éramos antes
de ella: vivir en libertad, ser democráticos, respetar al que no piensa como
nosotros. Yo fui un joven que creyó en la democracia y al que ahora, no tan
joven, le asaltan las dudas.
Una nueva generación
de políticos está gobernando la política en España, pero parece peor que la
anterior, o tal vez es igual y aprendió de la anterior. Sacar la inquina que
caracterizó el devenir político de España en el siglo XIX (la que Galdós retratara
en sus novelas, plagadas de avatares políticos) y el primer tercio del siglo
XX, que tuvo como colofón la ira desatada en la guerra civil y la dictadura, nunca
ha sido parte de nuestro progreso, ni civilizador ni humano. ¿De qué han
servido cuarenta años de democracia?
Pensábamos que el
franquismo, la mayor quiebra sufrida en la convivencia nacional de este país en
su historia, se había liquidado con la Constitución del 78. Mas como si la
Historia se repitiera, que no lo creo, en nuestros días supura todavía demasiada
hiel y no menos perversos gestos de intolerancia. Con la democracia quisimos construir
una convivencia mejor, o eso nos creíamos unos cuantos ilusos. Por eso, los que
creímos en aquello, ahora no toleramos que unos pocos, o unos muchos, pretendan
acabar con nuestras ilusiones.
Al pasado lo revive
la nostalgia, ese sentimiento del ser humano que añora siempre alguna pieza pretérita
para reconstruir el equilibrio emocional del presente. No obstante, a algunos se
les soliviantan determinadas añoranzas que no debieran ser patrimonio de la
nostalgia, no hasta el punto de que tras cuarenta años de la muerte del
dictador el franquismo siga vivo y sus rictus intempestivos reproduciéndose tan
airadamente.
La sesión de
investidura de Pedro Sánchez ha constituido un bochornoso espectáculo protagonizado
por las derechas. Como lo fueran otros momentos parlamentarios de este país,
pero en éste cuajando un peligro que solivianta los nuevos tiempos: el ultraderechismo.
Me asalta la sensación de que algo terrible pudiera pasar. La intervención de
la portavoz de Bildu desató un volcán de ofensas en modo aspersión, que se
mezclaron con el uso obsceno del terrorismo, que afortunadamente terminó hace
años, y que para la derecha es su razón recurrente, como si con él viviera
mejor.
No estoy tan seguro
de que la execrable manera de hacer oposición de la derecha sea consecuencia de
creerse que el poder le pertenece. Pienso más bien que su forma gamberra y
violenta de conducirse responde a que no les gusta el debate parlamentario como
instrumento de exposición de argumentos e ideas, y que en su ADN radica la
imposición como método de conquista de lo apetecido: el poder. Este modo de
proceder no es más que una manera de traicionar a la Constitución, a la que
tanto dicen defender, y de camino a la Monarquía.
Actitudes y palabras
lo dicen todo sobre nosotros. Y cuanto se instiga, fustiga y hostiga en el
Congreso termina expandiéndose por la calle. Y cuanto se ‘argumenta’ en el
Congreso rola en los corrillos, las plazas, los bares y las redes sociales. Y
lo vociferado en el Congreso deseduca social y políticamente a la ciudadanía
hasta confundirla. Y al final triunfa el efecto pretendido con tales
‘argumentaciones’, quedando solo en el imaginario de la ciudadanía los insultos:
traidor, mentiroso, desleal, estafador, terrorista, prevaricador…
La composición
política del Congreso es la que hay: la representación de todas las sensibilidades
políticas y territoriales de España. Así se construyó en el 78 la Constitución.
Convertir el Congreso en campo de batalla contra esas mismas sensibilidades no es
ser constitucionalista. Los que se denominan así deberían saberlo. La convivencia
emanada de la Constitución se construye, no se destruye.
Queríamos que ETA
dejara de matar y que se disolviera, y lo hizo. Quisimos que la izquierda abertzale
entrara en el redil de la senda constitucional: participar en elecciones,
acatar la Constitución aunque fuera con el imperativo que fuera; en definitiva,
que estuviera sometida a la disciplina parlamentaria. Y cuando todo esto se ha
conseguido parece que no tenemos suficiente. ¿Preferiríamos tener a ETA activa con
sus ‘argumentos’ asesinos para así alimentar el debate político y golpear la
cabeza del adversario cuando nos fuese pertinente?
El independentismo
catalán ha removido la convivencia de este país. Ha tenido la ‘virtud’ de
provocar una ruptura política mayor que la que había protagonizado ETA con sus
muertos. Aquello nos unió. Nos ha hecho caer en la trampa. Las derechas han
caído en la trampa. La trampa del enfrentamiento. Que Esquerra Republicana haya
votado abstención en la investidura de Pedro Sánchez ha sido un éxito para la
política española, obviamente no para la política que apuesta por el frentismo y
la represión. Hacer entrar a ERC en el redil del constitucionalismo, aunque sea
a regañadientes, nos desvela que la independencia de Cataluña y la república
catalana ya son un imposible y que lo han entendido.
Dejemos que en la
convivencia de este país quepan todas las sensibilidades políticas y
territoriales de España.
* Publicado en el periódico Ideal, 12/01/2020* La imagen que ilustra esta entrada es obra de Juan Vida: Manifestación, 1976
2 comentarios:
Espero que la crispación quede relegada para los que quieran obtener resultados electorales de ella. A mi lo que me importa y deseo es que este gobierno sea consciente de la oportunidad histórica que tiene y se esfuerce en gobernar con sentido de Estado y para el interés general.
El teatro y la pantomima que representa las escenificaciones congresuales y sensoriales deben dar paso a la política de los hechos, que da la verdadera medida del nivel de un país. España aún debe caminar y profundizar en la habitación de los valores, la ética y la sensibilidad de la convivencia. Por un pacto de Estado en materia de EDUCACIÓN YA. Como siempre Antonio, una exposición acertada de la realidad histórica de nuestro país.
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