“Todo saldrá bien”, enmarcado
en un hermoso arcoíris, ha sido el grito de ánimo lanzado por el magisterio español
a su alumnado. Las escuelas se cerraron con la pandemia y la población escolar quedó
confinada. Se acabó el contacto en el aula, la seguridad de la proximidad del
maestro, la sonrisa, el gesto, las relaciones de afecto interpersonales, el
apoyo diario para los que aún necesitan que todo sea cercano, los más
vulnerables.
Los docentes también se
sintieron huérfanos de sus alumnos. Su reacción: arropar a millones de
escolares inmersos en un mar cargado de incertidumbres con una explosión de cariño
virtual: “Todo va a salir bien”, y que no estaban solos, que sintieran que sus
maestros los añoraban. Se grabaron vídeos individuales y colectivos que
circularon por las redes sociales. Los animaban, recordaban cuánto los echaban
de menos y suspiraban porque esto terminase pronto. Sentí un enorme orgullo de ser
docente.
La primera muestra me
llegó de la maestra de mi nieto David. Juana trabaja en el CEIP ‘Alhambra’ de
Madrid. Aquellas palabras de complicidad en un corto vídeo dirigido a sus
alumnos de cinco años me emocionaron. Apelaba a su responsabilidad y a que
levantaran el ánimo, y lo hacía con una extraordinaria sensibilidad y connivencia.
La talla moral y profesional de muchos docentes, preocupados por minimizar el
impacto de esta nueva experiencia, la alcanzaba esta maestra.
Se había perdido el
contacto físico, pero, como a Blas de Otero, nos quedaba la palabra. Hablada o
escrita, para sentir, saber, comunicar, querernos, consolarnos, amarnos. Las
palabras nunca sobran, sobran los insultos, las ofensas, la discriminación, el
desprecio. Y aquellas palabras de los docentes dirigidas a su alumnado demostraban
que seguían siendo maestros aún en el confinamiento y que, a pesar de la
muralla física, el calor de sus palabras desvelaba ternura.
No obstante, la actividad
escolar debía continuar. Los docentes afrontaban el reto de la docencia a
distancia con un objetivo común: ningún alumno se quedaría atrás. Las
dificultades aparecieron y con suerte desigual. Cuando volvamos a la normalidad
todos habremos de reflexionar sobre esta experiencia que ha dejado al
descubierto muchas de las graves carencias de nuestro sistema educativo, que no son de ahora, y que quizás antes no hemos querido o sabido verlas.
Permitidme que en esta ocasión apele al optimismo y
me detenga en el trabajo desarrollado por los buenos docentes.
He
seguido detenidamente la docencia a distancia. He sabido de las dificultades para
conectar con todos los alumnos: hogares sin ordenador, sin recursos telemáticos
y, en casos extremos, hogares con un solo móvil y datos limitados, utilizado
solo para comunicarse por whatsapp o mirar una cuenta de Instagram. Ni siquiera
un correo electrónico. Situaciones variopintas abordadas con gran dificultad
por los docentes. Y en zonas rurales y desfavorecidas, mayor brecha digital.
Una maestra
de Cuevas del Campo, Tania, me hablaba de estas dificultades, de llevar días intentando
contactar con dos alumnos y su empeño profesional por ‘que no se quedaran atrás’.
Tras muchos intentos consiguió hablar con las familias por teléfono. Se trataba
de dos alumnos con necesidades educativas especiales.
Los
docentes han hecho un trabajo encomiable, a pesar de la gran limitación de
medios. Más allá de la necesidad de resolver la brecha digital, la docencia a
distancia ha demostrado otra cosa: la escuela y la educación presencial son imprescindibles.
Las desigualdades se compensan mejor en la escuela física que en la escuela
virtual. Por eso me molesta que se hable de 'aulas hueveras'. Que algunos docentes conviertan sus clases en espacios de
aburrimiento no significa que todas lo sean. He visitado cientos de aulas en
años y he visto espacios dinámicos, motivadores, ambientes de interrelación,
cooperativos, de empatía. Y también docentes que convierten sus clases en entornos
de aprendizaje, no solo de contenidos, también de relaciones humanas, de miradas
cómplices, de gestos amables, de sonrisas afables. La escuela, más que ningún
otro entorno social, es un espacio de compensación
de desigualdades. No se nos olvide.
Ser maestro
en la sociedad actual sigue teniendo valor. Los sanitarios han cuidado de nuestra
salud atacada por el coronavirus, pero los docentes han cuidado del intelecto y
las emociones de millones de niños y jóvenes. Lo decía Isabel, maestra del colegio
de Ugíjar: “Ni dispositivos digitales, ni libros
de texto... los respiradores educativos son los docentes, que guían, asesoran,
acompañan, adaptan, compensan y velan, porque saben qué y cómo lo que cada uno
de sus alumnos y alumnas necesitan”.
Recuerdo
a mis maestros: don Francisco, don Esteban, don Antonio, y la huella que
dejaron en mí. Los maestros son todavía faros a los que mirar en caso de que
nos arrastre la deriva. Los tiempos han cambiado y, aunque parezca que ya no iluminan
lo mismo, que están tocados por un desprestigio grosero y el escaso
reconocimiento que invade tantos espacios profesionales en estos tiempos de
posmodernidad, mi conocimiento me impele a creer en ellos. Mi nieta me habla muy
bien de una maestra que le gusta mucho. Alguna luz recibirá de ella para que le
guste. Si en estos días de difícil desempeño de la actividad escolar el
alumnado no los hubiera tenido cerca, el embravecido mar de la vida tal vez se
los hubiera tragado.
Dejémoslos que sigan iluminando,
no les apaguemos su luz con el descreimiento. Ni les burocraticemos tanto su trabajo, ni los distraigamos con cantos de
sirena y cambios que anuncian un maná educativo que luego queda en nada. No les
restemos tiempo ni energías que deban emplear en la atención de sus estudiantes.
Creamos en ellos, ellos han creído en sus alumnos.
*Artículo publicado en Ideal, 31/05/2020
5 comentarios:
Excelente artículo de animación a los docentes y alumnos, madres,padres. La enseñanza se renueva con nuevos métodos, pero ningún artilugio cibernético podría sustituir la extensión de la labor docente.
Un hermoso artículo que expresa, con afecto y reconocimiento, el valor de la gran mayoría de los docentes que creen profundamente en el poder transformador de la educación y en la importancia del afecto y las emociones que compartimos con nuestro alumnado. Gracias, Antonio
Como maestra del CEIP Alhambra, solo puedo dar las GRACIAS!!!!!!
Motivador articulo. Lo enviaré al Claustro, les va a encantar.
Gracias Antonio.
Gracias por vuestra generosa apreciación sobre el artículo. Solo he pretendido ofrecer un modesto homenaje a los docentes que en este tiempo tan difícil han debido hacer un esfuerzo para estar más próximos a su alumnado.
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