lunes, 3 de agosto de 2020

EUROPA SIGUE ESTANDO MÁS ALLÁ DE LOS PIRINEOS*

Temíamos una debacle, pero al final se han salvado los muebles en Europa. Se dice que el fondo de recuperación europeo es la decisión más importante desde la creación del euro, y debe serlo por el montante económico y la recuperación de principios básicos para el proyecto europeo: cooperación y solidaridad.
Es mucho lo que se juega Europa en esta crisis pandémica donde llueve sobre mojado. Hasta Merkel, la gran recortadora de la crisis de 2008, se ha dado cuenta. Europa es el espacio geoestratégico mundial donde mejor se ha preservado la civilización del bienestar desde que se fundara el Mercado Común. Salir de la crisis del Covid-19 necesitará mucha cabeza y mucha solidaridad, nadie saldrá solo. Estos tiempos son otros: la ruptura en la esfera internacional ha hecho tambalear el concepto de globalización. La inestabilidad mundial generada por la errática política de EEUU en su guerra contra China ha dejado a Europa fuera de juego. Si la Unión Europea quiere sobrevivir tendrá que desechar postulados nacionalistas y apostar por la colaboración interna. Por separado, cada país europeo no deja de ser un pollo con aspiraciones a ocupar un rincón del corral, pero supeditado a los dos gallos predominantes (EEUU y China) y a otro (Rusia) que se dedica al hostigamiento en espera de ver lo que pilla.
En esta incierta desazón de las relaciones internacionales me temo que pierde la democracia. Si desaparece el sentido de comunidad, la democracia se debilita hasta el punto premonitorio que defienden Levitsky y Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias. Ellos hablan de EEUU, pero Europa tiene ya sus amenazas: el auge de populismos y extrema derecha.
El fondo de recuperación supondrá una probable salvación de las economías europeas, sobre todo las del sur. Europa no es EEUU ni China, su potencial económico y de innovación está lejos de lo que representan ambas superpotencias. Si no se anda lista y unida perderá un tren que la alejará de muchas transformaciones que se están produciendo en el mundo, incluso cederá en su papel de estabilizador mundial.
Los estandartes europeos, Alemania y Francia, han facilitado la creación del fondo cediendo ante los llamados ‘frugales’: la Europa luterana, dispuesta a imponer ajustes monetarios e impositivos, reformas laborales y de pensiones a cambio de las ayudas. Capitaneados por Holanda se mostraban insensibles ante quienes sufrieron las duras restricciones de 2008 para agravio de la población más desfavorecida.
En la negociación del fondo de recuperación hemos ‘descubierto’ que aún persisten las dos Europas. La de la austeridad económica de mentalidad calvinista y la tachada de frívola y poco ahorradora. Asimismo hemos ‘redescubierto’ que Europa sigue estando más allá de los Pirineos, no solo geográfica, también mentalmente, y que España despierta los mismos recelos y tópicos a los que secularmente estábamos ‘acostumbrados’.
Nuestra imagen en Europa, a pesar de la modernización impulsada durante la democracia por otros fondos europeos, no es para tirar cohetes. Los eslóganes de la Marca España se antojan ridículos ante los ojos con que nos miran. Nos ven como un país despilfarrador, corrupto y con escaso miramiento por las cuentas públicas, la letra menuda de las negociaciones del Consejo Europeo lo ha evidenciado. Llevamos años convertidos en el botellón europeo, el lugar de desahogo de los borrachos que vienen a atiborrarse de cerveza y a lanzarse desde un balcón a la piscina del hotel. Las imágenes de estas zonas turísticas han llegado a los televisores de Europa: jóvenes británicos, franceses, holandeses o alemanes emborrachándose, meándose, desnudándose y fornicando en plena calle, desmadrándose de la manera más burda y soez, tan solo para dejar unos millones de euros en nuestra principal y traicionera industria: el turismo. Así nos ven y así nos juzgan los que con una mentalidad austera nos mandan a sus jóvenes a que se desahoguen y solacen en nuestras Lloret de Mar, Magaluf o Benidorm. La moral puritana no deja de tener su lado hipócrita.
La pureza del norte de Europa frente al degradado y corrupto catolicismo romano que sirvió de base a la reforma protestante del siglo XVI, y que no ha dejado de perdurar. La prosperidad económica que impulsó aquel protestantismo en el comercio y la industria frente a una economía que a duras penas salía del mercantilismo manufacturero.
No obstante del acuerdo, los ‘frugales’ han demostrado su insolidaridad con el sur de Europa en una crisis no provocada por sus pecados, sino por una especie de ‘maldición bíblica’. Para España los Pirineos han vuelto a ser esa barrera infranqueable que de manera autoimpuesta nos aisló por ferrocarril con un ancho de vía diferente desde el siglo XIX, o que nos ninguneó por méritos propios en el concierto internacional cuando aquel Congreso de Viena de 1815, tras la derrota de Napoleón y el reparto de su botín. Con el siglo XXI a cuestas debiéramos asumir también nuestras responsabilidades (derecha e izquierda) de aquellos años de la opulencia del desmadre económico con Aznar y Zapatero. No sea que ahora algunos quieran sacudirse las solapas como diciendo que aquello no va con ellos o no vean la viga en el ojo propio. En esos años hemos fraguado nuestra nefasta imagen más reciente.
Si queremos recuperar crédito habremos de dar una lección en la gestión del fondo europeo. Y a ser posible que esa imagen de país frívolo en lo económico que nos persigue sea desterrada de manera permanente. Aunque mal hemos empezado tirándonos los trastos a la cabeza, cuando deberíamos haber puesto en valor lo conseguido. No sé a qué juega la oposición en algo que va a ser beneficio para todos los ciudadanos.
* Artículo publicado en Ideal, 02/08/2020

domingo, 21 de junio de 2020

LA HISTORIA NO SE REVISA, SE ESTUDIA*


La muerte de George Floyd no puede quedar impune. Las protestas escuchadas en múltiples rituales de purificación democrática han condenado el asesinato de este ciudadano negro bajo una rodilla criminal. Vigilias, homenajes, largas y populosas marchas, tan legítimas como imprudentes por la presencia de otro enemigo: el coronavirus, tan arrasador en Estados Unidos gracias a la clarividencia de su presidente. El racismo ha sido zarandeado, pero las reacciones viscerales e irracionales no ayudarán a ello.
Algunas de las muestras públicas en recuerdo de Floyd han derivado en un ajuste de cuentas con la Historia. Vestigios del recuerdo histórico en forma de estatuas han sido purgados. Las estatuas son una anécdota de quita y pon, podremos derribar todas las que queramos, pero si no se combate la mentalidad opresora del racismo, no desaparecerá. Las creencias no se erradican concluido un aquelarre iconoclasta. Derribaremos muros, estatuas y castillos, pero la caída de los símbolos no arrastrará las ideas que una vez los sustentaron.
Hace menos de un año paseaba en Nueva York por Columbus Circle y observaba la estatua de Cristóbal Colón. Descubrí el fervor de América hacia el navegante con cientos de estatuas erigidas en su honor en ciudades estadounidenses: Nueva York, Boston, Richmond, Houston, Miami… Esta plaza neoyorquina se sitúa en el cruce de Central Park, Broadway y la Octava Avenida. En ella se celebró el 400 aniversario de la llegada de Colón al Nuevo Mundo inaugurando el monumento que preside el enorme coso. Fue una donación de la comunidad italoamericana, sufragado con la recaudación de fondos promovida por un periódico en lengua italiana: ‘Il Progresso’. El monumento: una estatua de Colón tallada en mármol de Carrara sobre una columna de granito de 21 metros de altura, con relieves de marinería en alusión a la Niña, la Pinta y la Santa María. El nombre, cómo no, en italiano: Cristoforo Colombo, reclamando la ascendencia patriótica. Los italianos se nos adelantaron desde siempre en EEUU para vender lo suyo.
Las estatuas de Cristóbal Colón han sido uno de los objetivos antirracistas. Este ir y venir de la figura de Colón como abanderado de una conquista que exterminó a cientos de miles de aborígenes durante siglos, no es de ahora. En 2017 se creó una comisión para dirimir sobre el monumento de Columbus Circle. Si se hubiera decidido su derribo yo no habría podido verlo aquella soleada mañana de septiembre de 2019.
El revisionismo de la Historia no siempre conduce a restañar agravios. Que desaparezcan las estatuas de Colón en EEUU no va a modificar la Historia, ni constituirá un hito de justicia. Colón actuó con arreglo a su tiempo, y los conquistadores, también. Un tiempo de crueldad, no desaparecida en nuestros días. Recordemos la memoria de los damnificados por unas prácticas injustas y salvajes cometidas hace cuatro o cinco siglos, pero no podemos revisar o reescribir el pensamiento que las propició por mucho que nos duelan tantas atrocidades. No podemos borrar la Historia, tan solo aprender de ella.  
El dolor por la tragedia de George Floyd es inmenso, su significado, si cabe, más hiriente. El racismo es una lacra enquistada en la mente del ser humano, difícil de erradicar. Derribar una estatua es solo un acto de desahogo simbólico y visceral. Extirpar el racismo de una sociedad, una obligación permanente, una intolerancia cero a la que aspirar.
La Historia no se revisa, se estudia e investiga, y si del análisis histórico se desprende que hemos interpretado erróneamente un dato a la luz de las fuentes, entonces se rectifica. La Historia no se construye con opiniones ni conjeturas, ni impulsos vehementes sobre pareceres. Revisemos el presente, donde sí podemos influir y edificar el futuro. El racismo no se va a erradicar con el derribo de cientos de estatuas, como tampoco el fascismo. Si queremos combatir la xenofobia o el fascismo lo tendremos que hacer entre nosotros, los vivos. Decía Walt Whitman que “la sociedad de hoy somos nosotros: los poetas vivos”.
Nuestras mentalidades son las peligrosas, no las de hace trescientos o cien años. Estas nos deben servir de enseñanza para aprender de los horrores que cometieron. Y si nuestra sociedad los volviese a cometer, entonces no habríamos aprendido nada y seríamos esos estúpidos culpables de ser unos depravados y merecedores de lo que nos ocurriera.
El racismo se combate persiguiendo comportamientos racistas con la legalidad, pero también desterrando mentalidades y actitudes, sin darles pábulo por omisión o complacencia. El cambio de mentalidad no es tarea fácil, en todo caso habrá de producirse con leyes que combatan actitudes perniciosas y con aprendizajes sociales que propicien la práctica de actitudes tolerantes. La sensibilidad y la empatía hacia otros seres humanos es la mejor vacuna, aunque llevemos miles de años sin haberla descubierto aún.
No podemos revisar la Historia a la luz de nuestro pensamiento evolucionado. No podemos eliminar en una quema de libros ‘cisneriana’ las obras literarias que narran historias de racismo, ni películas, ni obras científicas o artísticas. Nuestras conductas individuales quizás también fueron alguna vez racistas, como lo fue la tolerancia al maltrato animal. Lo que ahora solivianta nuestra conciencia no siempre la soliviantó hace treinta o cuarenta años.
No podemos acomodar la Historia a nosotros. Hemos progresado y aceptado unos valores éticos, cívicos y morales que rigen la vida de ahora, el pasado no debe ser culpable de lo que somos, a pesar de su influencia, pero el presente sí que es nuestro, ¿a ver qué hacemos con él?

* Artículo publicado en Ideal, 20/06/2020
* Ilustración: detalle de Santo Domingo y los albigenses de Pedro Berruguete.

martes, 2 de junio de 2020

CREER EN LOS DOCENTES*


“Todo saldrá bien”, enmarcado en un hermoso arcoíris, ha sido el grito de ánimo lanzado por el magisterio español a su alumnado. Las escuelas se cerraron con la pandemia y la población escolar quedó confinada. Se acabó el contacto en el aula, la seguridad de la proximidad del maestro, la sonrisa, el gesto, las relaciones de afecto interpersonales, el apoyo diario para los que aún necesitan que todo sea cercano, los más vulnerables.
Los docentes también se sintieron huérfanos de sus alumnos. Su reacción: arropar a millones de escolares inmersos en un mar cargado de incertidumbres con una explosión de cariño virtual: “Todo va a salir bien”, y que no estaban solos, que sintieran que sus maestros los añoraban. Se grabaron vídeos individuales y colectivos que circularon por las redes sociales. Los animaban, recordaban cuánto los echaban de menos y suspiraban porque esto terminase pronto. Sentí un enorme orgullo de ser docente.
La primera muestra me llegó de la maestra de mi nieto David. Juana trabaja en el CEIP ‘Alhambra’ de Madrid. Aquellas palabras de complicidad en un corto vídeo dirigido a sus alumnos de cinco años me emocionaron. Apelaba a su responsabilidad y a que levantaran el ánimo, y lo hacía con una extraordinaria sensibilidad y connivencia. La talla moral y profesional de muchos docentes, preocupados por minimizar el impacto de esta nueva experiencia, la alcanzaba esta maestra.
Se había perdido el contacto físico, pero, como a Blas de Otero, nos quedaba la palabra. Hablada o escrita, para sentir, saber, comunicar, querernos, consolarnos, amarnos. Las palabras nunca sobran, sobran los insultos, las ofensas, la discriminación, el desprecio. Y aquellas palabras de los docentes dirigidas a su alumnado demostraban que seguían siendo maestros aún en el confinamiento y que, a pesar de la muralla física, el calor de sus palabras desvelaba ternura.
No obstante, la actividad escolar debía continuar. Los docentes afrontaban el reto de la docencia a distancia con un objetivo común: ningún alumno se quedaría atrás. Las dificultades aparecieron y con suerte desigual. Cuando volvamos a la normalidad todos habremos de reflexionar sobre esta experiencia que ha dejado al descubierto muchas de las graves carencias de nuestro sistema educativo, que no son de ahora, y que quizás antes no hemos querido o sabido verlas.
Permitidme que en esta ocasión apele al optimismo y me detenga en el trabajo desarrollado por los buenos docentes.
He seguido detenidamente la docencia a distancia. He sabido de las dificultades para conectar con todos los alumnos: hogares sin ordenador, sin recursos telemáticos y, en casos extremos, hogares con un solo móvil y datos limitados, utilizado solo para comunicarse por whatsapp o mirar una cuenta de Instagram. Ni siquiera un correo electrónico. Situaciones variopintas abordadas con gran dificultad por los docentes. Y en zonas rurales y desfavorecidas, mayor brecha digital.
Una maestra de Cuevas del Campo, Tania, me hablaba de estas dificultades, de llevar días intentando contactar con dos alumnos y su empeño profesional por ‘que no se quedaran atrás’. Tras muchos intentos consiguió hablar con las familias por teléfono. Se trataba de dos alumnos con necesidades educativas especiales.
Los docentes han hecho un trabajo encomiable, a pesar de la gran limitación de medios. Más allá de la necesidad de resolver la brecha digital, la docencia a distancia ha demostrado otra cosa: la escuela y la educación presencial son imprescindibles. Las desigualdades se compensan mejor en la escuela física que en la escuela virtual. Por eso me molesta que se hable de 'aulas hueveras'. Que algunos docentes conviertan sus clases en espacios de aburrimiento no significa que todas lo sean. He visitado cientos de aulas en años y he visto espacios dinámicos, motivadores, ambientes de interrelación, cooperativos, de empatía. Y también docentes que convierten sus clases en entornos de aprendizaje, no solo de contenidos, también de relaciones humanas, de miradas cómplices, de gestos amables, de sonrisas afables. La escuela, más que ningún otro entorno social, es un espacio de compensación de desigualdades. No se nos olvide.
Ser maestro en la sociedad actual sigue teniendo valor. Los sanitarios han cuidado de nuestra salud atacada por el coronavirus, pero los docentes han cuidado del intelecto y las emociones de millones de niños y jóvenes. Lo decía Isabel, maestra del colegio de Ugíjar: “Ni dispositivos digitales, ni libros de texto... los respiradores educativos son los docentes, que guían, asesoran, acompañan, adaptan, compensan y velan, porque saben qué y cómo lo que cada uno de sus alumnos y alumnas necesitan”.
Recuerdo a mis maestros: don Francisco, don Esteban, don Antonio, y la huella que dejaron en mí. Los maestros son todavía faros a los que mirar en caso de que nos arrastre la deriva. Los tiempos han cambiado y, aunque parezca que ya no iluminan lo mismo, que están tocados por un desprestigio grosero y el escaso reconocimiento que invade tantos espacios profesionales en estos tiempos de posmodernidad, mi conocimiento me impele a creer en ellos. Mi nieta me habla muy bien de una maestra que le gusta mucho. Alguna luz recibirá de ella para que le guste. Si en estos días de difícil desempeño de la actividad escolar el alumnado no los hubiera tenido cerca, el embravecido mar de la vida tal vez se los hubiera tragado.
Dejémoslos que sigan iluminando, no les apaguemos su luz con el descreimiento. Ni les burocraticemos tanto su trabajo, ni los distraigamos con cantos de sirena y cambios que anuncian un maná educativo que luego queda en nada. No les restemos tiempo ni energías que deban emplear en la atención de sus estudiantes. Creamos en ellos, ellos han creído en sus alumnos.
*Artículo publicado en Ideal, 31/05/2020

miércoles, 6 de mayo de 2020

ESTA ESPAÑA (MUERTA) NUESTRA*


La oposición arremete contra el Gobierno por la gestión de la crisis sanitaria del Covid-19, el Gobierno se defiende como puede y los ciudadanos mientras seguimos en nuestro confinamiento a la espera de que nos den rienda suelta.
La política está plagada de relatos: medias verdades, medias mentiras o mentiras en toda regla. Pocas veces en política está presente la verdad. Una de las enseñanzas que saqué en política es que la verdad no encaja bien con la política. Hay que escribir siempre un relato a conveniencia. No es que la pandemia haya alterado el ambiente político de este país, ya era deleznable, solo la ha hecho insoportable.
El momento que vivimos es delicado, y lo va a ser más, sin embargo todos los políticos siguen lanzando en sus discursos medias verdades. Veinte años llevamos de un nuevo siglo y no ha cesado el solivianto por mentiras execrables: nos dijeron que íbamos a una misión de paz, cuando se trataba de una guerra en Irak; una mañana de marzo de 2004 nos contaron que ETA explosionó unos trenes en Madrid, cuando fue el terrorismo islámico; en 2008 una crisis económica se desató, y quisieron hacernos ver que no había crisis; vinieron drásticos recortes en las nóminas, la sanidad o la educación, y se nos dijo que no eran tales; floreció en España la corrupción, y nos quisieron convencer que no era exactamente corrupción.
Ahora ha venido la pandemia del coronavirus, y titubeamos más de lo debido hasta caer en que había que tomar medidas. Entonces todo el mundo calló, incluso los que ahora se quejan de que reaccionamos tarde. El mundo se nos ha venido encima y, entretanto, los partidos políticos tirándose los trastos a la cabeza, construyéndonos su relato de la pandemia, mientras a los ciudadanos, confinados, se nos han bajado las defensas inmunológicas e intelectuales. Acaso tengamos una cierta atrofia mental por estar encerrados, sin respirar aire puro de la naturaleza que oxigene nuestro cerebro. De ello se aprovechan, de nuestra debilidad, e intentan seguir engañándonos con mentiras y más mentiras, llenando las redes sociales y los whatsapp de bulos, y aprovechando nuestro ‘daño cerebral’ para que creamos en todo lo que nos dicen.
Sin embargo, ninguno nos dice por qué la pandemia nos pilló fuera de juego, por qué no supimos reaccionar, por qué no teníamos una industria nacional que nos abasteciera en este tiempo de desgracia de mascarillas, test de diagnóstico o respiradores, y por qué hemos tenido que buscar material en el mercado chino, plagado de mafias internacionales, para que nos engañen tantas veces con material defectuoso. Ninguno de los partidos políticos lo ha explicado y, si sabían cómo evitar que nos arrastráramos como pedigüeños en el ‘fantástico’ mercado global, no lo han dicho. Ni tampoco nos ha ilustrado con saber por qué cuando gobernaron no previeron que España no podía ser solo ese país idílico para el turismo, con las mejores playas, hoteles y los bares de copas más guay de toda Europa, que también debía haberse convertido en un país potente con una industria capaz de hacer frente a una calamidad y a las necesidades de su población. Y me hubiera gustado escuchar las explicaciones asimismo de por qué hemos optado por la deslocalización, como si fuera un signo inevitable de los tiempos, de nuestra industria textil, esa que está en China, India o Bangladesh, donde la producción es muy barata aunque luego nosotros la paguemos a precio de ricos.
Por qué no debaten eso en el Congreso y en las ruedas de prensa, y en esas comparecencias para hablar solo de la pandemia: unos minando la gestión del Gobierno por un puñado de votos, y otros para salir del paso como buenamente pueden con la cruz que les ha caído encima. Y por qué nos lanzan bulos y carnaza para que los ciudadanos nos saquemos los ojos y las entrañas unos a otros en redes sociales para defender sus mentiras. ¡Cuántas cosas me gustaría que respondieran los partidos políticos!
España no ha estado preparada ni sanitaria ni industrialmente para hacer frente a la pandemia, y de eso tienen mucha culpa los partidos que nos han gobernado al menos en los últimos veinte años.
Cecilia cantaba en 1975 aquella hermosa canción: Mi querida España, que el régimen franquista censuró: España no podía estar muerta, tendría que ser una España nuestra. Pues bien, España ha demostrado que ante la pandemia es una España muerta. La España que les interesa a los que buscan rédito político, no por amor a España, sino por amor a sus intereses. Que España haya visto quebrantada su economía del modo que estamos viendo es culpa de todos ellos, porque España nunca les importó más allá del poder que proporcionaba y las corruptelas que les permitía el control sobre bienes y patrimonios. Que España dependa de sectores económicos tan volátiles como el turismo o la construcción demuestra su escasa capacidad para gestionar la economía de este país, que ahora se ve sumido en la crisis que viene por no tener industria, investigación y desarrollo para salir adelante. ¡Que inventen ellos!, ¿verdad?
Cuanto del efímero mañana machadiano tiene la España del momento es atribuible a quienes nos han gobernado, esos que no han sabido crear en España una economía estructuralmente más sólida, resistente a las desgracias y calamidades. Y no una economía que se pareciera a aquella economía de subsistencia que recordamos de siglos pasados, cuando una sequía en el campo provocaba crisis, miseria y hambre. Aquel campo, nuestro turismo de ahora.
 * Artículo publicado en Ideal, 05/05/2020

lunes, 6 de abril de 2020

UN RESPIRO PARA EL PLANETA, UNA EXCUSA PARA MEDITAR*


La calamidad se ha posado sobre nuestro mundo de confort. Un mundo que explota a este planeta hasta llevarlo al límite, que lo agrede sin remisión, que alardea de una suficiencia y prepotencia incuestionables, que criminaliza el discurso de quien disiente y al que disiente, que se regodea en la ignorancia. Es el camino de la posmodernidad que alienta el individualismo, privándonos de mirar hacia los que caminan junto a nosotros. La calamidad ha hecho que ese camino se haya desviado repentinamente hacia otro sendero: el valor de la colectividad, sin la cual es imposible afrontar los retos. Es la distopía que hasta ahora no habíamos conocido.
Esta pandemia es como si la naturaleza se hubiese rebelado contra nosotros. Como si un castigo bíblico pretendiera darnos una lección por nuestros desvaríos, como cuando en el Génesis la corrupción y la violencia en la Tierra ofendió tanto a Dios, que le dijo a Noé: “…está llena de violencia a causa de los hombres, y he aquí que yo los destruiré con la Tierra”. Eso de que nos comamos cualquier bicho que se mueva o destruyamos el medioambiente ha debido ponernos un límite. No somos propietarios de la naturaleza. La Tierra se hartó de los dinosaurios, y los exterminó. A lo mejor está más que harta de los humanos, la especie que más la ha agredido.
Con este Covid-19 la realidad nos ha dado un bofetón en toda regla. De este aprendizaje quizás lleguemos a una nueva realidad. El parón forzado de la actividad humana y económica acaso le sirva al planeta para recuperarse algo, y a nosotros para reflexionar. Aunque no seremos todos, los arrogantes y los prepotentes no están a favor de este parón, desdeñan la peligrosidad del coronavirus.
Hace unos días el republicano Dan Patrick, vicegobernador de Texas, en una entrevista en Fox News, el canal que apoya la reelección de Donald Trump, se despachaba diciendo: “Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía en bien de sus nietos y no paralizar el país”. EEUU ya estaba siendo acorralado por la pandemia, pero más importante que la vida de los seres humanos era salvar la economía. El neoliberalismo más salvaje se mostraba con descaro, sin pudor. Una respuesta propia del ideario de Trump o de Bolsonaro, partidarios de no paralizar su país, minusvalorando el drama humano de esta pandemia. La distopía es estado puro, el mundo feliz de Huxley, la vida en una burbuja de cristal, fuera de la cual no se valora la vida del ser humano. La voz de los lunáticos imponiéndose al criterio científico, negando el cambio climático y sin importarles la explotación al límite de los recursos del planeta. Igual que las insensatas proclamas del presidente mexicano López Obrador, quien alentaba a que la gente siguiera paseando.
Después de escuchar a Dan Patrick me acordé de Naomi Klein y su teoría del capitalismo del desastre que desarrolla en La doctrina del shock. El neoliberalismo quizás esté buscando una nueva oportunidad en esta pandemia, como la encontró con el 11-S para imponer sus reglas o con la crisis económica de 2008. El gurú del neoliberalismo, Milton Friedman, había diseñado la táctica triunfal del capitalismo contemporáneo: aprovechar una crisis —real o percibida— o un estado de shock de la sociedad para encontrar la oportunidad donde “desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable”.
Las continuas informaciones que llegan a la opinión pública sobre la pandemia comparten el daño que está ocasionando a la economía y a la Bolsa, con los estragos producidos en la población: miles de muertos y apuros de la sanidad para atender a cientos de miles de contagiados en crecimiento y la falta de medios para su atención.
Cuando termine esta pandemia se habrá perdido empleo, se habrán producido retrasos en el pago de hipotecas y alquileres, y habrá quien haya perdido parte de su vida. La cobertura social de la población más desfavorecida será una prioridad. Pero, paralelamente, los grandes emporios económicos y financieros demandarán activar cuanto antes el balance positivo de su cuenta de resultados, y mirarán también al Estado.
Los Estados van a salir muy tocados de esta crisis sanitaria, que derivará en crisis económica. El neoliberalismo los ha convertido en un cliente más del mercado (en él compiten por comprar mascarillas). Su misión de protector de la colectividad, no cuenta. El interés público queda al mismo nivel que lo privado. Por lo pronto, nada más desatarse la pandemia, es el Estado quien está dando una respuesta a la misma, y no el gran capital, ni la Bolsa, ni el Ibex-35. No obstante, un acontecimiento catastrófico como éste puede ser una atractiva oportunidad para el mercado neoliberal. Atentos.
La pandemia ha radiografiado lo frágiles que somos. Los deseos de que todo cambie no serán suficientes. Ya pasaron otros cantos al sol, como en la crisis de 2008. Entonces la oportunidad fue para el neoliberalismo, no para nosotros. No tuvo más que introducir sus mecanismos de terror, de miedo a la hecatombe porque el sistema financiero se desmoronaba, y con él la sociedad, para que el poder político lo socorriese en detrimento de la vida de los ciudadanos, mermada por los recortes.
Mucho me temo que cuando la pandemia pase no hayamos aprendido nada, y el capital vuelva a mostrarse insaciable, y las ilusiones del cambio al que aspirábamos nos deje como estábamos, o peor. Y que la naturaleza se enfade otra vez.
* Artículo publicado en Ideal, 05/04/2020.