Temíamos una debacle, pero al final
se han salvado los muebles en Europa. Se dice que el fondo de recuperación
europeo es la decisión más importante desde la creación del euro, y debe serlo
por el montante económico y la recuperación de principios básicos para el
proyecto europeo: cooperación y solidaridad.
Es mucho lo que se juega Europa en
esta crisis pandémica donde llueve sobre mojado. Hasta Merkel, la gran
recortadora de la crisis de 2008, se ha dado cuenta. Europa es el espacio
geoestratégico mundial donde mejor se ha preservado la civilización del bienestar
desde que se fundara el Mercado Común. Salir de la crisis del Covid-19 necesitará
mucha cabeza y mucha solidaridad, nadie saldrá solo. Estos tiempos son otros:
la ruptura en la esfera internacional ha hecho tambalear el concepto de
globalización. La inestabilidad mundial generada por la errática política de
EEUU en su guerra contra China ha dejado a Europa fuera de juego. Si la Unión
Europea quiere sobrevivir tendrá que desechar postulados nacionalistas y apostar
por la colaboración interna. Por separado, cada país europeo no deja de ser un
pollo con aspiraciones a ocupar un rincón del corral, pero supeditado a los dos
gallos predominantes (EEUU y China) y a otro (Rusia) que se dedica al
hostigamiento en espera de ver lo que pilla.
En esta incierta desazón de las relaciones
internacionales me temo que pierde la democracia. Si desaparece el sentido de
comunidad, la democracia se debilita hasta el punto premonitorio que defienden Levitsky
y Ziblatt en su libro Cómo mueren las
democracias. Ellos hablan de EEUU, pero Europa tiene ya sus amenazas: el auge
de populismos y extrema derecha.
El fondo de recuperación supondrá
una probable salvación de las economías europeas, sobre todo las del sur.
Europa no es EEUU ni China, su potencial económico y de innovación está lejos
de lo que representan ambas superpotencias. Si no se anda lista y unida perderá
un tren que la alejará de muchas transformaciones que se están produciendo en
el mundo, incluso cederá en su papel de estabilizador mundial.
Los estandartes europeos, Alemania y
Francia, han facilitado la creación del fondo cediendo ante los llamados ‘frugales’:
la Europa luterana, dispuesta a imponer ajustes monetarios e impositivos, reformas
laborales y de pensiones a cambio de las ayudas. Capitaneados por Holanda se
mostraban insensibles ante quienes sufrieron las duras restricciones de 2008 para
agravio de la población más desfavorecida.
En la negociación del fondo de
recuperación hemos ‘descubierto’ que aún persisten las dos Europas. La de la austeridad
económica de mentalidad calvinista y la tachada de frívola y poco ahorradora. Asimismo
hemos ‘redescubierto’ que Europa sigue estando más allá de los Pirineos, no
solo geográfica, también mentalmente, y que España despierta los mismos recelos
y tópicos a los que secularmente estábamos ‘acostumbrados’.
Nuestra imagen en Europa, a pesar de
la modernización impulsada durante la democracia por otros fondos europeos, no
es para tirar cohetes. Los eslóganes de la Marca España se antojan ridículos ante
los ojos con que nos miran. Nos ven como un país despilfarrador, corrupto y con
escaso miramiento por las cuentas públicas, la letra menuda de las
negociaciones del Consejo Europeo lo ha evidenciado. Llevamos años convertidos
en el botellón europeo, el lugar de desahogo de los borrachos que vienen a atiborrarse
de cerveza y a lanzarse desde un balcón a la piscina del hotel. Las imágenes de
estas zonas turísticas han llegado a los televisores de Europa: jóvenes
británicos, franceses, holandeses o alemanes emborrachándose, meándose,
desnudándose y fornicando en plena calle, desmadrándose de la manera más burda
y soez, tan solo para dejar unos millones de euros en nuestra principal y
traicionera industria: el turismo. Así
nos ven y así nos juzgan los que con una mentalidad austera nos mandan a sus
jóvenes a que se desahoguen y solacen en nuestras Lloret de Mar, Magaluf o Benidorm.
La moral puritana no deja de tener su lado hipócrita.
La pureza del norte de Europa frente al degradado y corrupto catolicismo
romano que sirvió de base a la reforma protestante del siglo XVI, y que no ha
dejado de perdurar. La prosperidad económica que impulsó aquel protestantismo
en el comercio y la industria frente a una economía que a duras penas salía del
mercantilismo manufacturero.
No obstante del acuerdo, los ‘frugales’ han demostrado su insolidaridad
con el sur de Europa en una crisis no provocada por sus pecados, sino por una
especie de ‘maldición bíblica’. Para España los Pirineos han vuelto a ser esa
barrera infranqueable que de manera autoimpuesta nos aisló por ferrocarril con
un ancho de vía diferente desde el siglo XIX, o que nos ninguneó por méritos
propios en el concierto internacional cuando aquel Congreso de Viena de 1815,
tras la derrota de Napoleón y el reparto de su botín. Con el siglo XXI a
cuestas debiéramos asumir también nuestras responsabilidades (derecha e izquierda)
de aquellos años de la opulencia del desmadre económico con Aznar y Zapatero.
No sea que ahora algunos quieran sacudirse las solapas como diciendo que aquello
no va con ellos o no vean la viga en el ojo propio. En esos años hemos fraguado
nuestra nefasta imagen más reciente.
Si queremos recuperar crédito habremos de dar una
lección en la gestión del fondo europeo. Y a ser posible que esa imagen de país
frívolo en lo económico que nos persigue sea desterrada de manera permanente. Aunque
mal hemos empezado tirándonos los trastos a la cabeza, cuando deberíamos haber
puesto en valor lo conseguido. No sé a qué juega la oposición en algo que va a
ser beneficio para todos los ciudadanos.
* Artículo publicado en Ideal, 02/08/2020
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