
Estos dos meses de verano han estado ocupados en la lectura y la escritura. La noche de los tiempos (Muñoz Molina, 2009) ha ido rellenado los huecos temporales en que la fatiga mental me impedía avanzar en las palabras escritas.
Mi nueva novela (permitid que no desvele aún el nombre de la misma) necesitaba la penúltima revisión (ya sabéis los que os dedicáis a esto que siempre nos queda una última lectura, aun cuando la encontremos expuesta en las librerías).
La ‘noche’ de mi novela y la ‘noche de los tiempos’ quizá tengan algo en común: ambas se amparan en el significado, bien sea astronómico o bien sea figurado, de la noche.
El trasnoche algo movido en que transcurre mi novela me obsesionaba y me sigue obsesionando. La noche es el tiempo cósmico más diáfano y transparente. Es el momento de nuestro ciclo vital que permite vernos a nosotros mismos, lo que realmente somos. Es cuando mejor nos conocemos y cuando mejor indagamos en nuestro interior. Las aventuras oníricas son capaces de reproducir todo aquello que la luz cegadora del día nos oculta. En la vigilia de la noche alcanzamos la visión más nítida de las preocupaciones, los miedos o los amores que conforman nuestra existencia. El día impide mirarnos hacia dentro, la oscuridad de la noche encierra toda la clarividencia para observarnos y reencontrarnos con nosotros mismos.
En La noche de los tiempos he ido descubriendo el valor de lo personal frente a los acontecimientos históricos que nos rodean, he ido descubriendo que al final de cada camino siempre estamos nosotros mismos, y que todo lo demás por muy importante y trascendente que parezca es aleatorio, es tangencial. Todos encerramos un universo inabarcable, el de las alegrías y las decepciones, el de los grandes proyectos de vida y los pequeños episodios cotidianos que nos gratifican. Un universo que esconde una realidad implacable que nos persigue: la del tiempo que se agota. Atrás quedarán ilusiones inacabadas, no iniciadas y, acaso, sólo soñadas.
Cada vez quedan menos proyectos por imaginar, menos tiempo para hacer. Habrá cosas que ya no podremos hacer nunca más, que sólo las imaginaremos o recordaremos porque corresponderán a otro tiempo de nosotros mismos. Serán nuestros tiempos, y muchos quedarán en el recuerdo.
Pero aún me quedan proyectos por hacer, aunque no sean todos los que yo quisiera.
La educación, mi otra gran pasión, ha ocupado muchas horas de escritura y reflexión en estos meses de estío. El ensayo La educación que pudo ser (al menos como se intitula ahora) es una mirada reflexiva a lo que representa esta magna construcción humana que sustenta la vida en sociedad. La educación es una representación de las grandes posibilidades que tiene el ser humano para hacerse a sí mismo.
Un ensayo que quiero ya terminar y que pronto quede para esa penúltima revisión. Me empuja el deseo de expresar tantas sensaciones vividas, de hablar de la educación que pudo ser, también de la que puede ser, de manifestar que a veces no somos leales con nosotros mismos ni con los que tenemos la obligación de educar. En fin, hablar de tantas cosas que uno vive a diario.
No, no he abandonado la literatura. Tan sólo que el verano me ha servido para recordar que todavía me quedan proyectos por hacer, a pesar del tiempo que se agota.