En los recuerdos más lejanos de mi infancia han estado siempre presentes las bibliotecas (pública o escolar). Esa ficha que rellenaba con letra grande e infantil, con el préstamo de Las aventuras de Tom Sawyer o 20.000 leguas de viaje submarino, mimando el libro prestado, cuidándolo para entregarlo en el mismo estado de conservación que lo había recibido.
Después, también. Nunca se me ha acabado la admiración por una biblioteca, desde la Biblioteca Nacional, la más frecuentada del Hospital Real, la de la Facultad de Letras, o la de un colegio o instituto. Siempre me he sentido embargado por una fascinación que no sabía explicar. Era como si me sintiera en mi hábitat natural y no lo supiera, como el renacuajo que se zambulle en una charca pero no es consciente del volumen de agua donde se encuentra.
Las bibliotecas son depositarias del espíritu de los libros y de las gentes que las visitan. Terminan acomodándose a las comunidades donde se ubican.
El Zaidín es un barrio de Granada. Es el barrio más populoso, es como una ciudad en miniatura. Es un barrio con distintos servicios públicos, recreativos y culturales, entre ellos una biblioteca.
El Ayuntamiento de Granada ha decidido cerrar la única biblioteca pública que existe en este barrio. No sé si los libros molestarán a sus dirigentes, o si a esto de leer un libro no le dan importancia alguna, pero la cierto es que la han cerrado. Y si ha sido por ahorrarse unos miles de euros, resulta si cabe más patético que hayan puesto a funcionar la calculadora en una biblioteca.
En una ocasión un alcalde se mofaba de los libros de la historia de su pueblo porque recogían, entre otras muchas referencias históricas, los desayunos del obispo. Luego descubrí que no era los desayunos del obispo lo que carecía de importancia para él, sino el hecho de rescatar la historia de su pueblo. “Qué falta hace saber la que ha pasado hace siglos para resolver los problemas del presente, para qué nos sirve”, llegaba a preguntar sin recato.
Ayer el alcalde de Granada envió a las fuerzas locales de seguridad para acabar con la resistencia de un puñado de vecinos del barrio que pretendían impedir que se sacaran los libros de la biblioteca. Esta fuerza opositora estaba formada por ancianos en su mayoría.
Por supuesto, triunfó la fuerza bruta del alcalde y se doblegó la fuerza moral de los resistentes.
Ahora en las escuelas se está promoviendo la lectura (siempre se hizo), se crean bibliotecas en el aula, se dotan mejor las del colegio; entonces, ¿cómo le explicamos a los niños del Zaidín que en su barrio la biblioteca pública ha desaparecido por una decisión de su alcalde y supongo que del concejal de Cultura (con perdón)?
Quizá el alcalde haya medido la biblioteca en términos de rentabilidad como el otro alcalde que menospreciaba los libros de historia de su pueblo.
Esto lo digo para que sepamos qué tipos son los que nos gobiernan y a los que nosotros votamos en esta democracia anémica que tenemos.
Con decisiones de este tipo, ¿estaremos más cerca de culminar ese imparable proceso de embrutecimiento de nuestra sociedad al que nos hemos empecinado llegar?, ¿acaso es mejor encarrilar a esos niños y jóvenes que la frecuentaban hacia el espíritu del botellón que hoy está tan extendido?
Por cierto, la biblioteca se situaba, o se sitúa (allí sigue el edificio), en un lugar llamado plaza de Las Palomas. Creo que hasta el nombre invitaba a la lectura.
2 comentarios:
Hay cosas que son de vergüenza, y esta es una de ellas.
Apañados estamos con políticos como estos.
Saludos
Magnífica esta entrada con la que además estoy de acuerdo.Si es que todo lo que sea cultura...Así nos va.Qué pena.Un abrazo
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