Llevo un tiempo algo aturdido. La crisis económica, el uso espurio de la educación en la precampaña electoral (no quiero pensar lo que ocurrirá en plana campaña), un mundo desarrollado que sólo mira hacia su ombligo, mientras los conflictos, las guerras o el hambre alcanzan cotas históricas antes no vistas (si exceptuamos las grandes guerras mundiales), es como si me tuvieran abducido. Pienso y escribo casi todo en esa clave.
Así se explica que este blog esté plagado últimamente de crónicas de la desesperanza, del desasosiego y de la ignominia que nos rodea.
Menos mal que sigo a trompicones con mi actual novela, que espero terminar pronto porque ya está empujando, y con qué fuerza, la siguiente.
He leído en la web de Muñoz Molina, en su ‘Escrito en un instante’ (lectura que aconsejo) que se ha marchado a Nueva York.
Él también ha ido NY, como tantos y tantos. Yo no he estado nunca en NY, pero no desespero. Con alguna crónica de Muñoz Molina seguro que conoceré un poco más del alma de esta gran ciudad.
No he abandonado la literatura aunque lo parezca, pero la actualidad no nos puede dejar inermes. Hay demasiados problemas a nuestro alrededor para que nos encerremos en una cómoda torre de marfil y que sólo miremos a la literatura. Aunque también haya que mirar a la literatura para entender lo que está pasado.
Hay problemas en el mundo que compartimos que reclaman nuestra atención, dedicarse sólo a escribir poemas o relatos de ficción sin mirar hacia lo que nos rodea nos hace tan inútiles para la sociedad como los judíos o los religiosos cristianos que sólo se dedican a la vida contemplativa.
Hoy me apetecía compartir con vosotros este poema en el que todos somos un poco héroes, y donde vencedores y vencidos cuentan igual, a ver si nos reconforta.
Con estrépitos de músicas vengo,
con cornetas y tambores.
Mis marchas no suenan solo para los victoriosos,
sino para los derrotados y los muertos también.
Todos dicen: es glorioso ganar una batalla.
Pues yo digo que es tan glorioso perderla.
¡Las batallas se pierden con el mismo espíritu que se ganan!
¡Hurra por los muertos!
Dejadme soplar en las trompas, recio y alegre, por ellos.
¡Hurra por los que cayeron,
por los barcos que se hundieron en la mar,
y por los que perecieron ahogados!
¡Hurra por los generales que perdieron el combate y por todos los héroes
Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la Historia.
(Walt Whitman, en Canto a mí mismo)
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