En la creación literaria hay un elemento narrativo que tiene una enorme fuerza descriptiva, capaz de reflejar emociones, angustia, alegría, odio, sentimientos, estados del alma, y hasta entablar un diálogo, me refiero a la mirada.
Con la mirada un personaje ríe, responde, silencia, descubre, calla. Es capaz de transmitir un discurso narrativo de indudable valor y expresar todo lo que quiere decir sin necesidad de mover los labios.
Cuando era pequeño la sola mirada de mi padre me indicaba cómo tenía que comportarme, si tenía permiso para coger el regalo de un adulto o si podía comenzar a comer.
Las miradas pueden expresar las mayores verdades, pero también enmascarar una verdad.
En nuestro mundo de la imagen hemos visto las miradas del hambre, de la desesperación, de la alegría, del sufrimiento, de la represión, de las víctimas, de los verdugos, de los tiranos, de la solidaridad.
Hace dos días la mirada de una mujer me sobrecogió. Al tiempo que me produjo una enorme admiración.
Adoración Zubeldía es la viuda de un concejal de UPN, José Javier Múgica, que ETA asesinó en julio de 2001.
Días antes estos etarras en otra vista judicial habían mostrado cierta sorna cuando ella describía cómo había visto a su marido arder vivo. Pero fueron incapaces de aguantar su mirada cuando, al volver a declarar días después, terminada su declaración se levantó y giró su frágil cuerpo para mirarlos durante unos segundos.
Fue una mirada serena, precisa, intensa, en la que no se atisbaba odio, simplemente desprecio a su cobardía. La misma cobardía que les amparó para asesinar a su marido.
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