He pasado unos días
en Madrid. Madrid nos ha recibido con un tiempo soleado, apacible, como si
tuviera un denodado empeño por anticipar la primavera, invitando a recorrer sus
calles. Ir a Madrid es sinónimo de grandes caminatas en las que no se miden las
distancias, y el tiempo parece que se estira. En los recorridos por esta ciudad
se presta atención al arte, al urbanismo, a los recuerdos de visitas anteriores
o a la diversidad de las gentes que se mueven con una celeridad (acaso sean
imaginaciones mías) distinta a la de otros lugares.
En estos días también
me he fijado en las novedades literarias aparecidas o por aparecer. Una de
ellas es la nueva novela de Fernando Aramburu, Años lentos. Me interesa especialmente por el tema de un País Vasco
que se despierta a la pesadilla terrorista. Y es que tengo iniciada ya una
novela (medio centenar de folios, por ahora) con aquellas tierras como telón de
fondo.
A medida que se
acercaba el viaje adquirió fuerza una visita obligada: la Mona Lisa del Museo
del Prado, de reciente hallazgo. No tiene una autoría definida. No se sabe si
es obra de Francesco Melzi o de Andrea Salai,
discípulos de Leonardo da Vinci. Su valor estriba sobre todo en que no es copia
del retrato del maestro florentino conservado en el Louvre, sino que fue pintado
paralelamente a este.
La tarde del lunes se
había reservado para que Ángela, mi nieta, conociera el Retiro. El paseo fue
muy agradable y de contenido ecológico. Después vino la visita al Prado. Esta me
permitió ver el cuadro de la Gioconda a través de la mirada de una niña de
siete años. En el texto explicativo adjunto al cuadro aparecen juntas las
imágenes de las dos ‘giocondas’: la del Louvre y la que ahora se exhibe en el
Prado. Los ojos de una niña se fijan en ambas y advierten diferencias: ¿Abuelo,
por qué una tiene el pelo más rizado que la otra? ¿Abuelo, por qué una tiene la
manga roja y la otra no? ¿Abuelo, por qué una tiene cejas y la otra no? Demasiadas
preguntas a las que no tengo una respuesta inmediata.
Pero los ojos de una
niña también dicen que una de las ‘giocondas’ (la del Louvre) parece tener más edad
que la otra y que su sonrisa es más triste. Y ahora soy yo el que se pregunta
queriendo encontrar una respuesta: ¿será porque una la pinta un Leonardo que ha
pasado el medio siglo de edad y la otra uno de sus jóvenes discípulos?
Los individuos también
proyectamos parte de nosotros mismos en lo que hacemos y en lo que creamos. Hay
diferencias creativas y artísticas que van más allá de la técnica y que están
más cerca de nuestro modo de apreciar una misma realidad.