En la vida uno alberga
siempre la esperanza de que las cosas que han salido torcidas se enderecen. El Diccionario Biográfico Español magna
obra de la Real Academia de la Historia salió torcida, pero no se ha
rectificado.
Todavía recuerdo las
tardes de invierno que pasaba en el archivo Diocesano de Guadix cuando investigaba
para mi tesis doctoral. Eran los primeros años de los noventa… y fueron muchos
los días y las horas. Cada tarde (trabajaba por la mañana en mi escuela) me acompañaba
la soledad, y algún que otro ruido como si se rasgara, mordisqueara, el papel
de siglos. La inmensidad conformada por una enorme biblioteca, las numerosas estanterías
que rivalizaban en altura con los altos techos, las paredes tapizadas por cajas
y cajas donde se contenían papeles, legajos y libros, y el tiempo allí parado eran
mis acompañantes. Estaba solo, rara vez había por allí otro investigador.
Os parecerá un desvarío,
pero me sentía a gusto, un hábitat natural para mí en aquel tiempo. Hacía lo
que me más me gustaba y no reparaba en el frío húmedo de un edificio del siglo
XVIII, ni en el picor de las manos provocado por los ácaros y el polvo
almacenado en siglos. Disfrutaba. De todo el acervo documental e histórico de
ese archivo (también de otros, obviamente) salió mi tesis doctoral, un trabajo
que me llenó de satisfacción y orgullo. El tema ‘Iglesia y poder’, y creo que
en ninguna línea, en ninguna palabra de los dos tomos de la tesis, se puede
apreciar mi afecto o desafecto religioso. Los datos, los textos, los documentos,
fueron lo único que guió mi análisis, más o menos acertado, más o menos
profundo.
Aprendí bien, tuve buenos
maestros, y todos me enseñaron que el rigor, la pretendida objetividad y las
fuentes documentales y archivísticas en un historiador son su mejor aval, su
mejor garantía del trabajo bien hecho.
Hoy sabemos que la
edición del Diccionario Biográfico
Español, como si rivalizáramos con los grupos de presión y con la ideología
que los alimenta, y no rivalizáramos con el rigor científico que debe
caracterizar a un historiador, contiene apreciaciones sesgadas que en algún
caso falsean la realidad histórica.
Hay entradas biográficas
con un sesgo ideológico vergonzoso. En las que el historiador se deja llevar
por la opinión o la conjetura, y no por el rigor y el respaldo documental e
histórico. Están contenidas demasiadas apreciaciones personales, pero me quedo
con esta sobre Francisco Franco: “Pronto se hizo famoso por el frío
valor que sobre el campo desplegaba”. “Una guerra larga de tres años le
permitió derrotar a un enemigo que en principio contaba con fuerzas superiores.
Para ello, faltando posibles mercados, y contando con la hostilidad de Francia
y de Rusia, hubo de establecer estrechos compromisos con Italia y Alemania”. “Montó
un régimen autoritario pero no totalitario”.
Me avergüenzo de algunos
historiadores (afamados, reconocidos y encumbrados) que han sido capaces de primar
las ideas propias, de claudicar a las de los grupos que justifican versiones interesadas
y manipuladoras de la historia reciente.
Otros historiadores,
muy dignos y de gran reconocimiento, como Miguel Artola (sus libros han sido
para mí ejemplo de trabajo bien hecho y de consulta obligada) se retiraron a
tiempo. Es posible que vieran lo que se barruntaba.
¿Dónde ha quedado el
prestigio del director de Academia, Gonzalo Anes? ¿Y dónde queda el de la
Academia’
Me avergüenzo por lo
que me toca como historiador.
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