Siempre hemos imaginado mundos virtuales. Antes eran utopías de una humanidad que aspiraba a un mundo feliz o comunas igualitarias. Ahora son redes sociales sujetas a los adelantos de la tecnología. El futuro imaginado podría ser el de un imperio basado en la intercomunicación infinita, con un potente cerebro cibernético que lo facilita todo, donde todos permaneciéramos sin salir de nuestra casa. Acaso tan solo faltaría resolver el modo de garantizar nuestro sustento.
Sin embargo, tengo la sensación de que en los tiempos que corren, a pesar de la facilidad para la comunicación virtual, el sentimiento de soledad está marcando nuestras vidas.
El fenómeno de las redes sociales es ya imparable. Los medios de comunicación así lo han captado. Se han convertidos en unos poderosos propagadores de estas redes sociales porque su misión es estar en todos los sitios posibles a la vez. Cada programa, cada sección de periódico, incluyen la participación y las opiniones de los televidentes, oyentes o lectores. Tuenti, Twitter, Facebook y otras que hay, se han convertido no solo en auténticos emporios de la comunicación sino también en sustanciosos negocios. En estos días el potencial económico de la red social creada por Mark Zuckerberg ha posibilitado su salida a Bolsa.
Facebook te ayuda a comunicarte y compartir tu vida con las personas que conoces, tiene como eslogan la más potente red social. Es como si la plaza del pueblo estuviera ahora en la pantalla de cada ordenador, tableta u otro artilugio semejante. Para estar en contacto con nuestros amigos ya no necesitamos estar con ellos físicamente.
Ahora bien, no sé si estaremos mejor comunicados con todo ello; y si los abuelos sentados en un banco o un poyete, al calor del sol, en cualquier espacio público de un pueblo, son ya una especie en extinción. Pudiera ser incluso que, en una interpretación muy generosa, que es mucho decir, al botellón se le calificara como un movimiento de oposición a estas redes virtuales, aunque sean usadas para su convocatoria. Pues, al fin y cabo, cuando se reúnen miles de jóvenes a celebrarlo es como si buscaran una alternativa a esas redes en las que se sumergen tanto más acorde con nuestra condición de naturaleza animal, esa que busca roces, respiraciones compartidas y sensaciones a flor de piel. Lejos de la frialdad y el contacto enlatado al que te abocan esas redes virtuales. Y es que la esencia del ser humano, como cualquier otro animal, se compone de contacto físico, caricias, manos que se posan en el hombro… y, si me apuran, hasta ‘despiojarse’ como hacen los chimpancés. Rituales sociales que hacen a los individuos sentirse más integrados como miembros de una comunidad.
Quizás nos estemos aferrado demasiado a esa virtualidad social porque nos esté fallando la otra: la del contacto físico, la de sonreír cuando alguien nos mira a la cara, la de saludar al vecino…
Vivimos el boom de las redes sociales virtuales, pero es posible que pasado el tiempo echemos de menos el calor humano de los otros individuos de la tribu. Tal vez incluso nos pase lo mismo que la necesidad actual de volver a tener contacto con esa naturaleza que engulle el voraz urbanismo de las ciudades en las sociedades desarrolladas.
Ahora que me he subido a la red social Twitter no quisiera olvidar que todavía un paseo por un bulevar en compañía de un ser querido, o una conversación sosegada con amigos en una terraza, son infinitamente más gratificantes para el espíritu que los miles de seguidores que pueda uno alcanzar en una de esas redes sociales virtuales.
2 comentarios:
Con las redes sociales estamos más informados pero yo tampoco creo que estemos mejor comunicados.
Han cambiado la manera de comunicarnos, la manera de llevar a cabo relaciones de pareja, y han influido en cierta forma en la pérdida de nuestra privacidad, entre otras cosas.
Podemos tratar multitud de temas pero el contacto personal es insustituible.
Es un fenómeno imparable. Es importante el uso que hagamos de ellas.
Saludos
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