La especulación al
no ser propiedad de nadie está muy bien repartida por este mundo. En nuestro
país hemos vivido durante años la época dorada del pelotazo urbanístico. Como sonoros
han sido los que se han pegado en el mundo financiero internacional.
El mundo del Arte es
terreno propicio para la especulación. En ella caben el engaño y el timo. Como también
caben en la falsificación de una obra de arte con fines crematísticos. No
tenemos más que recordar al afamado Erik el
Belga, cuyas falsificaciones han llegado incluso a cotizarse. Pero diríamos
que en este caso se trata de un engaño con arte. Por su parte, la venta de una
obra de arte con la impostura de una autoría falsa encierra otro tipo de
engaño, menos laborioso, más grosero, más burdo.
Hoy conocemos la noticia
de que hace tres años el Gobierno italiano compró un Cristo crucificado, una
talla de madera policromada de 41 cm. de finales del siglo XV. Por ella el Estado pagó 3,2
millones de euros. Entonces se dijo que se había comprado a
precio de ganga. Ahora se sabe que ni es de Michelangelo Buonarroti y que su precio en el mercado rodaría los 700.000 euros.
En el mundo del Arte
como en la investigación histórica la base de cualquier decisión y análisis tiene
que tener como sustento los documentos que confirmen los datos y que hagan huir
a la conjetura y la especulación. Con este principio es fácil ahuyentar a
listillos y especuladores, aunque mucho me temo que siempre encontraremos a alguien
que sea la víctima propicia del timo de la estampita, aunque se trate de un
Estado, ¿o quizá por eso mismo sea más fácil? En tal caso pasaríamos la
frontera para llegar a la corrupción.
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