Nunca
me ha parecido que la ofensa a las creencias de los demás esté justificada, ni
que sea el camino a seguir. Pero no hay que olvidar que el hombre es un ser tribal. Los de este lado y los
del otro, los míos y los tuyos, así es como nos posicionamos. Y así es como
caemos en miserables actitudes de rechazo hacia el otro. Aunque nos parezca que
la pertenencia a una tribu es privativo de sociedades primitivas nunca como
ahora, en la época de la globalización, la pertenencia a un espacio tribal ha
tenido más vigencia.
Si
miramos a la política encontramos multitud de ejemplos. Si miramos a la
religión los ejemplos se multiplican. La Iglesia católica siempre fue sectaria
a pesar de su vocación universal, marcó territorios, menospreció otras ideas y
se propugnó como la única, arrinconando a otras creencias. El Islam también lo
es, y el hinduismo, y todas las confesiones religiosas lo son. Siempre hay un
carácter excluyente en toda confesión. Por eso no pueden servirnos para construir
un mundo integrado y global. En nuestro tiempo hemos visto la veleidad por
parte de grupos islamistas frente a supuestas ofensas al Islam, de grupos
extremistas judíos, de cristianos, todos aspirando a una exclusión del otro,
del ajeno a la confesión propia. Cuando ese carácter pasa a niveles más toscos la
defensa de las creencias se embrutece. Entonces aparece la bestia y se propaga
el dolor y la vejación del ser humano.
Miro
a mi alrededor y sólo veo actitudes que
buscan el sometimiento del prójimo. Sometimiento de ideas, de creencias,
de voluntades. Tanto en religión como en política, pero también en economía que
es como la conjunción de la política y la religión. En economía se adora a un
dios: el dinero; y en economía se hace política, política económica que es como
hacer política en toda regla, pero con menos escrúpulos porque el ciudadano no
vota. Las prácticas económicas son competitivas y, por tanto, tienen el germen
de la exclusión del competidor que suponga una merma del beneficio propio.
Obligar,
someter, mancillar a otro ser humano o a otro grupo social es una práctica
común. Cuántas veces lo hacen las religiones en el mundo de hoy, cuántas los
que se arrogan un poder que no les pertenece: los dictadores. Mientras, el
pueblo sufre, como en Siria, en Sudán o en Somalia. A nosotros, en el mundo
desarrollado y civilizado nos someten de otra manera, con más estilo, nos
adormecen la voluntad y nos hacen consumidores de ideas, de productos,
controlando nuestra libertad.
Imponer
ideas, creencias o confesiones religiosas no es más que una forma de
intransigencia: la imposiciones de unos grupos a otros de su credo, tanto ahora
como en las épocas en que la defensa de la fe se hacía a las bravas, tanto en
el fascismo y el comunismo que está vigente o se encuentra al acecho.
En
estos días se está juzgando al ultraderechista
Anders Behring Breivik por los
atentados del pasado 22 de julio en Noruega y la posterior matanza de la isla
de Utoya. Lloró cuando pasaron las imágenes del vídeo que él mismo había
montado con símbolos e imágenes ensalzando la xenofobia y que subió a internet.
Luego se reía cuando se hablaba de la barbarie que había cometido en la isla.
Este Breivik es el reflejo más
grosero y espeluznante de los vientos que soplan por Europa, que no son más que
parte de los vientos que azotan grandes regiones del planeta en todas
direcciones. En Francia, con motivo de las elecciones presidenciales, se ha avivado
el fantasma de la xenofobia, tan fácil de levantar. Son ejemplos de países
cultos y civilizados.
Este
es el desencanto que me produce abrir un periódico y recibir más y más impactos
de lo que pasa en el mundo. Perdonad el desaliento, será momentáneo.
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