La tradición bíblica cuenta que cuando la soberbia de los
hombres les llevó a pretender alcanzar el cielo Dios, ofendido, los castigó confundiéndoles
las lenguas que hablaban, y así impedir que se entendieran paralizando la
pretenciosa torre de Babel. Con esto parece ser que Dios no hizo ningún favor a
los hombres, porque esa confusión ha acarreado múltiples disputas, algunas
cruentas, por mor de la defensa de la lengua propia, y no menos quebraderos de
cabeza para aprender la del vecino. Y hasta podemos asegurar que con tal confusión
de lenguas se dio pie a fomentar la discriminación del que habla diferente a
nosotros. Alguna vez he escuchado decir, cuando alguien se expresa en una
lengua que no conocemos, no sin cierta prepotencia y desprecio, que hable en
cristiano. Y me he preguntado, ¿en cristiano de qué país?
Uno de los mensajes que proliferan en nuestro tiempo, quizá
más que en ningún otro, es el que resalta
la importancia de saber idiomas. Este deseo no creo que lo rebata nadie. Sin embargo,
ahora tenemos noticias de que el Ministerio de Educación ha
decidido, no sólo recortar el presupuesto de las becas de estancia en el
extranjero para el aprendizaje de idiomas, sino exigir una nota media de siete
para acceder a la ayuda.
Se lo están poniendo difícil a los españoles que quieren aprender un
idioma, sobre todo en un país donde sabemos que es uno de los lastres que
padecemos en nuestra formación personal. Nuestra torpeza para hablar al menos
otro idioma (inglés, francés, alemán o chino) con garantías de que nos
entiendan y entendamos es vergonzosa. Si
ya somos un país analfabeto en conocimiento de otras lenguas, con esta ‘iluminada
medida’ lo vamos a ser más. Pero no sólo nosotros, sino también nuestros
representantes políticos (desde presidentes de Gobierno hasta consejeros de
Comunidades) que cuando salgan a reuniones internacionales o haya contactos con
gobernantes extranjeros (pensando sólo en el más universal de los idiomas: el
inglés), tendrán que ir con las orejas de burro puestas y tirando de
traductores. Lo mismo que ha pasado de aquí para atrás.
El déficit en aprendizaje de idiomas que tenemos en España es el
fracaso más clamoroso de nuestro sistema educativo en los últimos veinte años. Un
sistema educativo incapaz en todo ese tiempo de formar a una generación de
españoles en el aprendizaje de, al menos, una lengua extranjera con garantías
de poder comunicarse con alguien nativo de ella. El modelo de enseñanza de las
lenguas en España ha fracasado, pero no cuando estudiábamos en la escuela de
los sesenta y setenta, que así era, sino también ahora cuando nuestro sistema educativo
se ha convertido en un sistema moderno y adaptado a los nuevos tiempos. No quiero
menospreciar los esfuerzos que se han hecho con la implantación de las escuelas
oficiales de idiomas, con el Portfolio, con los auxiliares de conversación, etcétera,
etcétera. ¡Que bien lo conozco todo! Pero la realidad es la que es: el déficit
formativo en una lengua extranjera hablada es apabullante en nuestro país.
Cuando yo estudiaba bachillerato, traducíamos textos en francés (fue
el idioma de mi escolaridad) y permítanme que lo diga: por un tubo (recuerdo
haberlo hecho con profusión del Nuevo Testamento). En mi vida adulta he sido
capaz de leer, traducir o comprender un texto escrito en francés, pero al hablarlo
me he sentido un analfabeto funcional. Confieso haberme sentido ridículamente torpe
cuando he estado en París o en Londres, y me he visto impotente para hablar en
la lengua del país visitado. ¡Menudo bochorno interior he sentido! Ahora, alguna
vez me pongo películas en versión original. No entiendo casi nada, por no decir
nada, pero comprendo que es una de las alternativas reales para aprender otro
código lingüístico.
Me apena ver que por esa política monolítica y torpe del
control del déficit presupuestario, marcada por el poder económico mundial para
Europa, y ejecutada por gobernantes pusilánimes, sumisos y cobardes, se vea
afectada una pequeña vía de escape en el aprendizaje de idiomas como es la
estancia en los países nativos. Sabemos que esto no es la panacea a nuestros
males idiomáticos, pero es algo fundamental para aprender un idioma que este se
practique en el entorno natural donde se habla.
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