Mis años universitarios ya quedan lejos. Tengo la impresión de que fueron mejores de lo que están siendo para los universitarios de hoy, acaso porque nos consumía el deseo de saber, porque nos acometían las inquietudes intelectuales y porque percibíamos estar rodeados de unos profesores ilusionados y comprometidos con su trabajo. Se me antoja que aquellos profesores que nos alumbraron caminos para el conocimiento hoy son rara avis, y los que de aquel entonces aún siguen les ha podido el mal de la desilusión. La Universidad disponía de menos medios, pero abundaba en los sueños. Sería por los tiempos que eran, que siempre nos marcan. Pero la lejanía de mis años universitarios no me impide recordar que en aquellos apuntes de Historia Contemporánea aparecía con frecuencia el impronunciable nombre de Hobsbawn. Era común cada año en la relación bibliográfica que nos daba el profesor en la primera clase del inicio de curso que apareciera el nombre de Eric J. Hobsbawn y algunas de sus obras, que luego nosotros consultábamos en la biblioteca del departamento o en la biblioteca de la Facultad. Estas obras, y muchas más, formaban parte entonces de mi entendimiento sobre la evolución de una Europa, pionera en la revolución liberal, que exportaba ideas y colonialismo por todos los rincones del planeta. La interpretación de la Historia que estaba contenida en la obra de Hobsbawn amoldaba el andamiaje de un conocimiento que me permitió comprender fenómenos políticos, sociales y económicos que otros modelos de interpretación histórica, basados en distintos patrones discursivos, eran incapaces de proporcionarme. Era así, a través de continuas referencias a Eric Hobsbawn, como aprendí las nociones más básicas de los entresijos de la Europa del siglo XIX y XX. Hoy cuando la muerte rescata el recuerdo de este historiador británico parece como si los apuntes y los libros consultados en la biblioteca del departamento, ajados por su continuado uso, casi obsesivo, con los filos de sus hojas rozados y a punto de desencuadernarse, estuviesen aquí mismo.
Historiador marxista recalcado, sin embargo Hobsbawn llegó a la conclusión de que las experiencias en la construcción de las utopías no habían sido tan buenas. Y tanto que no lo fueron, diría yo, pues de su fracaso se alimentó el capitalismo más salvaje que hoy hace estragos en nuestras vidas. Esta decepción de las utopías le llevó a afirmar que "hasta Marx, que soñaba con una sociedad sin dinero, sin mercado, comprendería que hoy es irrealizable". El triunfo casi constante del capitalismo es el triunfo de esa parte de la naturaleza humana que es tan difícil de modificar, la de la codicia en que se basa un sistema que es la antítesis de la solidaridad. Como lo es el lado salvaje que ni siquiera son capaces de ocultar o enmudecer los logros materiales e intelectuales del siglo XX a los que se aludía Hobsbawn al hablar del avance de una “nueva edad oscura", refiriéndose a nuestro tiempo. La Historia no enseña el camino, y también nos ayuda a ablandar las ofuscaciones y rectificar ideas prendadas en obsesiones y errores.
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