domingo, 11 de junio de 2023

LLÁMAME MONO*

 


La ira desatada, a su lado, menores. Campo de fútbol de Valencia, un homenaje a la estulticia y la degradación social. Adultos exhibiendo rostros desencajados, bocas pantagruélicas, palabras ofensivas espetadas por voces huracanadas, ojos coléricos, mofas, ademanes obscenos… y menores que parecen recibir su primera lección de incivilidad. Dos niños en primera fila, mirada perdida, sin dar crédito a lo que profieren los adultos. En la escuela les han hablado de respeto, de interculturalidad, de convivencia. Otro chico, emparedado por la irascibilidad de sus padres, se atreve a levantar el brazo izquierdo imitando a sus progenitores, mientras saca la lengua en señal de burla. Ya sabe cómo debe proceder cuando tenga que resolver un conflicto con sus compañeros de clase o, quizá, cuando tenga que acosar a uno de ellos: el tímido, el discapacitado, o el negro, moro o sudaca. Una grada repleta de energúmenos y energúmenas, fuera de sí, lanzando insultos a un jugador de fútbol negro, y la ofensa más degradante y humillante: racismo. Así educamos a nuestros niños y jóvenes.

Y entre la masa desbocada, varios hombres maduros, perplejos ante el bochorno, seguramente con ganas de decirle a todos estos, que han desatado las pasiones más primarias, que hagan el favor de callarse, de respetar al futbolista…, pero no se atreven, el griterío les arredra, se sienten incapaces para poner sensatez. Miran, solo miran al joven futbolista, acaso compadeciéndolo. Los otros, los que insultan, más jóvenes, con más empuje; ellos, tan mayores, se ven sin fuerzas para frenar tanto desvarío.

El joven jugador negro, entretanto, sentado en el césped, con el dorsal número 20 en su camiseta, acaparando miradas coléricas, griterío ofensivo, ira que el viento no puede traducir en agresión física pero sí en humillación, es el condenado al que hay que torturar, dilapidar, despeñar, azotar, golpear, crucificar, electrocutar sus testículos, confinar, fusilar. No es fútbol, es racismo. Los niños y jóvenes que asisten al ‘espectáculo’ han aprendido una gran lección: despreciar al diferente, esta vez negro, ¿quizá porque es inferior a ‘nosotros’?, ¿acaso porque ese negrito es descendiente directo del mono? ‘Nosotros’, los blancos, somos originarios de una espiritualidad no contaminada. Darwin estaba equivocado.

Aún se recuerda el caso de la sentencia de la minifalda, 1989, del juez de la Audiencia de Lérida: una menor, María José, víctima de acoso sexual, culpada porque “pudo provocar, si acaso inocentemente, al empresario”. O aquellas insinuaciones vertidas en redes sociales que culpaban a otra chica de 18 años, violada por ‘La Manada’ en Pamplona, 2015. Los violadores, como héroes.

Las víctimas del acoso escolar son señaladas por sus compañeros, incluso reciben mensajes intimidatorios por ‘sicarios’ del acosador, o se banalizan las acciones en el entorno adulto, calificándolas como ‘cosas de niños’. Los padres del acosado claudican, solicitan el cambio de centro. Los acosadores han triunfado.

En el fútbol español hay racismo, en la sociedad española hay racismo. El caso de racismo focalizado ahora en Vinicius, antes ocurrió con Samuel Eto’o o Iñaki Williams, y otros muchos más. Nunca se ha cortado de raíz, muchos intereses en el mundo del fútbol no lo permiten; y la sociedad española, demasiado permisiva. No es extraño que se califique a España de país racista.

“Eres un mono, Vinicius eres un mono”, cantaban los seguidores del Valencia antes, durante y después del partido. Algunos periodistas deportivos creen tener patente de corso para preguntar y decir lo que les venga en gana. Preguntas insidiosas, cuando un deportista está con los nervios a flor de piel, es una de sus tácticas, preguntas trampa, buscando el titular, la polémica. Son periodistas sin escrúpulos que dejan al periodismo muy mal. Vinicius llamó tonto a un periodista de Superdeporte que quería un titular, su minuto de gloria. No le importó que al futbolista lo llamaran ‘mono’ durante más de tres horas, que estuviera afectado, solo quería escudriñar en las tensiones acumuladas. Como el jugador lo llamó ‘tonto’, se hizo la víctima. Eran más importantes los gestos del deportista alusivos a que el Valencia se fuera a segunda división que las horas transcurridas llamando ‘mono’ al jugador. Otros periodistas le reprocharon esta forma de proceder.

Criminalizar a la víctima es lo habitual en estos casos, sea racismo, acoso o agresión sexual. Tenemos sobrados ejemplos. La persona no cuenta. Siempre se buscan excusas para justificar la agresión y se acaba por echar la culpa a la víctima. Esa misma noche hubo periodistas de prensa y radio que se movían en el alambre, no sabían si criticar los cantos racistas o culpar al jugador por ‘propiciarlos’ por su ‘reprobable’ comportamiento. “Bombero y pirómano”, “Mestalla no es racista”, fueron ambiguas maneras de no condenar el racismo rotundamente, hasta escribir: “Vinicius enciende la guerra dialéctica entre madridistas y valencianistas”. “Por culpa de su comportamiento”, era la acusación de Gerard López, exjugador del Barcelona y Valencia. Vinicius debía llevar la falda muy corta esa noche.

La prensa y sus declaraciones también educan a los jóvenes. Justificar la conducta racista y embravecida de la masa es una forma de culpabilizar a la víctima. Llamar mono a un negro no tiene justificación, como no la hay en entornos laborales o en el trato de inmigrantes. La sociedad y las autoridades deportivas no pueden dejar que esto siga ocurriendo.

Hay un cáncer en nuestra sociedad: la falta de respeto es norma común, el desdén y acoso hacia los demás es signo de fuerza y engreimiento,  y sojuzgar, algo habitual. No tratemos de ocultarlo. 

* Artículo publicado en Ideal, 10/06/2023

** Imagen: Getty / TyC Sports

1 comentario:

Juanma Chica dijo...

Excelente reflexión.