lunes, 15 de enero de 2024

QUÉ NOS QUEDA DE LA EUROPA DE JACQUES DELORS*

 


Europa ha sido un sueño, una ilusión desde que el Tratado de Roma de 1957 generó la posibilidad de crear un espacio abierto a la libertad y la democracia. Los padres de aquel proyecto, Jean Monnet y Robert Schuman, establecieron las bases de una Europa que superara siglos de enfrentamientos internos: guerras entre países europeos que pusieron en jaque la estabilidad de un territorio al que la Ilustración y la Revolución Francesa le abrieron la puerta a la democracia liberal como sistema político. Hoy disfrutamos de ella, no sin algunos sobresaltos, convertida probablemente en el espacio del planeta con mayor estabilidad, prosperidad y respeto a los derechos humanos.

Finalizando 2023 conocíamos la muerte (27 diciembre) de Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea entre 1985 y 1995, considerado el gran artífice de la actual unión económica y monetaria. En esa década se amplió la Unión Europea: ingresos de Portugal y España en 1986, y de Austria, Finlandia y Suecia en 1995. Y se aprobó el Acta Única Europea (1986) que dio paso a la unión económica y monetaria (llegada del euro), así como a los acuerdos que propiciaron el espacio Schengen, con la abolición de controles fronterizos y la libre circulación de ciudadanos.

Delors fue un pragmático que no renunció a grandes sueños europeos. Se le ha tachado de optimista, pero su filosofía estuvo impregnada no solo actuaciones concretas, también de amplias aspiraciones, como que Europa debía convertirse en una auténtica unión con políticas comunes y la prevalencia de una única voz frente a los individualismos nacionales. Hoy día los planteamientos nacionales se han potenciado de modo pernicioso, mermando el potencial de la Unión Europea en el mundo.

En el campo de la educación, Delors nos dejó en 1996 un informe dirigido a la UNESCO sobre la educación para el siglo XXI: ‘La educación encierra un tesoro’, una apuesta a favor de un marco europeo que potenciara la formación de los ciudadanos en su desarrollo personal. Señalaba que el futuro estaba “sujeto a ciertos vaivenes que tienen que ver con la permanente situación de novedad e improvisación, la versatilidad en el dominio de recursos y posibilidades de trabajo, y la necesidad de superar el concepto meramente económico de la educación… para llegar a la educación como desarrollo integral humano”. Con el siglo XXI estas bondades fueron diluyéndose, como tantas otras esperanzas, en beneficio de una visión tecnocrática y economicista de la educación. En el mundo actual los conocimientos corren el riesgo de la obsolescencia, sumidos en la interinidad y la incertidumbre, entretanto el sentido humanista cae en desuso en el ámbito educativo.

La Europa de Delors chocó con la resistencia política de los países a ceder soberanía en favor del proyecto común, en un momento en que se imponían los intereses de la globalización. El espacio cultural europeo que ambicionaba, como logro, vino del impulso del programa Erasmus, con la importante colaboración del recordado Manuel Martín, que permitiría la interacción de estudiantes y docentes en una multiplicidad de intercambios de enorme dinamismo.

Frente a aquel sueño, la Europa de nuestros días muestra no pocas debilidades en el nuevo panorama mundial alumbrado en estas sobrepasadas dos décadas del siglo XXI. Un tiempo trazado por nuevos caminos que conducen a horizontes de incertidumbres. La Europa que nos toca vivir fue debilitada por la dura crisis económica de 2008, el ataque interno del arrogante Brexit, la pandemia de la covid-19 o una guerra pegada a sus fronteras, la de Ucrania, cuyo objetivo no es tanto apropiarse de territorios por parte de Rusia como desestabilizar la economía de un espacio próspero, y resquebrajar la cohesión interna, apoyándose en algunos de los nuevos actores incorporados a la Europa de los 27, Hungría sobre todo, o en el auge de la ultraderecha, fundamentalmente su triunfo en Italia. Situaciones de una realidad política, social y económica que nos recuerda a la de la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial: revitalización de fascismos, totalitarismos y nacionalismos.

La Europa construida tras la descolonización, con las aportaciones de millones de ciudadanos provenientes de las colonias, ahora es incapaz de ponerse de acuerdo para acoger otros cientos de miles de migrantes que llegan huyendo del hambre, la miseria, las guerras o un futuro sin futuro. La prosperidad de economías como la alemana, francesa, italiana, británica o española no se entendería sin esa legión de personas venidas de África, Asia o Latinoamérica, que han impulsado tanto el desarrollo económico como una demografía en decadencia. Los mismos migrantes que ahora son rechazados o encerrados tras altas alambradas, en buques-dormitorio o devueltos a terceros países de dudosas garantías en la defensa de los derechos humanos. Son ya demasiadas décadas y embarcaciones zozobradas en el Mediterráneo, convertido en la gran sepultura de nuestro tiempo.

La Unión Europea está en crisis, los estados miembros muestran más que nunca posturas políticas polarizadas, se resisten a ceder a favor de la cohesión interna, la acción exterior, la fiscalidad o las políticas sociales. Su influencia en el concierto internacional está muy debilitada, al igual que la de EE UU, con quien se encuentra alineada. Oriente Medio, América Latina o África escapan de su órbita geoestratégica frente al variopinto BRICS+ de economías emergentes.

Hoy Europa quiere seguir ampliándose con la incorporación de nuevos países, Ucrania entre ellos, cuando la geopolítica no hace más que remover la estabilidad mundial, alejando aquel sueño de la unidad política, social y cultural de Jacques Delors. 

*Artículo publicado en Ideal, 14/01/2024

** El rapto de Europa, Tiziano, 1560.

 

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