sábado, 8 de septiembre de 2012

DÍA MUNDIAL DE LA ALFABETIZACIÓN

Septiembre nos trae cada año, aparte del otoño y aromas de un suave estímulo de frescor, y frutos que se encierran en coriáceas envolturas, un nuevo curso escolar. La vida se reorganiza en las familias en torno a la actividad educativa después del largo periodo estival y las ciudades y los pueblos se ponen patas arriba para llevar a los niños al colegio el primer día de clase. Todos los sectores que tienen que ver con la educación, incluidos los comerciales que buscan hacer negocio con los libros de texto, el material escolar y los uniformes, a veces con un derroche incomprensible, se afanan en disponerlo todo para el comienzo se haga con toda normalidad y que a nuestros alumnos no les falte de nada. Este año toca en España tener menos recursos humanos dedicados a la educación, habrá menos maestros y profesores para atender a los alumnos que son unos pocos más que el año anterior. Sin embargo, todo esto se nos antoja una broma cuando nos dicen que en este Día Mundial de la Alfabetización existen todavía 800 millones de analfabetos en el mundo, los mismos que había hace cinco o seis años, y que hay millones de niños que no tienen una escuela donde cobijarse.

En este año concluye el decenio (2003-2012) que la Asamblea General de las Naciones Unidas instauró para la alfabetización con el objetivo de erradicar el analfabetismo de manera definitiva, por lo menos en lo que se refiere a educación primaria. Este objetivo formaba parte de esa loable pero ambiciosa apuesta que son los objetivos del milenio para 2015. Entre ellos, la reducción del número de analfabetos en el mundo y la posibilidad de extender la educación a todos los rincones del planeta. Pero, como vemos, pobre bagaje es el que hemos conseguido. La impresión que tengo es que esto del Día Mundial de la Alfabetización no le interesa a nadie más allá de un recordatorio de aburrido cumplimiento institucional cuando llega cada 8 de septiembre. Con la crisis económica el mundo desarrollado occidental está dando de lado a la cooperación internacional con el mundo empobrecido, con ese que más carencias tiene, que pasa hambre y no tiene ni siquiera edificios para las escuelas.

Todavía recuerdo el olor de los lápices recién estrenados, de la goma de borrar, de la tinta en los libros y en las libretas en los primeros días de clase, en una niñez que tenía menos exigencias que la de ahora. No estoy tan seguro que estas sean las sensaciones de millones de niños a pesar de celebrar cada año un día internacional de la alfabetización. Cuando aquí estábamos imbuidos en debates que hablan de calidad de la educación, sin saber muy bien lo que queremos decir con ello, hay lugares en el mundo donde los niños anhelan cuatro paredes, un puñado de sillas y mesas, y una pizarra para sentirse que están en el aula de su escuela.

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