jueves, 20 de septiembre de 2012

LIBROS QUE NO SE HEREDAN

No sé qué va a pasar con mis libros el día que yo muera. Me refiero a los de mi biblioteca que, aunque modesta, ocupan un puñado de estanterías y muchos años de pausado acopio. Espero que mis herederos los conserven, aunque no sea nada más que por haberse convertido en una parte importante de mi vida. Cada uno tiene su propia historia, algunos me acompañaron durante los estudios en la Universidad, otros se fueron sumando a medida que despertaban un interés por su lectura. Cada uno encierra una historia que daría para un bonito relato. Cuando estoy cerca de ellos son capaces de evocarme tantos recuerdos que con solo la mera contemplación pasaría horas embargado en emociones y recuerdos vividos. Por eso, y muchas cosas más, sigue gustándome el libro en papel, aunque ya me haya subido al vagón de los nueves trenes de la tecnología con el kindle o la iPad. Es más que posible que en estos artilugios descargue en los próximos lustros tantos libros electrónicos que quizá ni siquiera tenga tiempo para leerlos en los años que me quedan de vida. La duda que me surge ahora es si estos libros, que no están en la biblioteca donde tengo los que he acumulado durante décadas, que sólo llenan páginas digitalizadas y que nunca estarán en las baldas de madera de una estantería, podrán heredarlos mis hijos o mis nietos, como los que están formados por hojas de papel. Los tendré en letra electrónica en mi kindle o en la iPad, ocupando un espacio que no se ve, como si con ello se pretendiera ganarlo a esa obsesión que el hombre ha tenido durante siglos por medir el territorio, acotar la tierra, fijar límites, delimitar el espacio de su casa, o verificar la medida de una pared antes de colocar una estantería. Y aunque mi biblioteca no aspira a ser la de una Facultad universitaria o una biblioteca municipal, y ganas no me faltan, me gustaría ver sus lomos disparejos juntándose en armonía sobre un estante, en una sucesión que siempre resulta atractiva, antes que ver sus títulos en una pantalla fría e impersonal.

Tenemos noticias de que las grandes plataformas de venta de libros, como Amazon o Apple, no permiten que se hereden los libros comprados a ellas. ¿Estamos ante una tiranía incomprensible?, quizá. Hemos pasado con las nuevas tecnologías a ser usuarios de un servicio y no propietarios de un bien tan preciado como es un libro, igual que ocurre con la música. Y esto ya no me gusta, porque es como si hubiéramos prestado un libro que luego no nos será devuelto. Si bien, antes que aquello, preferiría prestarlo a un amigo aunque nunca me lo devolviera; al menos, esa sería otra de las historias vivas capaces de acompañar a un libro. Por el momento me consolaré con que esos libros que con tanto aprecio guardo, que compré o me regalaron, algún día estarán en las manos de alguien que los sabrá apreciar.

2 comentarios:

IRIS dijo...

Ella es tu retrato,es algo muy personal;tiene un alma que refleja como es cada uno.Por eso creo que al heredarse pierde el alma con la que ha sido creada.
Con la muerte, desaparece todo lo sólido que hay en mí,pero quedará algo de lo que yo soy, eso es mi biblioteca.

Antonio Lara Ramos dijo...

De las muchas cosas que uno va acumulando a lo largo de la vida, la biblioteca probablemente sea la que mejor expresa el relato de nuestras vidas. De ella forman parte también los libros de texto de mis años de bachillerato.
Cualquier libro, incluso cada página de un libro, es una excusa para evocar recuerdos que en ningún otro sitio encontraría.