Aún recuerdo cuando se exhumaron en Madrid los restos de Pedro Antonio de Alarcón una mañana fría de mayo 2001 para traerlos hasta Guadix. Yo, testigo directo de todo aquello, con el tiempo he comprendido que no debió hacerse tal exhumación, y menos aquella especie de ritual y escenografía que se montó en torno a los restos de Alarcón en días posteriores hasta darles sepultura en el cementerio de la ciudad accitana. Alarcón vivió y murió en Madrid gran parte de su vida. Exhumar sus restos y trasladarlos a Guadix fue como trastear en la memoria que guarda la historia y que no tuvo más sentido que satisfacer la gloria momentánea de unos pocos.
Han sido varios los intentos acometidos en los últimos años por encontrar los restos de Federico García Lorca en el barranco entre Víznar y Alfacar. Todos ellos han concluido en fracaso. El último, el que ahora se lleva a cabo en el entorno del Peñón del Colorado en Alfacar, está removiendo masas ingentes de tierra. Tengo la impresión que este asunto está más próximo al terreno de la curiosidad, científica o no, que a la necesidad de recuperación de la memoria histórica. La recuperación de la memoria histórica es otra cosa, es algo más alejado del mero trámite por encontrar una prueba que testimonie realmente que allí se encuentra el poeta o que fue el lugar donde acaeció una masacre.
La historia escribe sus renglones, pretender repasarlos, modificarlos o alterarlos es un error. Antonio Machado murió en el exilio por mor de una guerra cruel y un régimen intolerante que lo expulsó como a miles de españoles fuera de su país. En Colliure reposan sus restos. Parte de su memoria y la de nuestro país es que Machado esté enterrado en esa población del sur de Francia. Y parte de esa memoria también es que muriera en el destierro y que para ofrecerle un homenaje, o simplemente visitar su tumba, haya que cruzar la frontera francesa como él mismo hizo en compañía de su madre.
Con la búsqueda de los restos de Federico García Lorca no es la memoria histórica la que se recupera, sino que se vulnera el respeto a una memoria que se escribió así y que así debe permanecer para siempre, para que no la olvidemos. Una parte de la memoria y la grandeza de García Lorca radica precisamente en las circunstancias de su muerte y en el lugar donde se encuentran sus huesos: las tierras de Alfacar, independientemente del sitio donde estén físicamente. Las tierras donde reposa el poeta trascienden a la mera anécdota de encontrar o no sus restos óseos, este paraje granadino es parte de la memoria colectiva y su trascendencia radica en el significado que tiene para todos nosotros.
La mejor manera de preservar la memoria histórica es dejar que Federico descanse en paz allí donde esté, que todo el simbolismo y el significado de ese paraje quede como parte esencial de la memoria de un pueblo y como referencia a la intolerancia, la barbarie y la sinrazón que un día se adueñó de los españoles. "Sólo la tierra en que se muere es nuestra", dice uno de los versos de Machado.