Europa, forjada con dolor, sangre, tratados, cultura,
avances técnicos, revoluciones y mestizaje, históricamente ha sido el escenario
donde se han representado algunos de los mayores dramas de la humanidad, pero también
donde se ha teorizado sobre el poder y las ideologías, escenario de revoluciones
que han cambiado el mundo, semillero de culturas, dominadora del planeta
militar y económicamente durante gran parte de la Historia y proveedora de conocimiento,
saber, religión, cultura, técnica y prácticas crueles para otros pueblos. Aunque
desde hace un siglo perdió la supremacía mundial, siguió teniendo un papel
protagonista en la esfera internacional.
Cuando explicábamos qué era Europa a nuestros alumnos
a finales del siglo pasado, aludíamos a aquel proyecto comunitario que trataba
de equilibrar territorios e impulsar el desarrollo económico de las regiones
más desfavorecidas (fondos FEDER y FEOGA) para alcanzar el mayor bienestar de
los ciudadanos, sin olvidar los valores éticos y morales que debían sustentarlo.
De aquella Europa que soñábamos, ¿qué nos queda ahora?
Toynbee en su Estudio de la Historia escribió acerca del
desarrollo de las civilizaciones, y decía que éstas eran el resultado de la
respuesta a los desafíos que se presentaban, tanto naturales como sociales. Los
desafíos en la civilización europea se han sucedido en la Historia: invasión
musulmana, reforma luterana, luchas de poder, avances técnicos y culturales o
deseos de unidad europea. Según Toynbee, una civilización crecería cuando la respuesta
a esos desafíos tuviera éxito, provocando así nuevos desafíos. Esta dialéctica
histórica fue la que hizo crecer a Europa como potencia secular.
Europa siempre supo
salir adelante y lo hizo por sí misma, pero las dos guerras mundiales del siglo
XX, tan destructivas, la dejaron desolada económicamente y con el espíritu
maltrecho. Para Toynbee las civilizaciones no necesariamente estaban abocadas a
la desaparición, como sostenía Spengler, confiaba en que la civilización
occidental encontraría los resortes para escapar de la decadencia, si ésta
llegaba. En esto pudo ser premonitorio, intuyendo que Europa podría encontrarse
en esta situación en décadas venideras. Hoy los nuevos desafíos han llegado, y
a Europa le cuesta encontrar la respuesta.
Cuando la Unión Europea nació, lo hizo como un
proyecto
“abierto a la cultura, al saber y al progreso social” y dispuesto a “obrar en
pro de la paz, la justicia y la solidaridad en el mundo”; sin embargo, poco de
esto podemos apreciar hoy, cuando vemos cómo retrocede su posición económica y sus
posibilidades de progreso. El mundo de nuestros días, tan cambiante y en
evolución continua, tiene otros resortes emergentes que marcan el futuro, el
mismo que parece haber perdido Europa.
Si entendemos el concepto de cultura
como el conjunto de conocimientos, valores, creencias y experiencias que se han
acumulado durante el tiempo, frente al concepto de civilización, entendida como la materialización de esa cultura, ello nos lleva a
pensar que por encima de la civilización está el sostén de la cultura, y que
sin ésta la civilización entraría en el anquilosamiento y, quién sabe, si la
barbarie. Poseer cantidades ingentes de bienes generados por la sociedad de
consumo no nos garantiza un mejor estadio cultural. La sociedad postmoderna, atiborrada
de objetos, menosprecia los sentimientos y las emociones, y la cultura en Europa se ha visto
menoscabada por el avance de la civilización. Desde hace tiempo, los patrones
sociales (trasladados también a la educación) están desprovistos del sentido
humanista que reporta la cultura, tan fundamental para que la civilización asimile
y haga buen uso de los avances científicos y tecnológicos que ha habido. A
veces uno sospecha que la sociedad europea camina hacia un escenario más propio
del imaginario distópico de Blade Runner
que hacia una sociedad más justa, libre y democrática.
Esta tendencia es la que debemos revertir, no
olvidando que a esos esfuerzos habrá quien ponga zancadillas: las élites no
interesadas en la nobleza del factor humano y sí en el instinto primario de la
insaciabilidad. La
civilización europea se ha vaciado de cultura, y quizás sea ésta una de las
razones por las que advertimos que el peso de Europa en el mundo ha retrocedido.
El poder económico puede dar posición e influencia, pero el poder de la ética y
la moral aporta ese sentido humano tan necesario para dignificar el entorno internacional.
Este poder es el que Europa podría haber explotado como territorio históricamente
participado por guerras, innovaciones, revoluciones, vivero de ideas y arte,
refugio de la cultura…
Que Europa haya consentido la vulneración de los
derechos humanos en su territorio, dejando a los refugiados sirios vivir en campamentos
improvisados en un estado infrahumano (tiendas, charcos, lluvia, barro), o que
a miles de niños se les estén vulnerando los derechos de la infancia (educación,
desamparo, abandono), desvela que los principios morales de las élites
políticas han desaparecido. La solución de deportar a decenas de miles de refugiados
a Turquía, pagando por ello, ha sido una medida innoble e infame para cualquier
espíritu democrático. Así hemos visto a gobiernos europeos levantar vallas con alambre
de concertinas, usar la fuerza policial y militar contra indefensas familias
hacinadas en caminos, campos de concentración, mientras la Unión Europea
debatía funestamente y los ignoraba. Y hemos visto a gobiernos autoritarios y
xenófobos, como el húngaro de Viktor Orbán, poner barreras para impedir el
avance de quienes huían de la guerra y la miseria. Todo esto con el silencio
cómplice de Francia, Alemania, España o Gran Bretaña. Alarma ver este viraje
hacia actitudes tan insolidarias y xenófobas.
Ese proyecto común llamado Unión Europea, plagado de
valores en las páginas de su corolario normativo, no debería haberlo consentido.
Inexplicable en la Europa que recibió el premio Nobel de la Paz en 2012 por
su contribución al avance de la paz, la reconciliación, la democracia y los
derechos humanos; la misma que cada año entrega el premio Sájarov en defensa de los derechos humanos y las
libertades. ¡Qué hipocresía!
* Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 17/4/2016.
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