Este verano lo estoy
colmando de paseos por el sendero de Pinos Genil a Cenes. No porque tenga mi
agenda repleta de planes de senderismo, sino porque mi médico se ha empeñado en
mandarme a pasear, que no a paseo. Cuando uno camina en solitario tiene mucho
tiempo para pensar. No lo saben ustedes bien, o a lo mejor sí lo saben. Y entre
lo que me ha dado por pensar está eso de qué pinta Podemos en el panorama
político, tan errático como se le ve, y lo de su vinculación con el PSOE.
Desde que irrumpió
Podemos en la política, un sector elitista del PSOE, como justificación a la
pérdida de varios millones de votos, construyó un relato insidioso hacia el
inesperado enemigo. Por un instante, producto del aturdimiento, dejó a un lado
al PP, tradicional objeto de la crítica discursiva. Ese mismo PP al que le unía
un antagonismo consentido: el perfecto ‘alter ego’ con el que sostener el
cómodo turnismo que parecía consolidado. Desprestigiando a Podemos, creyeron
que recuperarían a los votantes emigrados. Pero eso no ocurrió en las
siguientes elecciones, ni en las otras… ni en ninguna de las celebradas. Entre
tanto, el PP, atestado de corrupción, seguía ganando elecciones.
En esta tesitura, las
Primarias de mayo provocaron la irrupción de un discurso alternativo, alejado
del pragmatismo de adaptación al sistema y revelador de una realidad: Podemos
estaba ahí y era susceptible de alianza. Flagrante choque contra casi todos los
barones territoriales, posicionados en el lado pragmático. Sin embargo, no hace
tanto se firmó un pacto de Gobierno con Podemos en Castilla la Mancha. ¡Quién
lo diría!, el ínclito García-Page poniendo la primera piedra para traicionar el
discurso de la élite del golpe de mano del Comité Federal de primero de
octubre, aunque proclamando que el modelo manchego no es exportable. Cosas de
la política. Cuando hay intereses de poder, no hay enemigo malo.
Es la misma élite que
mostró su incapacidad para detener la hemorragia de votos hacia Podemos, que no
para seguir aupados en responsabilidades orgánicas y/o públicas. Por culpa de
ellos el PSOE cayó estrepitosamente. Se hicieron los despistados y buscaron
culpables fuera, construyendo una imagen alejada de un partido de izquierdas,
la que tanto detestaban los que después darían la espalda al PSOE.
Estos dirigentes ‘crearon’, con su torpeza, el ‘monstruo’ de
Podemos ‘versión española’, ese que luego denostarían a través de cortinas de humo
bolivarianas para salvar su posición. Por un momento al PSOE le pasó lo mismo
que al padre que le sale un hijo rebelde, o a la familia ultrareligiosa que
tiene un niño ateo o a la de derechas un vástago comunista. Al PSOE le salieron
rebeldes podemitas.
Podemos ‘versión
española’ es la
consecuencia de tantos errores gestados en los años finales del gobierno de
Zapatero y de su deficiente gestión de la crisis económica, pero también de la
falta de reacción posterior. Cundió el desaliento general, la desesperación y
el asombro, y surgió una de población frustrada frente a las arremetidas de la
crisis (desempleo, desahucios, recortes en servicios sociales, sanitarios y
educativos, pérdida de poder adquisitivo…). Fue cuando se desveló que la
política estaba alejada de la gente, que la ‘España rica’ era una entelequia,
que vivíamos en una opulencia ficticia, que la corrupción vagaba por todos los
rincones, que la moral y la ética públicas hacía tiempo que habían
desaparecido, y que unos cuantos fabricaron una democracia a su medida para
mantenerse en el poder. En definitiva, la ciudadanía ‘adormecida’ abrió los
ojos a una realidad ‘desconocida’ y se indignó.
En estas
circunstancias se fraguó el lanzamiento de Podemos, aprovechando tanto
malestar, y atrajo votantes, sobre todo socialistas, con un discurso nuevo y
esperanzador. De esa huida fueron responsables líderes nacionales, regionales y
provinciales. Sin su inoperancia, el círculo de Pablo Iglesias no hubiera
tenido el crecimiento que alcanzó en las elecciones generales de 2015 y el PSOE
no se hubiera descalabrado de ese modo. Cataclismo que no se arreglaba llamando
Pablo Manuel a Pablo Iglesias, ni utilizando descalificaciones bolivarianas, ni
bravatas mitineras.
La recuperación y el
cambio en el PSOE no la van a llevar a cabo los mismos que lo gobernaron y
hundieron en los últimos ocho años. Esos que se creen élite con derecho a
ocupar perennemente cargos en empresas públicas, agencias públicas y otros
emporios, lo que tanto irrita a la ciudadanía. Esos que sienten pavor de volver
a su actividad profesional y a la militancia de base sin cargos,
‘desnaturalizadores’ del PSOE. La imagen pública del PSOE se restablecerá con
personas que no lo lastren con su pasado. Eso que dicen: “aquí no sobra nadie”,
es una falacia ideada para mantenerse; es un artificio verbal para no pagar
precio alguno por sus torpezas. En el PSOE, para ellos, sobran todos los que
tienen criterio y creen que pueden hacerle sombra. No se trata de podemizar el
PSOE, se trata de volver a su esencia, pero de verdad, sin aprovechados que
apelen a las prebendas, para que inspire la confianza suficiente para que
vuelvan los millones de votantes perdidos.
Tras
el cese como presidente del Consejo Escolar de Andalucía pronuncié unas palabras
públicas de despedida, con esta reflexión: “lo necesario que era en política
volver a contactar con la realidad y reciclarse socialmente”. Entonces un
importante cargo orgánico provincial me dijo: “Antonio, ahora a reciclarse”.
Nueve años ya. Yo he ejercido mi profesión, orgulloso; él ha pasado de cargo en
cargo. ¿Acaso derecho vitalicio?
Mi distanciamiento del PSOE, que
no del pensamiento socialista, me permite ser un observador imparcial. Cuando
terminé mi etapa política (a lo que algunos me empujaron diplomáticamente), me
fui a mi casa, a mi trabajo y a mis escritos, no a otro partido, ni ideología
que no fuera la socialista.
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