domingo, 15 de abril de 2018

LAS DEMOCRACIAS SE TAMBALEAN*


El nacimiento de una nación (1915), de David H. Griffith, no solo fue una película que introdujo importantes avances técnicos en la cinematografía muda sino que lanzó un mensaje, no comprendido en su tiempo, contra la xenofobia y el supremacismo, preludio de lo que habría de llegar años después a Europa y al mundo. Entonces, la democracia fue combatida con violencia por la intolerancia.
La convulsión mundial que vivimos no deja de tener cierto paralelismo con aquella acontecida hace un siglo, cuando el mundo posterior a la Gran Guerra inició una deriva radicalizada en la que triunfaron las grandes ideologías monolíticas. Igual que ahora, una gran crisis económica (crac del 29) preparó el terreno para el desembarco de los totalitarismos (fascismo, nazismo y consolidación del comunismo). Entonces se habló de crisis de la democracia, simbolizada en el fracaso de la República de Weimar, y se alentaron nuevos conflictos fronterizos y una mayor inestabilidad mundial a raíz de la activación del resentimiento de Alemania por las sanciones de guerra y el naufragio de la Sociedad de Naciones.
Es en nuestros días cuando el sistema democrático vuelve a encarar difíciles momentos. Su preeminencia e implantación en la segunda mitad del siglo XX, a veces imponiéndolo con cierta torpeza según qué zonas del planeta, está ahora amenazado por emergentes y viejas ideologías de sesgo autoritario. Una amenaza que viene tanto de fuera como gestada y reproducida desde dentro. Amenazas externas, fácilmente propagadas en la era digital a través de propaganda y ataques cibernéticos, e internas, emergiendo en sectores hasta ahora marginales ideológicamente, añorantes de tiempos pasados. En cualquier caso, su auge viene a demostrar la debilidad de las democracias para hacerles frente y también la de sus ciudadanos para caer en sus redes, debilitados por un sistema que los quiere manipulables y fáciles de embaucar.
El panorama mundial nos aturde. Los resortes de la estabilidad planetaria, que parecían sostener la democracia, están naufragando: la ONU –si acaso alguna tuvo protagonismo– cuenta poco en la resolución de conflictos; los acuerdos internacionales sobre medio ambiente, migraciones, refugiados o desarrollo de zonas deprimidas no son respetados por los Estados; el equilibrio geoestratégico mundial zozobra, los Estados están más pendientes de sus estrategias individuales: la Unión Europea ha reducido su influencia mundial como nunca; EEUU, con Trump, ha decidido mirar hacia dentro; Rusia, potencia geoestratégica pero débil económicamente, campa a sus anchas y con criterios de actuación temerarios; China, espacio sin libertades, se dedica a marcar su impronta mundial sin prisa, lo cual la hace más temible. Si hablamos de potencias emergentes, en ninguna se garantizan los derechos y libertades de la ciudadanía. Un ejemplo: la involución política en Brasil tras la caída de Dilma Rousseff es un hecho.
Hacia dónde nos dirigimos, carece de toda certeza. Europa, que probablemente sea la principal zona mundial para la estabilidad de la democracia como modelo político, denota una enorme debilidad para afrontar posibles retos, máxime con el desencuentro que se advierte entre gobiernos y ciudadanía. La UE, apoderada por una burocracia distante de las personas, que ha gestionado una crisis económica utilizando más el rigor burocrático que la consideración de los individuos, no es ya el mejor referente. Su atonía nos recuerda a aquel periodo de entreguerras del siglo pasado que abrió las puertas al fascismo.
El creciente proteccionismo en un mundo globalizado revela una contradicción inexplicable, tendente a una deriva nacionalista peligrosa. Aquello que dijo Trump: “América, primero” o ahora La Liga Norte italiana (los italianos, lo primero) y Orbán en Hungría, son ejemplos de la tendencia nacionalista. Cuando anhelábamos que el siglo XXI proyectara los valores de la democracia por doquier, la convulsión mundial generada tras el atentado de las Torres Gemelas, la implosión del más feroz neoliberalismo, los conflictos locales o la crisis económica de 2008 han dado al traste con cualquier esperanza.
Por otro lado, los cambios internos en las grandes potencias están dibujando un horizonte de fuerte concentración de poder. EEUU, con Trump, no oculta el peligroso viraje con el cierre de fronteras o el disparatado proteccionismo económico. Rusia, con el sempiterno Putin, que en fechas recientes ganaba unas elecciones sin apenas oposición (76,69 % de votos) muestra una exagerada acumulación de poder. China, un país con partido único, ha girado hacia una concentración de poder absoluto tras la abrumadora mayoría (99,8% de votos) con que se aprobó una reforma constitucional que permite al presidente Xi Jinping perpetuarse en el cargo. Frente a todo esto, ¿cómo han de reaccionar las democracias occidentales asediadas por movimientos xenófobos y de ultraderecha, presentes ya en sus parlamentos?
Si es Europa quien debe afrontar el reto de mantener viva la democracia, difícil tarea tiene ante la creciente presencia de la extrema derecha con sesgo fascista que ya no se avergüenza del sufrimiento que esta ideología causó en el segundo cuarto del siglo XX. Democracias que derrotaron al fascismo y, sin embargo, ven su modelo atacado desde dentro por fuerzas que tan solo buscan su destrucción. Gran Bretaña y su Brexit, tras un referéndum removido y manipulado desde las redes sociales, es buena prueba de ello. La Unión Europea está debilitada y lo estará más con la creciente proyección de los nacionalismos, auspiciados sobre todo desde la extrema derecha.
Hace un siglo, en la madrugada del 11 de noviembre de 1918, en un vagón de tren en el bosque de Compiègne, los representantes de las potencias aliadas firmaban el armisticio con Alemania que ponía fin a la primera guerra mundial. Lo que vino después fue el debilitamiento de las democracias y el auge de los totalitarismos, y una nueva guerra mundial. En la siguiente película, Intolerancia (1916), Griffith construyó una premonitoria visión de los tiempos que habrían de venir.
 * Artículo publicado en Ideal, 14/04/2018

No hay comentarios: