Hay quienes dicen que una crisis puede convertirse en una oportunidad para salir reforzados. Esta visión optimista no sé si corresponderá a una realidad cargada de verosimilitud o a un simple camelo para generar falsas ilusiones. Por lo pronto se escucha decir que España no recobrará el nivel de bienestar así que pasen dos o tres generaciones. Quizá para algunos sí es verdad que sea una oportunidad: los que la aprovechan para desmantelar el Estado de Bienestar, frenando así lo que consideraban excesiva socialización de derechos y bienes sociales. Lo cierto es que con la crisis han aumentado las tasas de pobreza, las diferencias sociales y la pérdida de derechos. Las ilusiones de la gente se están esfumando con la misma facilidad que el crédito de la política. No sabría decir si en estos momentos estamos más cerca de las tesis de la Filosofía de la miseria de Proudhon, o las de La miseria de la filosofía de Marx. El caso es que el grado de descreimiento de las profecías políticas y religiosas es tan grande que resulta difícil saber dónde se encuentra la verdad.
Notorio es que la crisis está provocando estragos en la vida y la moral de individuos y sociedad. Movidos en el tráfago de su marejada estamos más atentos a sobrevivir día a día que a pensar cómo salir bien de ella. Quizá tengamos poco tiempo para planteamientos filosóficos, pero no es menos cierto que es ahora cuando debemos pensar en cómo hacerlo, para hacerlo bien, y que la salida de la crisis se haga con garantías de dignificar la vida social y no repetir errores del pasado. El panorama al que estamos asistiendo presagia lo contrario. Todo indica que estamos abocados en próximas décadas a una limitación de derechos, posibilidades de desarrollo para la persona, mayor precariedad y a una existencia donde la plutocracia siga siendo el factor determinante del desenvolvimiento social y político. De modo que adiós a aquellos valores sociales que un día fueran parte del sueño, de la utopía de la aldea global, que marcó las últimas décadas del siglo pasado.
Han pasado ya cuatro años desde que la crisis emitió sus primeros balbuceos, atrás quedaron las primeras intenciones que hablaban de acabar con un modelo perverso y egoísta. Los valores sociales democráticos están tan debilitados que casi nos son ajenos, la ética y la moral públicas tan obscenamente usurpadas que no sabemos cuando volverán a ser rectoras nuevamente de nuestras conductas. En los años de bonanza económica auspiciamos una cultura del dinero fácil, ganado de manera impúdica e indecorosa, y gastado con irreflexiva alegría. Entonces se nos inundó la vida de corrupción y de consumo impulsivo, y sin darnos cuenta, o dándonos pero volviendo la vista hacia otro lado, esta depravación social nos fue atrapando en un clímax de indolente regocijo. La vida nos pareció tan fantástica que pensamos que nada malo nos pasaría. Los que jugaban con nosotros para que fuésemos habitantes de un mundo feliz un buen día se hartaron, y todo cambió. En este trayecto los valores perdieron brillo, los pusimos en un segundo plano, hasta que se nos quebraron, y cuando las cosas se pusieron complicadas entonces nos acordamos de ellos.
¿Qué está pasando ahora? Que asistimos a un cambalache financiero donde las entidades financieras tienden a la fusión y donde descubrimos toda la herrumbre y putrefacción que nos ocultaban. No sé si se llegará a fraguar una estructura financiera eficaz y segura para el futuro, pero lo que vemos ahora es que el único beneficiario, en connivencia con el poder político, es sólo el poder financiero. Los demás, los ciudadanos, no importan. En esta transformación no se ha cambiado la ética financiera (si es que esta existe), y lo más probable es que cuando todo vuelva a la ‘normalidad’ retornarán las viejas prácticas que nos llevaron a esta situación.
La política, con sus salvedades, se muestra poco sensible hacia esa ciudadanía que carga con la crisis. Sólo mira hacia dentro, con una endogamia vergonzosa, sin democracia, lejos del ciudadano, con políticos que sólo beben los vientos por mantenerse en cargos y puestos conseguidos sin esfuerzo ni méritos. Y ni siquiera estando en crisis se fomenta la cultura del ejemplo entre nuestras élites políticas y económicas. No cesen los casos de corrupción, ni los abusos en el cobro de varios sueldos, ni la execrable búsqueda de acomodo en consejos de administración, ni se hace justicia con los que defraudaron o se enriquecieron a costa de entidades financieras llevadas a la ruina. Dice Victoria Camps, al hablar de “La moral de la democracia” (2012), que “todas las democracias son vulnerables y ceden a tentaciones similares. Pero algunos países consiguen que sus ciudadanos reaccionen con celeridad a los desmanes”. En España, a diferencia de otros países donde se ha encarcelado a los responsables de la crisis o donde no se ha transigido con la corrupción política, parece no haber pasado nada.
Persistimos en no cultivar la cultura de la verdad, aquí mentimos como bellacos. La prueba más evidente la tenemos en el partido que ahora gobierna nuestro país, el PP: incumplimiento flagrante del programa electoral que comprometió ante la ciudadanía. En el partido socialista, donde se callaron muchas verdades sobre la crisis o el estado real del sistema financiero, ahora se languidece con el rumbo perdido. La ética pública está lesionada en la España de hoy: el poder se usa para tapar corruptelas, para favorecer a ‘los de uno’, para engañar a la ciudadanía o para hacer política de baja estofa. Se prodiga la desvergüenza política, nadie dimite, el que está ‘ahí situado’ se agarra a la vida pública con la misma desfachatez que los generales y patriarcas de García Márquez al poder. No se está produciendo una regeneración social y política, y cuando la situación mejore todo esto seguirá presente, pero la moral y la ética públicas esquilmadas, y el legado para las generaciones futuras envenenado.
*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 22/1/2013.
2 comentarios:
Antonio, de acuerdo contigo en que se necesita una regeneración política.Los partidos se han convertido en simples máquinas electorales siempre en detrimento de los ciudadanos.
Me apena ver que la realidad no cambia y que será la misma cuando termine esta crisis.
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