viernes, 5 de julio de 2024

EUROPA Y EL AUGE DE LA ULTRADERECHA*

 


La ola fascista que se propagó por Europa en el periodo de entreguerras del siglo XX marcó una ruptura con el devenir histórico del régimen liberal en las democracias occidentales. Los resultados de las elecciones europeas del pasado 9 de junio propiciaron el auge de la ultraderecha, algo que deberíamos tomar muy en serio, más de cómo lo hicieron entonces los países europeos. La versión 2.0 del fascismo está aquí. Francia, que ha marcado históricamente el pulso de la evolución política en Europa (Revolución Francesa y revoluciones liberales del XIX), alarmada, convocó elecciones legislativas, que han corroborado el triunfo del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen.

En aquellos tumultuosos años treinta, el escritor austriaco Stefan Zweig, como cientos de miles de europeos, sintió que el mundo y la civilización se desmoronaban ante el fascismo. En su obra Diarios, Zweig nos muestra la angustia vivida ante el oscuro panorama y el miedo provocado por el avance del nazismo en la Alemania hitleriana. Pesimista, pensaba que nada se podía hacer para impedir que este monstruo se apoderara de Europa. Afortunadamente no fue así, aunque para vencerlo se pagara el alto precio de millones de muertes. Esta claudicación llevó al escritor, imbuido por la idea: “La vida ya no merece la pena”, tras un periplo por Gran Bretaña, Nueva York y Brasil, al suicidio por envenenamiento en 1942, junto a su esposa Lotte Altmann.

Aquella Europa, invadida por el pensamiento fascista, buscaba el resurgir de una nueva civilización siguiendo la teoría biológica y determinista de la Historia que Oswald Spengler desarrolló en La decadencia de Occidente. El fascismo se propagó de manera insultante bajo la idea de que las democracias burguesas y parlamentarias eran regímenes corrompidos por su propia dinámica política. Se aspiraba a un nuevo tiempo, al renacer de valores olvidados. El triunfo de Mussolini en Italia y el nazismo en Alemania fueron los referentes para que esta ideología germinara en muchos países europeos. Como hoy, con Meloni, Italia fue la primera en instaurar un régimen fascista en 1922. En Alemania, la República de Weimar no pudo contener la expansión en 1920 del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, ni los resultados en las elecciones de 1930, apoyado en la violencia callejera de los camisas pardas del Sturmabteilung (SA) y los camisas negras de los Escuadrones de Protección (SS). En las de 1932, Hitler se aupó al poder.

Los partidos nacionalsocialistas, con unas u otras denominaciones, fueron emergiendo de este a oeste del territorio europeo. En España tuvimos nuestra propia experiencia: las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, fundadas por Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, la Falange Española de José Antonio y el régimen dictatorial de Franco tras la Guerra Civil.

Cien años después vuelven a soplar vientos de incertidumbre, que presagian con arrasar el mundo que conocemos. La imprevisibilidad de la Historia, como la del ser humano, su protagonista, no descarta nunca las añoradas miradas al pasado, como si pretendiera recuperar otros sueños nunca disipados. El panorama se asemeja a aquella Europa en descomposición. Las democracias han perdido credibilidad, los problemas las acucian (crisis económica, inestabilidad política, inmigración…), y todo utilizado por los detractores del proyecto europeo. La ultraderecha es el caballo de Troya de Putin para minar la Europa democrática.

Las elecciones al Parlamento Europeo derechizaron la UE y algo más peligroso: la consolidación de la extrema derecha (25% de escaños) con 178 eurodiputadosconcentrados en dos grandes grupos: Identidad y Democracia, liderado por Le Pen, donde se integran el neerlandés Geert Wilders, la alemana Alice Weidel o el italiano Salvini; y Conservadores y Reformistas Europeos, liderado por Meloni, con el polaco Duda, el sueco Akesson, la finlandesa Riikka Purra, el checo Fiala, los españoles de Vox, la Alianza Flamenca belga o el francés Zemmour. En solitario, el húngaro Viktor Orbán. El proyecto europeo no va con ellos. Putin los adora, Trump es su referente.

Puede que las democracias occidentales estén en crisis, han cometido tantos errores que el descreimiento de la ciudadanía es un hecho. Los habitantes del mundo occidental viven una crisis de pensamiento: andan confundidos con el Estado del bienestar, el panorama de vida propuesto es decepcionante, se acumulan las falsas expectativas, la insatisfacción es permanente, las condiciones de vida se deterioran, las crisis económicas, auspiciadas por el capitalismo salvaje, generan malestar y descontento (‘todo el mundo anda cabreado’). Caldo de cultivo para que populistas, racistas, homófobos o xenófobos encuentren el discurso fácil. Demasiados descontentos, desencantados, detractores del sistema… Las ideologías se han devaluado, la izquierda y la derecha, permeabilizadas con ideas antes antagonistas, parecen ser lo mismo. Ante ello afloran los discursos de un ‘nuevo amanecer’, la vuelta a tiempos ‘gloriosos’, posturas de odio y xenofobia: negros, magrebíes, árabes, sudacas que nos invaden. Salvo que vengan forrados de dinero. A estos, alfombra roja.

Cada vez más países están gobernados por fuerzas ultraconservadoras y euroescépticas, o gobiernan en coalición: Italia, Países Bajos, Hungría, Finlandia… La ultraderecha es igual en todas partes: desprecia al ser humano, como hace el capitalismo más cruel utilizándolo como mercancía, sin compasión. Como hace la ultraderecha israelí, ensañándose con la población gazatí, o la europea, justificando el aumento de la delincuencia por la inmigración.

Entretanto, la inestabilidad política y ‘geoestratégica’ se agita bajo la amenaza de guerra mundial. A Putin no le importaría; a Netanyahu, tampoco; a China, puede que le guste. ¿EE UU?, Biden en la inopia y Trump con sed de venganza. Europa, en la encrucijada: de haber guerra, será en su territorio.

Artículo publicado en Ideal, 04/07/2024.

** Umberto Boccioni, Tumulto en la galería, 1910

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